Buenos días,
amigos; hoy lunes quiero dedicaros algo sencillo, breve y nacido por la emoción
de un nuevo día, una nueva semana, un nuevo mes, una nueva oportunidad... Feliz
semana a todos y feliz mes de junio.
El amanecer es como una como una bella flor que, a lo largo del día, va derramando sus pétalos sobre nuestras vidas. Si al llegar la noche los hemos recogido todos, tendremos una rosa que aunar al ramillete de nuestra existencia.
Cada día la
madrugada y yo, generosas, nos desbordamos en emociones y ternuras resucitando
agonías y conjurando a la vida que en silencio llega en tonos violáceos por el horizonte.
Las paredes de esta mi casa se visten, poco a poco, de
esa tonalidad mágica, de ese olor limpio, fresco, caricia, abrazo de vida que
es para mí el amanecer.
Sí, es la llegada del día, y es el alumbramiento que el
útero de la noche arroja a la tierra, y yo lo acuno entre mis brazos, con la
ilusión, con la premura que se acoge, se protege, se ama a un recién nacido.
Mis
lágrimas cansadas y su lúdica algarabía de niño son cuerda que a dúo avientan
las manecillas del reloj implacable del tiempo.
Quiero asistir al nacimiento de
tu día, luz del alba.
Quiero que los primeros rayos de tu sol naciente me
iluminen de toda oscuridad allá en el profundo pozo de mi alma.
¡Bella, divina
aurora! Sigue tendiendo tu manto sobre mi firmamento de heridas y soledades.
Te
seguiré buscando, te seguiré esperando, esté dónde esté, al pie de tu aliento,
al pie de cada amanecer.
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