MI CASA
Llevaba tiempo
queriendo visitar y fotografiar esa casa de la calle, ahora llamada
Alta, y Queipo de Llano en mi infancia y juventud, casa donde, desde mi infancia, ha estado ubicado el Banco Español de Crédito. Sí, puede
decirse que allí transcurrió mi vida, y es por eso que mis nostálgicos
recuerdos me impulsaban a volver, tras largos años, con el ánimo de
fotografiar aquel escenario de tan
entrañables vivencias. Y con tal propósito me desplacé allí el 30 de enero del 2004. ¡Cuánta emoción al
traspasar aquellas puertas por las que tantas veces en estos años he pasado y
mirado tratando de esquivar recuerdos! En mi mente seguían vivos, rincón por
rincón, todos los espacios que fueron marco de mis días de entonces:
habitaciones, jardín, galerías, suelos, paredes… Era como si, al fin, el pasado
y yo nos hubiéramos citado para un feliz reencuentro. Era como un sueño que
palpitaba en mis pulsos y que se hacía
realidad al alcance de mis manos, de mi cámara lista a eternizar la memoria histórica que, como legado, quería
mostrar en todo su esplendor a mis hijos y nietos, y era como si deshojara una
margarita de impaciencias e interrogantes: ¿Se conservaría o no se conservaría el cuarto de los baúles,
los dormitorios, los azulejos de suelos y paredes, el palomar, la veleta…?
No hicieron falta muchos pasos para que el telón del tiempo,
sin piedad, se corriera, dejando ante mi
vista un decorado insólito para mis
expectativas: No, no se conservaban la estructura de mis sueños. No obstante,
como queriéndome dejar abrazar por un halo de entusiasmo, casi un grito sin voz
nació en el silencio de aquella casa: ¡Resucitad todos y todo! ¡Estoy aquí...!
¡He vuelto! Dime, fraile de la veleta, ¿qué viento ha borrado mis años de juegos, canciones, plazas, cuentos...? Dime,
mujer manca y desnuda, de la fuente
grande, ¿qué hoz ha segado de mis pies aquellos caminos de trigales y
amapolas? ¿Qué guadaña desgarró mis
vestidos de pliegues, vuelos y
bailoteos? No hay arrullos de palomos ya en mi vida. No hay alborozados pajarillos
en mis crepusculares. No hay sueños de futuro en mi bastidor de seda...
¡Si no hay tal jardín! ¡Si no hay casa!
Sólo restos de paredes, ventanas, escombros… ¡Si tan sólo supervive
el viento!
No
-me dije-, no puedo quedarme un instante más. ¡No quiero jardines muertos! ¡No,
no quiero prolongar por más tiempo esta casa que ya no existe! No es el apego a
los recuerdos la rueda que pueda lograr el avance emocionado de mi vida.
Y dije adiós
con un firme propósito: poner fin,
definitivo, al pasado.
Y, al salir,
por última vez de esta mi casa, noto que se pierde el rumor de pasos de mi
madre, el sonido de palabras de mi padre, juegos y tardes de hierba, flores y
meriendas en el jardín, con mis hermanos.
Una lágrima,
tal vez la última, me acompaña de vuelta ya dentro de mi coche. También mi
pueblo es otro, y tú, amigo, paisano, y yo… No obstante, hay raíces que nos
alimentan y que nadie jamás podrá borrar del almanaque de nuestras vidas
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