Y te miro y te veo en esa sonrisa teñida de un algo mágico
entre sereno y nostálgico.
¡Qué guapa te veo, mi querida mamá!
Vivir en el corazón de los que dejamos
detrás de nosotros no es morir. Campbell.
Es por eso que al cumplirse cuarente y dos años de tu muerte, querida mamá, tú sigas viva
en mí, pero de forma especial en esta madrugada de marzo, que empieza a
oler a azahar y cuando a solas en este
piso grande, casi reducido ahora al espacio de mi escritorio, tengo que
sacar mis mejores
palabras, como siempre, para plasmarlas en este reducida área
de mi ordenador.
Y mis palabras, hoy, no pueden ser otras que
la expresión más fervorosa y cálida hacia aquella mujer que fuiste, nada
convencional, culta, exquisita, caritativa... en tan difíciles años que te
tocaron vivir. Te recuerdo cultivando violetas y jazmines. Te recuerdo celosa
de tus pequeñas y bellísimas propiedades: cajita de música, rosario, pañuelos,
libros... Te recuerdo, que todavía se conserva en tus ropas, en aquel perfume
de rosas que era rastro de tu presencia y también de tus ausencias.
¡Cuánto te quise, mamá! ¡Cuánto lloraba en
la soledad de mis noches de niña, imaginando tu muerte! ¡Cuánto gozaba sentada
junto a ti, sin que tú, sumida siempre en un mundo de sueños imposibles, apenas
me notaras! ¡Cuánto sufría con tu precaria salud! Quiero tener fe y pensar
que yo también sigo viva para ti, y es por eso que constantemente te
sueño, te busco, te hablo... Quiero decirte que sigo siendo aquella niña buena
para todos que recogía las plumas caídas de los pajarillos, que protegía a los
niños pobres, que perdida en los rincones del jardín, escribía poesías y
cuentos.
No, no me he prostituido jamás porque mis causas siguen siendo la
verdad, la justicia, el amor por todos los seres humanos.
A veces, como hoy, me eternizo en este rincón sin saber
cómo seguir el camino donde tantas ausencias me han dejado huellas profundas.
Te sigo necesitando, mamá, para que me recuerdes que tengo que comer, para que
me des un precioso pañuelillo para secar mis lágrimas, para que me acompañes en
el silencio de tus largos rezos…
Tú no has muerto, mamá; sigues viva en mí y en
todas las cosas bellas de este mundo. Sí, te oigo, te veo, te siento; eres tú,
mi querida mamá.
No me dejes. Te necesito ahora más que nunca y cada día más. Me quedan lágrimas por ti, pero por ti, voy sonreír, a estar feliz, orgullosa por la madre que tuve tan especial: mi madre Blanca Espejo-Saavedra Anguita
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