En el Diario
Córdoba de hoy, en Opinión, podéis leer
mi sencillo pero reivindicativo artículo sobre algo que nos interesa a
todos y especialmente a los andaluces. Me motivó a escribirlo el encuentro fortuito con dos
ancianos en el jardín.
Que tengáis un buen día y no caigáis en el desánimo. Mañana será otro día.
DIARIO CÓDOBA/OPINIÓN
No hace mucho, paseaba por un jardín cercano. Intencionadamente, pedí
permiso para sentarme en un banco donde dos ancianos hablaban acalorados. Sí,
señora cabemos todos. Los pobres ocupamos poco, dijo uno de ellos. Aquí pasamos
el rato --añadió--, tratando de arreglar el mundo con las cosas que pasan. ¿Y
de qué va el tema hoy? --pregunté--. ¿Usted se cree, señora, que es justo lo
que le ha pasado a mi hermano que en paz descanse? -me contestó uno de ellos.
Aquí se lo contaba al amigo- Pues na que
después de trabajar como un burro toda la vida y de los gastos que han tenido
los hijos con su larga enfermedad, a su muerte y cuando creían las criaturas
que iban a heredar el pisito que tanto les había costado pagar, me decía mi
sobrino que no tenían dinero para pagar no sé qué cosa y que no sabían qué
hacer. ¿Usted se cree?. El otro hombre callaba, se limpiaba la nariz y me
miraba.
Me sentí mal, como si la responsable
de tan justificados reproches fuera yo, como si estuviera traicionando a
mi gente, me sentí decepcionada conmigo misma, porque Andalucía ha dado pasos
gigantes en el progreso, y puedo dar fe de ello pero ¿y esto? Una frase de
Denis Waitley, reconocido autor estadounidense dice: «Existen principalmente
dos decisiones que uno debe tomar en la vida: aceptar las cosas como están o
aceptar la responsabilidad para cambiarlas».
Es cierto que mi lucha por el cambio ha ido siempre en la dirección de
educación y cultura, pero hay muchos más problemas que, como si no me
pertenecieran, esperaba, como todos, que arreglen los demás, reconociendo y
aceptando, en mayor o menor
conformidad, lo que había, lo que hay. No, no es justo –contesté a aquellos dos
hombres que me provocaban tal extraño sentimiento de culpabilidad-. Y sé de qué
hablan. Se refieren al impuesto de sucesiones... ¿Y eso que leche es?, dijo el
hombre afectado. Pues, eso, un impuesto… ¿Un impuesto? –volvió a preguntar
extrañado aquel pobre hombre. ¡Si yo deje de herederos a mis hijos y buenas
perras que me costó el testamento!
Me alejé con el propósito de
reivindicar, al menos, la suspensión de dicho impuesto, porque, si es verdad
que caminamos, tendríamos que ser menos conformistas y asumir la
responsabilidad de todo lo que no creamos justo, ni para nosotros, ni, para,
por supuesto, para los demás, porque, desde la pequeñez individual, somos imprescindibles porque si bien no podremos
cambiar la dirección del viento, sí podremos ajustar nuestras velas para
navegar hacia ese soñado día llamado
futuro.
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