(Final del capítulo anterior: ¿Qué significaba aquella especie de repugnante oruga amarillenta
tatuada en su muñeca?)
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No pude ver con más detalles porque advirtiendo mi furtiva mirada,
exclamó bajándose suavemente el puño de la camisa: ¡Se me ha pasado el tiempo
volando! Es muy tarde. Vendré por aquí otro día. ¿No te importará que seamos
amigos? Y no dejes de ponerte tu preciado perfume; aquí, aquí te lo dejo. Por
supuesto, gracias –contesté con un intenso deseo de que desapareciera.
Lo acompañé hasta la puerta del ascensor con los ladridos de Eolo al
fondo. Me estrechó la mano y sosteniendo la mirada unos instantes exclamó,
esbozando una sonrisa: Eres muy niña todavía. De pronto,
la imagen de aquel hombre se me volvió a difuminar pero esta vez, en una especie de niebla que lo ensombrecía y
transformaba, a mi me lo parecía, en dos hombres idénticos que me miraban desde
unas pupilas húmedas y centelleantes, provocándome somnolencia y de nuevo
turbación.
Lo despedí en la puerta y desaparecí por el pasillo casi a trompicones.
No sabía qué me pasaba para sentirme tan
aturdida y torpe pero el reencuentro con Eolo fue lo más horrible que me ha
sucedido en mi vida. Estaba allí,
sentado en medio de la cocina, pero no era mi perro, mi amigo, mi
compañero..., sino un descomunal perro
negro con ojos muy brillantes que me miraban
con un no sé qué diabólico y amenazador. Sus brillantes pupilas eran un
terrorífico acecho en el más tremendo silencio. Es más, parecía haberme
hipnotizado porque era tal mi pavor que
me quedé paralizada sin poder dar un paso ni pronunciar una palabra. Mi
primera intención, correr en busca de ayuda. Con la puerta del piso abierta
para correr y las llaves en las manos,
decidí abandonar aquella idea. ¿Cómo explicar tan sorprendente historia? Regresé, como puede al salón. Aquel hombre no estaba pero allí quedaban
sus palabras, sus miradas, sus halagos…
Y allí, encima de la mesita, el bote de
perfume. No me atreví a tocarlo. Nunca se me había pasado por la cabeza ni una
sola superstición, pero aquel
perfume me provocaba pensamientos relacionados con la magia… hechicería. No lo
toqué. Casi no lo volví a mirar. Corrí, no obstante al balcón. Deseaba
comprobar que se iba de verdad y que se
iba lejos. Y lo vi arrancar un coche gris metalizado,
estacionado en la puerta cerca del
atrio. Dos o tres personas que pasaban se detuvieron a mirarlo descaradamente,
al tiempo que también elevaban la vista hasta mi balcón buscando respuestas a
su intriga y curiosidad.
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