Estos bultos son toda la propiedad de un ser humano:
ropa, comida, escalón por casa...
Todas las tardes, a la misma hora, en el mismo sitio, con
la misma compañía, una sencilla y entrañable tertulia: cuatro cosas del día, de
los hijos, de los nietos... De vez en cuando, mendigos con largas y pintorescas
historias. Entre todos, una mujer metida en años, limpia, casi toda ella una
mano extendida y un murmullo de ininteligibles palabras, me llama especialmente la atención. Un día la invito a que se
tome un café y un dulce. Con atropellado agradecimiento se acerca tímidamente a
la barra. Espera con tal humildad que me conmueve profundamente.
Desde mi tertulia, observo cómo apura hasta las migajas
caídas sobre su vieja camiseta. Y tras reiteradas gracias, se aleja con otro
paso, más alegre, más vivo... Me hago propósito de atenderla cada vez que me la
tropiece. Y así sucede dos o tres días consecutivos. Al cuarto, cuando la veo acercarse, le hago una
señal al camarero para que la atienda pero, he aquí que, ante mi sorpresa, y tras mirarme en la
distancia, se esfuma como por arte de magia. Dejo de verla bastantes días. Una
mañana, por casualidad, me la encuentro en otro lugar. Le hablo: "No va ahora por allí. ¿Le sucede
algo?" "No señora - contesta
confundida y ruborizada -. No quiero abusar..."
¡Qué detalle! ¡Jamás hubiera imaginado tal nobleza en una pobre mendiga! Desde aquella mañana ya otoñal cuando, sin
destino ella, con mi nieto, camino del colegio, yo, me la encontré, no puedo apartarla de mis
pensamientos que, en un torbellino de interrogantes, casi que me torturan: ¿Por
qué seres humanos Tan hambrientos que se
coman hasta las migajas de una pobre limosna? ¿Por qué mi cómodo sillón relax,
mi cálido edredón nórdico, mi casa, mis cuatro caprichos, mi tertulia, mi café
diarios, mientras otros seres humanos de acá para allá deambulan
sin más hogar, sin más propiedades, sin más confort que una mísera manta debajo de algún puente o
en el porche de alguna casa?
... Y, cuando la vista
volvió, halló la respuesta viendo... Sí, yo creo que
tendríamos que detenernos, no sólo a ver la gente pasar, sino a ver cómo pasa.
Y, por supuesto, elegancia, nobleza, finura, detalles todos de los que carecemos
porque lo que mola es ¡a la pata la
llana! y ¡ a vivir lo mejor
posible que son cuatro días! Volver la vista atrás, debe ser cosa de
sabios.
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