Digo
siempre, y es cierto, que mi Javier, tú mi precioso nieto de diez años, andas
por el mundo con una mano alzada o lo que es igual: pidiendo siempre la
palabra, porque siempre tienes algo que decir, algo, que preguntar. Esta tarde,
cuando viniste a traerme unas torrijas que había hecho tu madre, te asomaste a
mi terraza y de pronto exclamaste: ¡abuela, en el semáforo hay parado un coche
de muertos! Sí, pasan todos los días; van a la iglesia.
Te quedaste pensando
unos minutos y después exclamaste: ¿y por qué no le dejan pasar como a los
bomberos, a la policía…? Es vedad –te interrumpí-. Igual que tú, pienso yo. Acercándote
a mí que tecleaba en el ordenador, me abordaste sin más: ¿y qué es la vida,
abuela? porque, para morirse, mejor no vivir. La vida –te contesté son muchas
cosas: el aire, el sol, la lluvia, la
alegría, papá y mamá, los hermanos, la gente, el cole.., pero la vida se gasta…
Abuela, ¿y por qué se gasta la vida? Con la vida no se
borra, ni se saca punta, ni… ¡Ja,ja,ja!
¡Qué lindo eres y cuánto te quiero! –exclamé-. Todas las cosas se gastan
-traté de explicarte-. ¿No ves cómo se
gastan las pilas de tus juguetes? ¿No ves cómo se gasta las ruedas de los
coches? ¿No ves cómo se gastan los lápices y las gomas...? Con el uso y el paso
del tiempo, las cosas se van gastando… ¡Ah…! –exclamaste no muy convencido-,. pero, ¿nos vamos al cielo sí o no? ¿Por qué los muertos están con los
ojos cerrados? Yo, aunque esté muy gastado, quiero estar con los ojos abiertos
siempre. Con los ojos cerrados o me duermo o me aburro. ¡Bueno, bueno,
que sabio eres! También yo me aburro si cierro los ojos y, aunque ahora no lo entiendas, quiero decirte que es
demasiada la gente que vive, gran parte de su existencia, con los ojos
cerrados, evadiendo responsabilidades y compromisos. Dejan de ver la luz y poco
a poco, pierden el maravilloso sentido de la vista; se transforman en topos.
Tú, mi pequeño Javier, eres vida y tendrás que descubrir por ti mismo todos los
misterios que entraña el vivir, pero no te olvides nunca de que fuiste niño. Eso
que dices de los topos es verdad, abuela, porque mi seño no ve nada más que lo que le interesa, y yo
quiero ser mayor y no siempre niño para que manden en mí. Me voy que es tarde.
Tus palabras, mi querido
nieto Javier, no me caen en bolsillos
rotos. Por eso quiero dedicarte a ti y a todos los primos, mis lindos nietos,
esta carta:
La vida, mis querido nietos, de cada uno es
como un río que con su propia corriente camina y crece hacia el mar. No
obstante, quiero legaros mi reto de cada amanecer, las claras deducciones que
en este imparable viaje se han ido escribiendo en la blanca pancarta de mis
días. Puede que tan sólo sean algo así
como pequeñas olas que acaricien la reseca piel de lo que serán vuestros largos pasos, pero me vale la pena el
esfuerzo, si logro alcanzar, al inmenso
océano que es vuestra presencia en el mundo.
Mi precioso Javier: siempre con la mano alzada, pidiendo la palabra porque las de los mayores no te gustan, Sabes que te digo: que a mi tampoco.
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