Amigos,
empezamos mes y un lema mío os la transmito por si queréis uniros: tratad de
ser más humanos.
El corazón humano -Dickens- es un instrumento de muchas
cuerdas; el perfecto conocedor de los hombres las sabe hacer vibrar todas, como
un buen músico.
Y una
historia de vida que escribí una mala noche de primavera,
Mi Avenida, escenario de una noche en la que dos seres humanos, dos jóvenes cargados de ilusiones y proyectos, se estrellaron. Me queda, como música divina, el rescoldo de aquellas sus agradas pertenencias perdidas en el asfalto.
Desvelada, con todo
mi ser palpitando como si fuera un corazón desbocado, con lágrimas que no puedo
contener, me decido a escribir. De siempre me ha gustado la noche. A estas
horas me siento como transportada a otra dimensión, poseída por una especie de
halo mágico que me confundiera con el universo y me otorgara poderes para
descifrar la danza de sueños que emanan de la quietud de las cosas, que emerge
del fondo de las almas entregadas al reposo. Tengo la impresión de que mi
cuerpo se torna cósmico, etéreo a estas horas de la madrugada.
De pronto, como si explotara el
silencio, un golpe brutal me hace saltar a la terraza. En medio de la Avenida,
lejos uno del otro, dos cuerpos tirados, dos motos pulverizadas. Corro, vuelo,
primero al teléfono: policía, ambulancia… Después a la calle, al accidente, a
los cuerpos. Dos chavales, ¿muertos, heridos ...? Por casualidad a estas horas,
se detiene un coche. Como pudimos logramos reanimarlos. El conductor, con
prisas, me da órdenes: no se vaya, espere aquí a la policía, a la ambulancia…
Me quedé
allí, clavada en el frío, en el miedo, en la impresión... entre pedazos de
chatarra. A un paso de mí, un llavero, un móvil... Como si se tratara de
objetos sagrados, me agaché a recogerlos. Los besé, los apreté contra mi pecho.
Lloré, imaginando lo mucho que para cualquier muchacho representa su llavero y
su móvil. Yo diría que todos los secretos, todos los amores, todas las
posesiones que los jóvenes más celosamente guardan como relicario de sus
intimidades.
Cuando llegó la ambulancia y el coche de la policía, permanecía
clavada en el asfalto. Les entregué aquellas “sagradas” pertenencias.
Y aquí sigo,
después de dos horas. No puedo olvidarme de estos muchachos que han venido a
estrellarse aquí, delante de mí, profanando mi hora de quietud, mi hora maga de
poderes con los que equilibro la balanza de mi mundo interior tan cargado de
ilusiones rotas. Y noto como si algo que naciera de mí se elevara por este
cielo, aurora ya, buscando un agujero para colarse en busca de un Dios y
urgirle lo que más deseo ahora mismo: !Quiero que existas, Dios, para que esos
dos muchachos vivan!
No hay comentarios:
Publicar un comentario