Sábado 10 de junio de 2017
Anoche, leyendo el mensaje de una de
nuestros amigos, en una Red Social, caí en la cuenta de lo anónimos que
somos unos para otros en gran mayoría. Pensé que eso se debe, entra otras
cosas, porque vamos tan a la ligera y a
lo nuestro que no tenemos tiempo ni gana
de leer los comentarios que también escriben los demás y en los que, aunque dirigidos
a mis escritos, en ellos van dejando pinceladas de sus vidas que no
deberíamos dejar pasar, porque, los amigos, los grupos, los blogs, etc. son algo más que
nombres, somos ante todo, personas y eso quiere decir que sentimos, sufrimos,
nos alegramos, tenemos problemas, etc. ¿Por qué no añadir a su comentario una
palabra siquiera que se sienta escuchado, leído? Lo de “me gusta” es de
agradecer, pero, seamos sinceros: la mayoría
de las veces ni tan siquiera sabemos de qué va lo escrito.
De ahí que, por mi parte, me haya propuesto, de vez en
cuando, hacer un breve currículum de amigos que conozco bien –no son muchos- y,
por supuesto, sin desvelar nada privado.
Y voy a empezar por mi hermana Mª Jesús, Mari en la familia.
Y lo hago, no por qué sea mi hermana, sino porque ella, testigo anónimo,
aparece todos los días sin hacer ni el más mínimo ruido. Creo que la mejor
forma de que sepáis de ella es reproduciendo la siguiente Carta al Director que
le dediqué, en su día, en el Diario Córdoba.
Miércoles,
cuatro de marzo. Nueve y media de la tarde. Tras seis horas de angustia
infinita, el doctor Concha nos da la noticia a toda la familia reunida en tensa
expectativa: Todo ha ido bien –nos
dice-.. No obstante hay que esperar veinticuatro horas. Sí, mi hermana
María Jesús, mi amiga, mi cómplice de toda la vida, por tercera vez se sometía
a una muy delicada intervención quirúrgica. Confieso mi exacerbada imaginación
que se tornaba interrogantes hacia la
diana de aquel quirófano, cuya puerta nos separaba: ¿Qué estaría pasando? ¿En
qué instante perdería la conciencia? ¿En qué momento el bisturí haría presa en
su cuerpo tan de niña todavía? Silencio, mucho silencio entre todos los que al
otro lado del evento la acompañábamos, la esperábamos. Hoy, cuando tan sólo han
transcurridos unos días, y estás en condiciones de leer esta carta, quiero
decirte, hermana, amiga, cómplice, si la emoción me deja, que tu vida es un
regalo para la familia y para todos los que te conocen, pero sobre todo
para ese hombre, tu marido, de tantas
lágrimas calladas, para tu hijo, sonrisa como expresión única de su dolor, para
mí, muy especialmente, que como niña asustada me sentía huérfana de tantas cosas que desde tu inconciencia no
podíamos compartir. Hoy, cuando al fin, una sonrisa cansada vuelve a ser
presente en tus labios, quiero dar gracias a Dios, gracias a ese magnífico Doctor Concha y a su
equipo, Gracias, sobre todo a ti, por tu coraje, valor, por tu bondad. Alguien
más, y lo sabes, los niños te esperan porque hasta unas horas antes de la
intervención, le dedicaste juegos, palabras… amor. ¡qué gran maestra! Tu sueño de apadrinar a tu hijo en su
enlace matrimonial es ya un futuro inmediato. Seguiremos viendo amaneceres y ocasos, arco iris y
lunas, porque el reloj de la vida te ha dado cuerda y tú consciente de ello, la
retas, una vez más, en duelo que, en
definitiva, es el vivir de todos.
Esto es algo
de mi hermana. Sombra una de la otra
desde muy niñas. Mayor que ella, la considero, más hija que hermana. Ahí, está,
humilde, con su fotito todos los días.
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