DIARIO CÓRDOBA /OPINIÓN
Es
muy frecuente escuchar a unos y a otros exclamar: estoy cansado, agotado, y no
es extraño porque el clima moderno está basado en la hiperactividad, la
competencia, la agresividad y la voluntad hipertensa. No obstante, es imposible
resistir durante mucho tiempo a este tipo de vida que no es tal, ya que
actuamos como máquinas incombustibles y no lo somos.
El
cansancio que sentimos es una señal de alarma, una luz roja ante la que el
motor humano debe frenar. Las células cerebrales, agotan sus reservas, acumulando
los deshechos tóxicos. Durante el descanso, el sueño repone reservas
alimenticias, que son la fuente de su energía.
El
cansancio es, pues, un mecanismo natural que permite al ser humano prepararse
para el sueño y evitar de ese modo la intoxicación de sus células cerebrales,
pero bien sabido es que la trepidante vida moderna impide, a veces, el ritmo
natural del hombre. Pero aún hay más. Se ha pretendido moralizar el cansancio y
casi se ha hecho de él una deficiencia voluntaria digna de desprecio.
La
actividad normal se presenta de la siguiente manera: actuamos, nos fatigamos,
descansamos, nos recuperamos, volvemos a actuar. Sucede que ese ritmo normal en
el trabajo es transgredido, a veces, de forma que, llegado al punto de fatiga,
no descansamos sino que, por el contrario, y hasta con más ahínco, continuamos
la acción, lo cual nos produce un enorme agotamiento y, no obstante,
continuamos la acción, desembocando al final en un tremendo bajón que, a su
vez, al sernos imposible descansar, acaba, bien en agitación, estrés, etc. El
arte del descanso es una parte del arte del trabajo. «Todo género de vida sin
descansos alternativos, no es duradero», decía Publio Ovidio Nasón, poeta
romano.
Aprendamos,
pues, a descansar y estaremos ganando salud y, sobre todo, vida.
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