Mis pensamientos, poemas, cuentos... de Isabel Agüera

11 ene 2019

Recuerdos: Ángeles

Eran las seis de la mañana. Casi es noche todavía. Una mirada al cielo y mi espíritu se crecía  al contemplar, por el lado de la sierra,  horizonte de nubes negras que, a pasos gigantes se  acercaban
Era ya  otoño, y  un furioso anhelo de amar se había desatado en mí, aunque ni siquiera sabía  a dónde iba  a tan irreverentes horas  de la mañana, tiempo mágico para salir a la calle, pasear por el jardín o, simplemente, para estar en casa, pero notando que los ojos del alma se abren, mientras el mundo, roto de tragedias, sigue y sigue, de espaldas a esta maravilla que es la vida en todos sus matices.
¡Mi coche!, siempre el recurso de mi coche que me lleva, sin ser notada, de acá para allá. Me detengo a tomar café. Me gustan las tabernillas: el tabernero que canturrea fandangos, cazadores que se cuentan eternas mentiras, perros callejeros que se me acercan, gente que se apiña en la parada del autobús, pájaros que vuelan a ras de tierra, papeles que arremolina el viento, relámpagos, truenos...
Y así, en este escenario de privilegio, cada movimiento que hago me parece un sueño en el que, eternamente, me quedaría, renaciendo historias  que, si bien pertenecen al pasado, parecen zarandearme como si una nueva savia me emergiera entre depresiones, angustias... aupándome hasta la cima donde nace, crece y es posible el amor.
La ciudad duerme. La ciudad es un bostezo de truenos que yo, dentro de mi coche, aparcada en la Plaza de las Tendillas, saboreo y disfruto.
En otros tiempos, cuando la ciudad era silencio, podía escucharse por toda ella, en días y noches de tormenta, el campanín de san Rafael, recordando a los cordobeses que él vela, que él es nuestro Ángel Custodio.
¡Qué bonitas historias las que contaba mi madre sobre ángeles! Más que ninguna aquella de los niños que lloraban solos, aterrados por una espantosa tormenta. De pronto, una legión de ángeles entraron en la habitación y los arrebataron al cielo donde aprendieron la oración que los ángeles cantaban para aplacar los males de las tormentas:
Santo Dios, santo fuerte, santo inmortal, líbranos Señor de todo mal. Santo, santo, santo, Señor Dios de los Ejércitos...
Ya no hay tiempo para soñar con ángeles, ya nadie cuenta con ellos, ya nadie cree que existan. No obstante yo apelo a ellos y al Señor Dios de los Ejércitos, para que este mundo vuelva a ser el paraíso de aquel otro día.
Ayer un niño empezaba un cuento diciendo: Esto era una vez una gallina que tuvo un huevo… 
 Hoy, aquí, recibiendo el bostezo madrugador de los truenos, yo empiezo otro cuento:
Esto era un ser humano que tuvo un ángel…


Y hoy, tras muchos años de aquel día, de aquella tormenta, de aquella historia, sigo repitiendo, si bien la experiencia me ha enseñado algo que cambia  el principio de mi cuento: Esto era el ser humano que se olvidó de que él portaba, podía ser un ángel.

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