Pero tras la belleza y paz que conlleva una simple mirada, en este caso, anoche a mi Avenida, es imposible guardar rencor. Por eso, a este "leñador"
como a otros y otras, los sigo queriendo.
Amigos/as: Hoy domingo, he
repasado una obra que dediqué a mis hijos, Son relatos basados en hechos
reales. Este de hoy fue algo que me sucedió con alguien que tenía por gran
amigo y al que le profesaba un gran cariño. Me sentí traicionada y escribí esto:
Un obrero del campo, en pleno fragor del trabajo,
sintió cansancio, sueño, frío y, sobre
todo hastío de tanto tiempo sin cambiar de actividad, sometido a un amo. Se
dijo: ¡Esto no es ya para mí! Tengo que
pensar en mejor vida. ¡Bueno será que me dé un respiro! El jefe está lejos y
¡bastante he trabajado ya por su causa!
Y buscó el cauce
de un arroyo seco. Recogió astillas,
retamas y encendió una pequeña fogata, a
fin de poder echarse
una cabezadita. Y así logró que
prendiera una pequeña llama. No preciso más. -se dijo- ¡Si
tampoco es que me esté muriendo de frío! Más bien necesito olvidarme del
trabajo por un tiempo. Tal vez al
despertar, me sienta mejor y despejado. Esta frágil llama no me ofrece ningún
peligro: puedo dormir tranquilo
Y se echó a
dormir. Pero he aquí que se levantó algo de viento y la pequeña llama, creció y
creció hasta llegar a sofocar con su calor al durmiente leñador que,
soliviantado, por la hoguera, se
despertó:
¿Cómo? ¿Qué es esto? –exclamó- ¿Cómo has osado crecer, insignificante
llama, aprovechando mi sueño? Y la llama le contestó: No fue mi culpa que te durmieras; llegó el viento y me hizo crecer.
No quería hacerte daño alguno. Te debo tanto… ¿Me acusa de haberme dormido?
-se dijo- Esta llama ha crecido
demasiado y puede quemarme definitivamente: La apagaré de un plumazo.
Y, quitándose la camisa,
golpeó con furia la llama, al tiempo que
repetía: Yo te encendí para que me
calentaras; no para que me quemaras. Te saqué de la nada. ¿Cómo es que, sin mi
permiso, has crecido?
Sucedió que, en su pertinaz
golpear y golpear, la hoguera prendió la camisa que enarbolaba en sus manos: ¡Socorrooo..! -gritaba- ¡Que alguien me
ayude a sofocar esta hoguera! ¡Puede arder el bosque! ¡Puede arder la ciudad!
¡Puede arder el mundo!
Nadie contestó,
excepto una pequeña nube que le habló: No
son formas, buen hombre -dijo-. Además, tan sólo tú vas a salir chamuscado. La
culpa es tuya por haberte dormido. Yo pactaré con la hoguera.
Transcurridos
unos minutos, la hoguera, en paz y dulzura, se convertía en cálido rescoldo
bajo la frescura de una copiosa lluvia. Me has salvado, pequeña nube; volveré a
mi trabajo. La nube contestó: no te equivoques, buen hombre. De nuevo saldrá el
sol y estas aparentes cenizas volverán a ser potente llama, mientras tú serás
para el resto de tu vida un insatisfecho y mal leñador
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