(Final del capítulo II: ¡Me mareo, me caigo, no puedo respirar)
¿Qué le sucede? No es nada. Tan sólo que el fuego,
desde niña que viví una experiencia en casa de mis tíos, me provoca pánico. Me
pareció que había humo por la casa. Ya
estoy mejor. ¿Podemos tutearnos? –dijo-, porque, aunque no
conociéramos nuestras caras, somos como viejos amigos
No me
funcionaron los reflejos para contestar. Me sentía algo desconcertada e incluso
violenta, al tiempo que aquel
súbito malestar persistía
y al tiempo también que Eolo
seguía gruñendo, cosa que me parecía un mal presagio. No obstante contesté, al
fin, con aparente naturalidad: Por supuesto. Podemos tutearnos y permíteme que
te pregunte algo. Lo que quieras. Puedes preguntar sin miedo que vengo
preparado para el examen –contestó en tono jocoso-. ¿Cómo es que Ramón nunca me
habló de ti? No me extraña. Hacía unos años que andábamos distantes por un mal
entendido que debimos aclarar. Éramos compañeros y amigos de la facultad… Creo
que anda por México, ¿no? Pues, no sé nada de él desde hace años. Me habló de
tus experiencias paranormales. ¿No has pensado nunca que puedes ser una
elegida, una privilegiada? ¿Privilegiada
de qué y por qué? ¡Ay, ay! –exclamó--
¡Qué niña eres! Hay ángeles de luz por el mundo, y tú, sin duda eres uno de
ellos….
Sin
darle mayor valor a tales comentarios, y evitando el destello húmedo de sus
pupilas, me limité a sonreír. Estás muy sola y ése
es, precisamente, el objeto de mi visita. Deseo ayudarte. No te he perdido del
todo la pista, pero me decidí a venir por una especie de presentimiento. Quiero
invitarte a al algo, a un encuentro que te va a gustar… En aquellos momentos
mis relojes daban la musical hora. Instintivamente, se sacó un reloj de bolsillo
y comprobó la suya. Fue entonces, cuando
pude ver, oculto con el puño de la camisa, un extraño tatuaje que desentonaba
con su atuendo, con su edad…
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