Llevo días con la agorafobia a tope. No obstante, me dije esta tarde: ¡venga, levántate y vámonos! ¡No puedo dejar pasar las horas inmovilizada y aterrada aquí hasta que llegue la noche, viendo, como en un coche parado, cómo pasa la vida sin formar parte de ella…,no y no! ¡a comprar o mirar, pero a escapar de esta especie de agonía!
Y nada, cogí el camino y allá que me fui. Agarrada a un carrito de la compra, me armé de valor y me dispuse a ver libros. De pronto, me pareció que veía nublado. Sí, todo estaba cómo cubierto de niebla. Me limpié las gafas -siempre las creo culpables-, pero todo seguía igual. Pensé: algo me ha dado y estoy perdiendo la vista.
De repente, me sentí el corazón en las sienes, taquicardia, y me noté los pies y las manos helados y un fuerte vértigo medio me tiró a una estantería. Me ahogaba. Me sentí un fuerte dolor en el pecho. Casi no podía respirar. Me detuve unos instantes, pero, queriendo dar normalidad a lo que me estaba sucediendo, seguí caminando. Llegó un momento que casi no veía ni podía pensar bien.
Como un torpe robot busque a dónde sentarme. Noté que se me iba a descomponer el vientre. Alguien me preguntó : ¿Le sucede algo, señora? A punto estuve de decirle que llamase a una ambulancia, pero estraba tan sumamente bloqueada que solo dije: no. Gracias. Allí, haciendo como que busco algo en el bolso, apenas pienso.siento, eso sí, que me muero y que mis hijos no volverán a verme, y que mis nietos no volverán a saber más del cariño que les tengo, y que mis libros, mis plantas, mi… Rompí a llorar. Dudé, con el móvil en la mano: ¿los llamo y me despido o mejor hacerme una foto y dedícársela? Opté por la foto. Temblorosa me hago la foto y, ¡vaya sorpresa! ¡Si me veo bien! ¡Si no tengo cara de moribunda! Me sentí algo animada, respiré hondo, aflojé los brazos y me dije: ¡si esto te ha pasado muchas veces! ¡Si solo se muere una vez! ¿Y qué si te mueres? Acepta, niña, lo peor y comprobarás que respiras, que sigues viva, que no te sucede nada, que todo es miedo. ¡Venga, valiente, levántate y compra o mira, pero camina tranquilamente!
De repente, me sentí el corazón en las sienes, taquicardia, y me noté los pies y las manos helados y un fuerte vértigo medio me tiró a una estantería. Me ahogaba. Me sentí un fuerte dolor en el pecho. Casi no podía respirar. Me detuve unos instantes, pero, queriendo dar normalidad a lo que me estaba sucediendo, seguí caminando. Llegó un momento que casi no veía ni podía pensar bien.
Como un torpe robot busque a dónde sentarme. Noté que se me iba a descomponer el vientre. Alguien me preguntó : ¿Le sucede algo, señora? A punto estuve de decirle que llamase a una ambulancia, pero estraba tan sumamente bloqueada que solo dije: no. Gracias. Allí, haciendo como que busco algo en el bolso, apenas pienso.siento, eso sí, que me muero y que mis hijos no volverán a verme, y que mis nietos no volverán a saber más del cariño que les tengo, y que mis libros, mis plantas, mi… Rompí a llorar. Dudé, con el móvil en la mano: ¿los llamo y me despido o mejor hacerme una foto y dedícársela? Opté por la foto. Temblorosa me hago la foto y, ¡vaya sorpresa! ¡Si me veo bien! ¡Si no tengo cara de moribunda! Me sentí algo animada, respiré hondo, aflojé los brazos y me dije: ¡si esto te ha pasado muchas veces! ¡Si solo se muere una vez! ¿Y qué si te mueres? Acepta, niña, lo peor y comprobarás que respiras, que sigues viva, que no te sucede nada, que todo es miedo. ¡Venga, valiente, levántate y compra o mira, pero camina tranquilamente!
Bueno, y esto lo cuento, porque, como veremos otro día, casi todos, de forma muy parecida sufrimos estos ataques de pánico, pero, lo mejor, creo yo, aceptar lo peor y ser capaz de entender que solo es miedo que pone en marcha infinidad de neuronas encadenadas que nos bloquean, aterrorizan y quieren adueñarse de nuestras capacidades.
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