Buenos días, amigos: De nuevo aquí, en nuestro común espacio, para desearos un día en paz y feliz en los momentos posibles. Y para conjuraron en ser hoy mejores que ayer.
Como me suele pasar, a la hora de compartir algo con vosotros, dudo si puede ser algo escrito con anterioridad, pero pienso que ¿si yo no me acuerdo, lo vais a recordar vosotros? Tal vez sí, pero no está de más volver a refrescarnos la memoria.
Bueno, pues, vamos a ello: amigos: no practiquemos jamás el ojo por ojo, porque de hacerlo así, resultaremos dos tuertos. Por el contrario, si devolvemos bien por mal, resultarremos dos videntes.
Un sencillo cuentecito sobre algo al respecto que fue una realidad:
Como me suele pasar, a la hora de compartir algo con vosotros, dudo si puede ser algo escrito con anterioridad, pero pienso que ¿si yo no me acuerdo, lo vais a recordar vosotros? Tal vez sí, pero no está de más volver a refrescarnos la memoria.
Bueno, pues, vamos a ello: amigos: no practiquemos jamás el ojo por ojo, porque de hacerlo así, resultaremos dos tuertos. Por el contrario, si devolvemos bien por mal, resultarremos dos videntes.
Un sencillo cuentecito sobre algo al respecto que fue una realidad:
Dos compañeros de trabajo, hombre y mujer, en una reunión de empresa, discutieron. El hombre, en el fragor del altercado, ofendió gravemente a la mujer que, por respuesta, guardó silencio.
Pasado algún tiempo, y mediante carta, con numerosas faltas de ortografía, el hombre pidió ayuda a la mujer para un asunto familiar urgente para el cual la mujer tenía grandes competencias.
Enterados amigos de la mujer exclamaron: ¡es tu hora! ¡Págale con la misma moneda!
La mujer dijo: no se trata de “cobrar” sino de enseñar.
Y contestó al escrito del hombre accediendo con gusto a su petición, pero procuró que en su texto aparecieran corregidas las detectadas faltas de ortografía.
El hombre leyó y releyó, muy satisfecho, la carta de la mujer cayendo en la cuenta de cómo en la suya había descuidado sus ortografía. Se dijo: ¡vaya si puse faltas! ¡Qué prudencia la de esta mujer! También en aquella ocasión fue prudente. ¡Si señor! Merece mi respeto y sobre todo merece que no vuelva a equivocarme: he aprendido la lección.
Pasado algún tiempo, y mediante carta, con numerosas faltas de ortografía, el hombre pidió ayuda a la mujer para un asunto familiar urgente para el cual la mujer tenía grandes competencias.
Enterados amigos de la mujer exclamaron: ¡es tu hora! ¡Págale con la misma moneda!
La mujer dijo: no se trata de “cobrar” sino de enseñar.
Y contestó al escrito del hombre accediendo con gusto a su petición, pero procuró que en su texto aparecieran corregidas las detectadas faltas de ortografía.
El hombre leyó y releyó, muy satisfecho, la carta de la mujer cayendo en la cuenta de cómo en la suya había descuidado sus ortografía. Se dijo: ¡vaya si puse faltas! ¡Qué prudencia la de esta mujer! También en aquella ocasión fue prudente. ¡Si señor! Merece mi respeto y sobre todo merece que no vuelva a equivocarme: he aprendido la lección.
1 comentario:
Preciosa lección de humildad.Saludos
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