Hoy os traigo, amigos, un relato de mi vida que me marcó junto con
otro que dejaré para otro día.
No sé si fue entonces, cuando comencé a vivir o a morir. Mi
madre, con gran solemnidad, me dijo un día: hoy cumples siete años. Ya tienes
uso de razón Ya eres una mujercita. Por las galerías salió a la baranda Luisa
que con grandes carcajadas exclamo:
Y ya mismo pones el
huevo. Mi madre la miró y le indicó que se callara. Hacía mucho frío. Era
domingo. Yo, como siempre que podía, y las máquinas de escribir estaban libres,
me refugiaba allí en mi deseo de
aprender a escribir en ellas. Mi madre se alejó. Yo, ni palabra, pero algo se
me solivianto en los adentros: qué o quién era aquella señora que me visitaba a
los siete años y, pensando que se trataría de una luz que se encendía en el
corazón, me miraba y descubrí que me latía pero nada de luz, pero eso sí, con
el dedo y sobre las nobles maderas de un noble mostrador garabateé un siete y
miré a mi alrededor. Descubrí un gran almanaque colgado de la pared, con un 24
de enero en rojo, y un bodegón torcido, y unos mapas raros
que nada tenían que ver con los del colegio y límites de España ¿Sería aquello cosa de la
señora razón? ¡Cuántas veces a lo muy largo ya de mi vida he recordado aquel
momento en que fue acreditado mi uso de razón! ¡Y cuántos
"perigallos" hemos dicho y creído! Porque, ¿hay edad para que la luz
de la razón se encienda en nuestro modo de vivir y actuar? Con frecuencia
decimos: sé esto o aquello desde que tengo uso de razón. Creo que eso quiere
decir desde que fui consciente de mi primer pensamiento, pero si es así, yo
comencé a funcionar con tal uso a los tres años porque, sí, algo recuerdo de
aquella tierna infancia.
No obstante, muchos, muchos años que mi ganado
uso de razón, además un perigallo que no me servís para nada, porque
si haca uso de él: bailar, enamorarme,
ir al cine, etc. mil de voces se alzaban
para decirme: ¡no, por ahí, no, ese no es tu camino! ¿Y cual, si mi uso razón me había convertido en una
mujercita? –según mi madre-. Por lo visto obedecer a las monjas, al cura,
decir, no, a mi “novio” Manolo, nada de bailes, nada de cines si no eran
blancas las pelis, mucha acción católica, hija de María, montañas nevadas, cara
al sol, y eso: esperar a ver por dónde ponía el
huevo anunciado por Luisa, y me pasaba
ratos mirando a las gallinas a ver cómo lo ponían.
Por supuesto no culpo a nadie. Fueron los tiempos, las
costumbres, los miedos, las represiones tras aquella tremenda guerra. Hoy estoy
convencida de que los mayores también
iban o venían por ese camino
Y visto lo visto, al
día de hoy, pues, ¡que seguimos casi igual: somos libres, pero no hables que te
puedes encontrar en una boda sin convidar, no opines que te tachan de las lista
de posibles ventajas, y nada de ser objetivos, lógicos, inteligentes... Por
eso, mejor, el tiempo loco que tenemos y cuatro tonterías...
¡Ah! y apalabrados que va muy bien para no pensar y mantener la mente agilizada... ¿Y
para qué? –me pregunto yo- Y me contesto yo: para
que nadie me engañe, ni me asuste más. Haré lo que quiera que, por cierto es
alejarme de todo lo que no me guste, dejar de preocuparme los y las trepadoras
que tanto abundan y a vivir en paz con mis escritos, mis amigos de Facebook, mi
familia y la buena gente de mi pueblo y del mundo. ¡Pobres niños que he visto
hoy sin hogar, trabajando, durmiendo, tirados
en la calle!
Y seguir queriendo y recordando a mis exalumnas de todos los tiempos
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