Querida pequeña; Por fin
llegó el día tan esperado por toda la familia pero sobre todo, por ti: el día
de tu Primera Comunión. Esta mujer amiga de tus papás y abuelos que, tras ser
madre y maestra, ha descubierto que nada hay más hermoso, conmovedor y tierno
que un niño, una niña, inocencia, magia y esperanza no podía pasar por alto tu
gran día sin dedicaros públicamente, unas palabras, nacidas de los más puros
sentires de mi corazón.
¿Quién es y dónde está
Dios? –se pregunta mucha gente buscando respuestas a las grandes interrogantes
de todos- Trascendentes preguntas para todos los seres humanos, preguntas que,
por otra parte, ni yo, ni nadie podrá darte porque a Dios, desde mi punto de vista,
no se le define; se le siente. No se le busca; se le encuentra. Pocos años los
tuyos para entender tales cosas pero hoy, con la pureza a flor de piel, vas a
dar el primer paso hacia un compromiso que irás desvelando con los años:
Comulgar significa aceptar, sin reservas, el maravilloso Mandamiento del Amor,
aceptarlo, compartirlo, prodigarlo sin reservas a favor siempre del pobre, del
marginado, del indefenso, de todos
Comulgar, preciosa niña,
significa también izar velas y remar, a consta del viento que sople,
contracorriente si fuera necesario, pero enarbolando en proa la bandera de la
paz, justicia, tolerancia… La bandera blanca del amor por todos los seres
humanos sean del color que sean y vengan de donde vengan.
Así, sólo así, habrá
tenido sentido este gran día en el que, las lágrimas de todos los que te
quieren, una vez más, sellarán la felicidad y agradecimiento a ese Dios que ya
tan niña recibes y aceptas como la mejor herencia de unos abuelos, de unos
padres que un día lo entronizaron en sus vidas y allí se quedó para siempre.
Blanca, radiante, rodeada
de lo más valioso que tienes, la familia entona el Jubílate Deo omnis terra del
Catar de los Cantares de la Biblia: Cantad alegres a Dios, toda la tierra.
Un beso de esta amiga de
todos que sin conocerte, te quiere.
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