DIARIO CÓRDOBA / OPINIÓN
ISABEL AGÜERA
Hace años encontré una frase acerca, bastante coincidente con la mía: La
vida – dice- es simplemente un mal cuarto de hora formado por momentos
exquisitos.
No obstante disiento en
sutiles matices porque para mí no cuenta
tanto la metáfora tiempo como el vivir
en plena conciencia y con absoluta exquisitez cuanto nos va sucediendo. La vida no podemos medirla en años, ni en
días, ni tan siquiera en cuartos de hora, la vida es una sucesión de momentos
que en cadena y en el repente de un flash
nos ilumina al fin de que vayamos troquelando el camino que conduce hacia nosotros mismos.
Sí,
hasta el momento postrero nos queda tiempo para escribir una palabra, al menos,
sobre el blanco tapiz de la vida. Y un momento es la salida del sol y el
ocaso, y un momento es la sonrisa de un niño y el perfume de una flor, y un
momento es el repique de campanas, y el paso de un coche fúnebre, y un pájaro
que canta, y un ser humano que llora, y un momento es la euforia y otro la
depresión, la enfermedad, la tristeza... Sólo vivimos momentos sumergidos en el vaporoso agridulce que, en
definitiva, viene a ser la vida, pero la vida fluye como los ríos y nadie
puede bañarse dos veces en la mismo agua.
De ahí que la
bebamos a conciencia de que gota a gota corre sin retorno. No hay marcha atrás
en el tiempo. Tan sólo disponemos de ese maravilloso momento que, en este mismo
instante, tenemos en nuestras manos.
¿Por qué no vivirlo con la exquisitez de lo efímero y no obstante
trascendente? Mi momento presente, un amanecer de nubes, el perfume de
la hierbabuena en mi maceta, una ambulancia que pasa... Un momento, seres
humanos que ríen, que lloran, que sufren, en un momento el universo se cubre de
estrellas y en un momento, un nuevo día nos despierta en alborozos festivos. El
pasado es historia, el futuro, misterio y este momento un regalo. Vivámoslo con
el sello del amor.
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