Oye, espejito
maravilloso, ¿qué tienes que decir de mí? Es que tú también me vas a guiar los
pasos? ¡Lo que faltaba! ¿Qué me ves años?
¿Qué no me ves arrugas? ¿Y qué? ¿Qué
ya tengo una edad? Bueno, ¿te has fijado
en mis hombros tersos, blancos, suaves? ¿Te has detenido, acaso, en mis senos
coquetos de niña adolescente? ¿Has reparado en mi erguido cuello, soporte de
cálido abrazo? No le tengo miedo a los años, mago del espejo, no le tengo miedo
a nada. ¿Recuerdas cuando ante ti me miraba de reojo y con tanto recato que ni
yo misma me veía? Eso sí, eso era miedo al pecado, al infierno, miedo a perder
mi blanca azucena... No, no seas tan listo; no la he perdido, porque no hay
demonios que me tapen los ojos para mirar mi cuerpo, no hay infiernos para reconocer
belleza y juventud... ¿Sabes quienes queman
y negrean azucenas? Los taladores, sí, que cortan libertades que ciegos de envidia maltratan, hieren...,
que cobran por no verte, que solo buscan pódium dónde auparse.... Tú, mago del espejo, dejaste de ser
maravilloso, hace años, para tornarte
almanaque, tan absurdo, tan necio, tan maldito envidioso como todos los que se
izan de bandera para llamarnos viejos a los demás. ¡Qué infeliz, mago sin magia
alguna! ¿Es que no te das cuenta de que tú soy yo? No tienes más autoridad para
recordarme años que la que yo quiera otorgarte. Y no, más que te pese, más que
me recuerdes la tarjetita de identidad,
no eres mi juez, ni tú ni nadie. Mi juez
soy yo, y tú, ¡a cerrar la boca y
asentir! ¡Que no, que no te tengo miedo!
Al lado de mi
cabaña tengo una huerta yb unmadroñal
Hoy me levanté entonando una vieja canción: Al lado
de mi cabaña tengo una huerta y un madroñal, con mi cabaña y mi huerta qué quiero más. Pues, yo, nada. Tan solo eso me haría feliz.
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