Mis pensamientos, poemas, cuentos... de Isabel Agüera

3 may 2015

Madrecita del alma

Para todas las madres:
 
Ningún día, de tantos inventados por el comercio para impulsar el consumo, considero más justificado y bello que éste del Día de la Madre. No obstante yo reivindicaría toda una vida para celebrar, amar a la madre. Muchas veces, y desde estás misma página, he dedicado mis mejores palabras, mis más bellos recuerdos para aquella mujer que fue la mía. 
Hoy, una vez más, la canción de Machín me emociona profundamente: Madrecita del alma querida, en mi pecho yo guardo una flor... 
Sí, madrecita del alma. ¡Cuánto te amé! “ Toda mi infancia -de mi novela “Buscando en la vida”- una angustiosa pesadilla con las continuas enfermedades de mamá: cólicos hepáticos, anemias... Días, mucho tiempo, metida en la cama. Papá, las pocas horas que tiene libres, las pasa junto a ella, pero las tardes, aquellas tardes largas de primavera, y las frías y negras de invierno, las pasa soñolienta y sola, pero allí estoy yo, siempre al acecho. Desesperada de ver a mamá tan enflaquecida, amarilla, aletargada... Y temblando, que los dientes me chirrían, espero que, entre quejidos y vómitos, abra los ojos, me mire, me diga algo... Cuando sé que está sola, corro, inédita, a la soledad y lejanía de su dormitorio en aquella casa grande, y acurrucada a sus pies, sin apartar mis ojos del bulto que imagino su corazón para comprobar que sigue respirando, acaricio sus pequeñitas y delicadas manos.”

Un día, nunca lejano, en el quirófano del hospital de nuestra ciudad, dejó, sí, dejó de respirar para siempre, pero una madre buena deja en el corazón de los hijos hermosas notas que se conjugan y enmarcan en el presente de los días como inacabada sinfonía. 
Una madre buena siempre deja paz tras de sí, deja, y resulta el más cálido de los bálsamos, el convencimiento de que alguien nos amó sin exigencias, egoísmos... 
Porque una madre buena es el mejor regalo que Dios hizo al hombre.

En honor de mi madre buena, yo también canto: Aunque amores yo tenga en la vida que me llenen de felicidad, como el tuyo, jamás, madrecita, como el tuyo no lo ha habido ni habrá...
















 









Vivir en el corazón de los que dejamos detrás de nosotros no es morir. -Campbell-. Es por eso que al cumplirse treinta años de tu muerte, querida mamá, tú sigas viva en mí,  pero de forma especial en esta madrugada lluviosa y fría  de marzo, cuando a solas en este piso grande, casi reducido ahora  al espacio de mi escritorio, tengo que sacar mis mejores palabras, como siempre, para plasmarlas en este reducida área de mi ordenador. Y mis palabras no pueden ser otras que la expresión más fervorosa y cálida hacia aquella mujer que fuiste, nada convencional, culta, exquisita, caritativa... en tan difíciles años que te tocaron vivir. Te recuerdo cultivando violetas y jazmines. Te recuerdo celosa de tus pequeñas y bellísimas propiedades: cajita de música, rosario, pañuelos, libros... Te recuerdo, que todavía se conserva en tus ropas, en aquel perfume de rosas que era rastro de tu presencia y también de tus ausencias.
¡Cuánto te quise, mamá! ¡Cuánto lloraba en la soledad de mis noches de niña, imaginando tu muerte! ¡Cuánto gozaba sentada junto a ti, sin que tú, sumida siempre en un mundo de sueños imposibles, apenas me notaras! ¡Cuánto sufría con tu precaria salud! Quiero tener fe y pensar que  yo también sigo viva para ti, y es por eso que constantemente te sueño, te busco, te hablo... Quiero decirte que sigo siendo aquella “pabela” buena para todos que recogía las plumas caídas de los pajarillos, que protegía a los niños pobres, que perdida en los rincones del jardín, escribía poesías y cuentos. No, no me he prostituido jamás porque mis causas siguen siendo la verdad, la justicia, el amor por todos los seres humanos.
A veces, como hoy, me eternizo en este rincón sin saber cómo seguir el camino donde tantas ausencias me han dejado huellas profundas. Te sigo necesitando, mamá, para que me recuerdes que tengo que comer, para que me des un precioso pañuelillo para secar mis lágrimas, para que me repitas que mi agorafobia no es obstáculo... Tú no has muerto, mamá; sigues viva en mí y en todas las cosas bellas de este mundo.








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