Dibujo: Carmelo López de Arce
(Cuento de mi obra "Del hombre que tenía mucho frío y otrops relatos")
Un hombre sencillo y trabajador, nacido y criado en el campo, había dedicado su vida a cultivar la tierra y, sobre todo, dedicaba gran parte de su tiempo a un pequeño jardín donde crecían las más bellas flores de toda la comarca.
Un día, estando el rey de cacería, pasó por aquel lugar y quedó maravillado del colorido y variedad de aquellas flores.
-Quiero que la persona autora de esta maravilla comparezca ante mí en palacio -dijo.
Y aquel hombre sencillo, hecho a los rigores del campo, tras mediar unas palabras con el rey, fue trasladado a palacio donde se le encomendó el cuidado del jardín real, poniéndole a su disposición cuanto iba solicitando para realizar su trabajo.
Pasó el tiempo y una mañana, el rey se dijo: Ya ha llegado la primavera. Quiero pasear por mi jardín y respirar el perfume de las rosas más bellas de todo mi reino.
Sucedió que, al adentrarse por los arriates y caminos de aquel hermoso jardín, en lugar de las rosas que esperaba, y que ya conocía, a diestra y siniestra habían crecido unas raras especies, cuyos colores, aromas y variedades eran por todos desconocidos, excepto por el jardinero que, satisfecho por los resultados, trató de explicar al rey: He querido sorprender a su majestad con estas flores, fruto de muchas horas de trabajo, de investigación, estudio, horas de ilusión hasta conseguir estas inéditas variedades.
El rey, sin entender palabra, airado, exclamó: ¡Yo no te contraté para que pensaras, investigaras! Yo lo único que deseaba de ti eran las rosas de tu jardín. ¡Rosas, sólo aquellas rosas!
El jardinero, orgulloso de su trabajo, se atrevió a contestar: Pero señor este jardín será más admirado por su originalidad que vale más que cualquier repetición e imitación....
Furioso el rey exclamó: ¡Silencio! ¿Qué sabes tú, pobre analfabeto? ¿Cómo pones en tus labios tan altisonantes palabras? ¿Acaso hay en ti algún destello de ingenio? No; sólo eres un vulgar campesino. Te concedo una temporada más -añadió- para que rectifiques. De lo contrario te enviaré a la cárcel por desacato.
Pasó el invierno y de nuevo llegó la primavera. El jardinero, asumiendo el riesgo de ser encarcelado, pasó el año cultivando las más exóticas variedades del mundo y, así mismo se decía: ¡Qué feliz soy! Ya puedo morir tranquilo. He logrado, con mi trabajo y las posibilidades que la naturaleza me ofrece, crear nuevas especies.
Y sucedió que el rey, al regresar al jardín a inaugurar la primavera, y al comprobar que el jardinero no se había sometido a sus órdenes, lo mandó encarcelar, tras un corto juicio en el que la acusación del rey era explícita: Por pensar y desobedecer órdenes.
Pasaron unos años y viejo y olvidado de todos, el jardinero murió en la prisión, pero aquel jardín, que el rey dio orden de clausurar, se transformó en un maravilloso vergel de flores tales que sus pétalos, a la luz del sol, emitían tales irisaciones que los hombres de todo el mundo acudían a presenciar tales prodigios, quedando extasiados ante lo logros de un pobre y vulgar jardinero.
Y el rey, caduco y enfermo, se pavoneaba, no obstante, repitiendo a voces para que todo el mundo lo oyera. Yo puse mi dinero para que fuera posible legar a la humanidad tan preciados descubrimientos. Yo, que soy experto en jardines y flores, puse en manos del jardinero las semillas, el agua, los abonos... ¡Yo, y sólo yo, soy el autooor…!
Pero sus voces se perdían, sin respuesta, por el universo, mientras interminables filas de peregrinos, depositaban ramos de bellas flores sobre un montón de tierra que era la tumba del jardinero.
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