(Final del capítulo V: Si, tan solo soy, somos todos, gritos anónimos en
un desierto de astros indiferentes… ¿Tan solo era alguien, luz -decía-para
aquel extraño personaje?)
Y aquí estoy. Hace frío esta noche de primeros de Noviembre.
Los inviernos los duermo metida en un saco, envuelta en paños de lana y con una
manta eléctrica a los pies. Demasiada cama, demasiado poco calor, yo. Mi
permanencia en este pueblecito, próximo a la capital, clausura de la triste
vida que arrastro, se debe, ante todo, a motivos sentimentales: aquí, entre
estas cuatro paredes, está todo lo que he amado en los últimos veinticinco años
y ¡qué grande el piso! Todo entero para mí que sólo preciso este rincón, este
balcón de mi salón, desde el que puedo ver la calle, casi siempre solitaria,
húmeda ya en este tiempo, con macilentas farolas callejeras encendidas al
atardecer y que, no obstante su palidez, proyectan sombras fantasmagóricas
sobre mis paredes.
¿Qué espero yo aquí? Aquí o en cualquier parte. ¡Horas y
más horas haciendo tiempo para nada! Y todos los días a las cinco en punto, la
irresistible llamada del chocolate, aunque, las llamadas se suceden a lo largo
del día. La hora de mi vaso de tónica, la hora de las infusiones, la hora del
paseo, la hora de mirar fotos, la hora de la chirimoya, en este tiempo, ¡claro!
¡Qué montón de horas! ¿La hora de hacer el amor? ¡De eso nada! La tonta
manecilla de mi reloj va y se salta esa hora dejándome en blanco un día y otro
también, No sé si alegrarme o gritar: ¡Socorro! ¡Socorro!
Y cuenta mucho, ¡como
no!, mi amiga María Luisa, casi única amiga, joven y actual farmacéutica. Ella,
mujer de los tiempos, es un encanto: me entiende, me aconseja, me acompaña…
Aprendo, aprendo mucho de ella a pesar de su juventud y, a pesar de su
juventud, divorciada dos veces. La gente dice cosas: que es seca, que es
demasiado moderna, que bebe, que fuma, que es lesbiana, que, su voz bronca, sus
andares y hasta su perfume, son de hombre. ¡Qué cosas dice la gente! No tengo
datos. A pesar de nuestra amistad, conozco poco de su vida. Es reservada y yo
la respeto. Me gusta María Luisa, y por mi parte, nada que ver con el
lesbianismo, aunque tampoco me asusta ni me preocupa. ¡Cualquiera sabe! Pienso,
eso sí, que, más o menos, yo podría haber resultado como ella, si no me
hubieran trastocado los acontecimientos.
Pero aquel otro día, el timbre de mi
puerta a deshoras volvió a sonar…
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