Para muchos niños hoy empieza el curso, primer día
para muchos, encuentro con profesores y compañeros, para otros. Cada año,
cuando llega este día, el recuerdo de todos mis alumnos y de mis numerosas aulas en pueblo y en
Córdoba, me asalta como cálida ola que por unos instantes borrara el tiempo y
me situara en el regazo de Centros Escolares, esperando ilusionada el desfile
de mis alumnos. Pero las olas se desvanecen en la playa, y así esta mañana mi
ola, tras bañarme en recuerdos, se
esfumó, pero no pudo llevarse el magisterio que tanto amo.
Y es por eso que
hoy mi relato –ya contado- tenga como protagonista el escenario de un aula, de
un alumno, de una inolvidable historia.
Han pasado años, pero nunca me podré olvidar de Alias virus -nombre
puesto por él mismo-, un chaval de catorce años que de rebote de muchos cursos
como repetidor, llegó a mi aula un día. Simulando un saludo militar, exclamó,
con una sonrisa entre dulce y pícara, el primer día de clase: ee presenta Ernesto Che Guevara. Un poco
desconcertada, le contesté por su nombre:
sea bienvenido a esta su clase, don Miguel. Bajando el tono se expresó
en estos términos: la escuela no mola, seño. Todo el día sentado y sin poder hablar,
¿usted se cree? Mi viejo, que soy un hombre y tengo que estudiar; el dire, que
un día me echa, los maestros, que al pasillo... No mola, seño; la tienen tomada
conmigo porque mi padre es del partido.
Lo senté en mi mesa y dándole libreta y bolígrafo le dije: ¡anda, escribe
lo que quieras! ¿Lo que quiera?, ¿y no
me llevará al dire? No, tranquilo -le
insistí- «escribe lo que quieras que no lo va a leer nadie nada más que yo.
Con letra garrapatosa, escribió una sarta de picardías en las que
incluía a padres, maestros, colegio, compañeros, etc. Comprendí al leerlo que
se desahogaba a gusto de lo que pensaba y deseaba decir a todos y cada
uno. No
está mal -le dije- pero puedes y debes mejorar la letra».Sorprendido,
insistió: ¿y no me va a llevar al dire?
Te he dicho que no, anda escribe ¿Le
escribo una historia? ¡Claro, escribe lo que quieras! ¡Qué guay! ¿Y no se lo va a decir a mi viejo? ¡Qué no hombre, tranquilo, escribe!.
Y no fue una historia, sino el triste relato de su vida, salpicada de
robos, mentiras, droga...
Era la primera vez que me encontraba en una situación como aquella.
Decididamente, era yo la que tenía que ir a él y desde lo que parecían ser sus
intereses, caminar juntos. Próximas las vacaciones, me ausenté unos días de
clase por enfermedad y cuando volví ya no estaba: lo habían echado.
Una tarde de belenes y villancicos, derrotado, entró en el aula: ¡qué mala pata -exclamó- ¡Ahora que me
empezaba a gustar la escuela!
Durante un tiempo le seguí la pista. Después, se perdió en el pozo de la
droga, la cárcel, el sida. De por medio, unas palabras mal escritas: usted ha
sido lo mejor que he tenido.
Comprenderéis, amigos, mi emoción cada vez que escribo o cuento esta
historia que tuvo muchos más matices. Y no porque yo fuera lo mejor, ¡qué va!,
pero lo quise de verdad y el amor sí es
siempre lo mejor.
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