La vida, hijos, es un
cúmulo de conveniencias: yo
te doy; tú me das.
En
la vida todo se puede vender, cambiar o comprar. Pero la mayor tranquilidad de
conciencia nos vendrá dada por el riesgo corrido en servir, en regalar,
en amar sin precio.
No
importa que nuestro nombre quede fuera de esas inútiles urnas que sirven al
poderoso para recontar y regodearse con la fidelidad de sus incondicionales
satélites y otorgarles la recompensa que ansían: ser considerados, tenidos en
cuenta…
Pero
esas urnas sólo son un cajón de
mentiras; mejor no estar en ellas.
Finalmente,
hijos, la vida es un camino por recorrer. En él encontraréis de todo, pero
jamás caigáis en la tentación de inmovilizaros
en punto alguno por blanco o negro que sea.
Continuad
siempre hacia adelante sin mirar para atrás porque una luz que se apaga no
volverá a lucir por mucho que nos duela.
Podemos, eso sí, guiados por su rastro, colgar una nueva en el horizonte de
nuestros pasos.
Y no os perdáis lo sucesivo que siempre será sorprendente, y
sobre todo no dejéis de marcar huellas que sirvan de guía a otros caminantes.
¡Adelante, hijos! Sois personajes
de excepción de este provisional
escenario que es la vida. Representad,
con la mayor perfección posible, vuestro papel, porque en ello encontraréis
la recompensa. Nacimos con un proyecto debajo del brazo: colaborar a que este
nuevo Día sea como un luminoso arco iris que, de extremo a extremo del
universo, luzca fecundo para todos los seres humanos.
No hay tiempo que perder.
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