(Final del capitulo anteeior: Dos o tres personas que pasaban se
detuvieron a mirarlo descaradamente, al tiempo que también elevaban la vista
hasta mi balcón buscando respuestas a su intriga y curiosidad.)
Cansada, perpleja y con sensación de haber vivido una pesadilla, me dejé
caer en el sofá, cerca del teléfono al que instintivamente se me iban los ojos
y las manos en una apremiante necesidad
de contarle a alguien lo ocurrido. Por unos minutos la casa volvió a inundarse
de humo y mis ojos quedaron casi ciegos en unos
zigzagueantes destellos de colores que me causaron tal pánico que creí
llegada mi última hora. No podía pensar, no podía moverme… Algo muy fuerte me
bullía en mi interior. Casi de forma inconsciente, saqué del bolso, siempre
cerca de mí, un ansiolítico y me la tragué sin más. Apoyé la cabeza sobre un
gran cojín y allí, acurrucada, esperando mi final, me quedé dormida.
Y en cada una de las tres fotos que le robé con mi móvil, su rostro
era, es diferente. Yo podía estar confundida pero la cámara de mi móvil, no.
Las sigo mirando, comparando… La verdad
es que la inesperada visita me llevó días de preocupación, dudas y sobresaltos.
Y sí, aquel hombre volvió, pero yo tenía una vida, más pasada que
presente por lo que decidí contarla
Nací un día de Todos los Santos, cuando, según
contaba mi madre, en la iglesia del pueblo, al atardecer, se iniciaba el doblar
de campanas que durante veinticuatro horas precedían, en incesante tañer, al
día de los Difuntos, un día de comer gachas, de estrenar abrigos, un día de ennoviarse, asar castañas, visitar
cementerios, asistir a la novena de Ánimas, un día, sí, más de muertos que de
vivos, pero yo aterricé, ¡qué ricura!, triunfante, en un moisés blandito y
perfumado, a pesar de tan tétrica música de fondo y de tan fúnebre escenario.
Eso sí, fue culpa del Ogino, ése, que se equivocó y ¡menos mal que fui fémina!
porque, dos hermanos varones, que ya andaban por el mundo, y uno más, hubiéramos sido un montón de machos que más
bien gustaban menos a mi madre.
De mi matrimonio nacieron dos hijos: Desire y Ángel,
casados ya y haciendo sus vidas por esos mundos. Como es ley de vida,
dicen. Mi Desi, en Barcelona; mi Ángel, en Palma de Mallorca.
Estoy, pues, demasiado sola y falta, ¡muy falta, de afectos
cercanos, sinceros…! Sola, deprimida y con secuelas de vivencias que, con
memoria definitiva, se instalaron en mí, dejando, para siempre, marcas
imborrables, despiadadas y punzantes. Marcas que ya ni intento borrar. Quedarme
sin ellas sería como raparme o quedarme coja, manca… Despellejarme. Algo así,
creo yo. Los dramas de mi vida, muchos. Los iré contando, pero, ¿vale la pena? ¿A quién le interesan? Si tan solo soy,
somos todos, gritos anónimos en desierto de astros indiferentes… ¿Tan solo era
alguien, luz -decía- para aquel extraño personaje?
1 comentario:
Pues si vale la pena compartir con los demás.Unas veces animan y otras hacen pensar. Besos
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