¡Vaya nochecita que me has dado -¿querido- dolor! ¡Claro
que me resisto a llamarte querido! Una
noche entera pegado a mí, sin soltarme,
una noche entera, que son muchas horas, ya me levanto, ya me acuesto, ya me
paseo… ¿Tú que crees? ¡Anda, anda! ¡Que no es una noche, que son ya muchas y
muchos días! Y que te ríes de los analgésicos y te las das de fuerte frente a
ellos. Ayer me tuviste sentada todo el día y acobardada como si temiera algo
peor que llevarte a cuestas. Pues, ya viste lo que hice hoy: me tiré de la
cama, definitivamente, a las cinco, me acicalé de arriba abajo, soportándote en
quejidos que no iban a ninguna parte, pero… ¿qué quién me manda madrugar tanto y tan peripuesta que hasta los pendientes
nuevos estrené? ¡Qué gracia me haces! De sobra sabes la respuesta: iba a vivir,
iba a mirarme al espejo y sonreír, iba a tirar de tu maldita carga y que mis compañeros de café mañanero, me
dijeran, ¡ya está aquí la reina! ¡guapa! ¿Y eso me lo voy a perder por ti,
dolor insufrible y machacón? Muy difícil que lo consigas, y no voy a pactar
nada contigo que de sobra sé lo que quieres: que me arruine sentada en un
sillón y mirando cómo pasan las horas en la mentirosa y cansina pantalla de
una televisión? ¡Cómo se nota que no me conoces! Tú, hacerme
la puñeta bien hecha y a todas horas, y
yo empeñada en que no me ganes la partida. No me conociste en otros
tiempo con otra clase de dolores, más poderosos que tú, porque el dolor del
alma no admite analgésicos ni esperanza de recuperación, pero mira, los superé.
Por eso, si tú duro y yo despacio… -dijo el perro al hueso-. ¿Qué tú eres más
duro que un hueso y yo mucho menos
paciente que un perro? Qué enterado
eres, señor dolor! ¡Sigue, sigue mortificándome días y noches! Hoy en una
pierna, dentro de un rato en otra, más
tarde en las dos… Tú no me vas a morir a fuerza de mortificarme. ¡Vaya papelón el tuyo! ¿Jorobarnos a todos
antes o después? No sé quién te manda,
pero te instalas y ¡hala!, a no dejarnos vivir, a no dejarnos ser felices, a
sacarnos lágrimas que no queremos, a deprimirnos y dar morcilla a los que nos
rodean… ¿Qué bonito verdad? ¡Venga, aprieta
que en este momento soy feliz con una foto que hice al amanecer! ¡Que
soy feliz con mis hijos, con mis nietos. ¿sabes que eme dijo el chiquitín ayer?
Abuela te quiero mucho. ¡Anda, a ver quien te dice a ti que te quiere! ¿Que no
me puedo poner de pie? Pues ¡mira cómo me pongo. ¿Que no puedo caminar? Pues,
¡mira cómo camino”. ¿que no puedo…? ¡No,
si por tu gusto, tu solito conmigo y domar horas y horas en un sillón, atiborrada de analgésicas. ¡Qué va, que va!
Ahí no me vas a ver, dolorcito. Quiero estar despierta, bien despierta, porque
así sé que estoy viva, y quiero seguir
fotografiando amaneceres y crepúsculos, y quiero oír las palabras lindas de mis nietos, y quiero seguir con mi
novela, con mis amigos, con mi música… Así que, un día te cansarás y me
abandonarás y si no, ¿sabes que te digo? Con gusto pago mi cuota universal de
dolores que son muchos por el mundo. Tú no me dejas, y yo, a ti, ni hasta luego, ni hasta mañana; estás
muy bien situado en mí para abandonarme unos instantes, pero sigo, y sigo…
Ahora amanece, ahora escribo, ahora, un incipiente sol, me saca a la terraza, y
tú no sales en la foto, pero mi linda avenida sigue, y yo también.
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