Se nos acaba el mes, y hoy, un
recuerdo, una realidad me sitúa en el presente, a pesar de los años transcurridos, y vuelve a mi como apremiante
necesidad de vivirla de nuevo, de contarla, si bien creo haberlo
hecho en alguna ocasión. Para vosotros,
amigos, para mí, vivencia que no cesa.
Él, hombre de mundo, de muchos mundos, agradable
de trato, bien parecido, tras el mostrador de una sencilla librería atiende,
aconseja, conversa con la escasa
clientela que le llega cada día. Yo, refinada, soñadora, solitaria, clienta
habitual de material rutinario para mis muchas aficiones, caigo en la cuenta, un día, de que he olvidado el
monedero.
Él, sencillez, elegancia
que traduce en las mejores palabras: No
se preocupe: mañana me paga; otro día. Y presta al día siguiente, frente a
la puerta cerrada de aquel
establecimiento, leo: Cerrado por
defunción. Alguien me comenta: Ha
muerto el dueño.
¿Muerto? Siento de repente
que las piernas no me responden, que un escalofrío me conmueve, que la vista se
me pierde en un laberinto de negras interrogantes. A punto de desmayarse,
sentada en el bordillo de aquella puerta cerrada, me repito: ¡Si hoy es otro día! ¡Si hoy es mañana!
Corro a mi
casa con los pulsos rotos y a ojos cerrados quero exiliarme a un sueño: noche
de lluvia sobre mi paraguas, calles empedradas, cánticos gregorianos,
campanadas de relojes catedralicios, murmullo lejano de coros infantiles…
¿Dónde voy? No lo sé. Tal vez en busca de mi vendedor, tal vez en busca de vida sin muerte, tal vez…
No sé, pero
hoy vuelvo a mi sueño y quisiera resucitar calles empedradas, noche de lluvia
sobre mi paraguas…
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