¿Más allá habrá un lugar...?
¿Fue sueño o realidad? Una noche
de invierno, del primero tras la muerte de mi marido. Yo tiritaba en la
cama por el frío y más por notar vacío el espacio que él ocupaba. ¡Me dolía
tanto! No podía dormir y pasaba las noches entre tiritonas y lágrimas. Aquella
noche de madrugada logré conciliar el sueño. Y tuve un maravillosa pesadilla
que me devolvió un no sé qué de alegría, certeza y ánimo.
Caminaba yo, cuesta arriba por una gran montaña. Apenas si
podía. Me dolían las piernas, la cabeza, estaba mareada, agotada… De pronto vi
que un par de hombres abandonaban a una mujer en el camino, exclama: ¡Vámonos,
si la lady está muerta! Me acerqué a ella y noté que respiraba. No sé qué sentí
pero no podía abandonarla. Tampoco tenía fuerzas para llevarla conmigo, pero,
¿cómo iba a dejar allí a una persona moribunda en aquella oscuridad, frío y
soledad? Con grandes esfuerzos la cogí
de los brazos e intenté arrastrarla. No
podía; pesaba demasiado. Me senté a su lado y comencé a llorar. De pronto oí que
alguien me siseaba desde el valle. Me
apresuré a ver de quién se trataba. ¡Y qué sorpresa! Era mi marido que me
saludaba. Vestía camisa celeste y traje negro. Al hombro, como joven caminante,
la chaqueta. Su aspecto sano y su sonrisa me sobrecogieron de tal manera que
sin dudarlo hice amagos de correr ladera abajo, pero él me indicó con la mano
que siguiera y que desde la separación, me acompañaba. Volví a la mujer
moribunda y seguí caminando, cada paso más extenuada, tirando de ella. De vez
en cuando, encontraba nenúfares de variopintos colores, en el camino. ¡Eran tan
maravillosos que no podía pasar sin cogerlos! Así llegué a la cima. Mi
agotamiento era tal que, sin soltar a la mujer y abrazada a los nenúfares, me
disponía a morir, pero de nuevo el siseo. Era mi marido, que esta vez, con los
brazos abiertos, me invitaba a
precipitarme por aquel gran precipicio. Sin dudarlo, abandoné mujer y nenúfares
y de un tremendo golpe caí en sus brazos.
Me desperté en ese mismo instante. Temblaba, tenía el vello
irisado, las manos y los pies helados, me rechinaban los dientes… No sabía qué
hacer: tenía la evidencia de que había rozado una desconocida dimensión de la que no pude salir hasta
pasado unos días en los que tuve que visitar al médico porque no podía salir de
aquel show pero dejó en mí tan profunda impresión que, a pesar de los años,
sigo pensando que aquello fue algo más
que un sueño.
Y creo que no es
preciso ser un experto en interpretación de sueños, no, porque yo hoy sé
exactamente su significado. Sí, la mujer que arrastraba era yo misma con mis ataques de pánico, depresiones,
dolores, etc. La aparición de mi marido
tenía doble significado. Por un lado la evidencia de que seguía conmigo. Por
otro, la evidencia también de que mi camino no había terminado; tenía que
seguir hasta el final, a pesar de tantas dificultades. Los nenúfares
representaban las cosas maravillosas que me sucederían: mis nietos, mis muchas
obras editadas posteriormente, premios, reconocimientos, etc. Y por último, él
que me esperaba.
Dejé de llorar, sí, porque, aunque mi fe en el más allá se
tambalea, aquella noche yo “estuve allí”. Y sí dejé de llorar, porque no sé
cómo, ni trato de convencer a nadie –es la primera vez que cuento este sueño-,
sé que él me acompaña.
Y no volveré más, queridos amigos a este tema tan superado, aunque, no por eso, olvidado.
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