Queridos amigos/as: una muy trágica historia con una base real que me sirvió de pedestal para montar una novela, hoy publicada, que os voy a ir transcribiendo en capítulos muy reducidos para no hacer larga su lectura.
Sería interesante adivinarais qué es verdad y qué ficción, porque eso, en definitiva, son todas las novelas.
Procuraré cada dos días escribir uno para que no se pierda el hilo.
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CAPÍTULO I
Llegué un poco
antes de la hora. Aparqué en medio de un gran charco, único lugar posible por
aquellos alrededores. Esperaba con impaciencia mi reencuentro con Lucrecia. A
derecha e izquierda la buscaba con impaciencia como si llevara siglos
estacionada en aquel portalón, aún cerrado, del cementerio. Tan sólo tráfico
ante mi vista y nubes que corrían en negra y eminente amenaza de lluvia. Un
poco lejos, la parada de un autobús, objetivo de mis ansiosas expectativas. De
pronto observé cómo, entre una multitud de gente que bajaba, una mujer, más
bien un bulto me pareció, se aproximaba al cementerio. Di unos pasos en dirección
hacia ella, y sí, era Lucrecia, tan ojerosa, envejecida y esquelética que en
otra situación no la hubiera reconocido. Pero estaba allí, frente a mí, con un
rostro desfigurado por grandes manchas oscuras, con preeminentes bolsas debajo
de los ojos y una vulgar taleguilla
colgada del brazo. Nos saludamos fríamente: No
quería molestarte, pero no sabía a quién acudir. Es muy duro… Se echó a
llorar, limpiándose los ojos con el puño de la manga. No es molestia. Has hecho bien con llamarme.
Unos pasos y en tenso silencio, acentuado por el
alborozado piar de pájaros por entre los cipreses, esperábamos, los rigores de
aquel mal asunto. bajo la marquesina de
las puertas, abiertas ya, de aquel lugar que exhalaba un sutil halo putrefacto.
Se levantó viento y comenzó a lloviznar. A las nueve en punto, casi de la nada,
surgió un coche, y un hombre, con papeles en la mano, preguntó sin apenas
mirarnos: ¿Quién es el familiar? Yo, soy
yo -se apresuró Lucrecia.
Y aquel hombre, hecho de rutinas,
añadió: Soy del Ayuntamiento. Mal rollo
éste y peor tiempecillo. Tiene que firmar estos papeles.
Después, a cojeadas, otro hombre de
gafas oscuras y gabardina blanca, revisó documentos, habló algo y, finalmente,
mirando a su alrededor, hizo chirriar un silbato al tiempo que exclamaba en
tono despectivo: ¡Gentuza! ¡Nunca están dónde deben!
Dos
hombres, con palas al hombro, cubiertos con gabanes de plástico, largos hasta los pies, y
apurando un bocadillo, aparecieron y, sin mediar explicaciones, recogieron
bártulos. Lucrecia me miró. En sus ojos
saltones, enrojecidos por tantas lágrimas cicatrizadas, una angustiada
interrogante: ¿Qué va a pasar ahora?
2 comentarios:
Interesante, espero el siguiente. Besos
Gracias, amiga. Un beso.
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