A la sombra de un almendro en flor, observaba cómo las abejas, que se contaban por centenares, sumidas en su éxtasis de pétalos y néctares, de flor en flor, para nada se ocupaban de mi presencia.
¡Te van a picar! –exclamó alguien.
Pero, ¡qué va! Lo suyo era un vaivén de primavera,
y, un deseo, un placer, un deber con días contados.
Ellas se bebían el néctar de las florecillas, y yo me adormecía arrullada por tan apacible y sabrosa sinfonía.
¿Cómo me iban a dañar si yo no les estorbaba?
¿Cómo si no tenían tiempo que perder?
¿Cómo si yo les podía resultar amarga para su miel?
Y allí, bajo aquel almendro, cuajado de abejas caí en la cuenta de que también era primavera para mi ambrosía_
Sí, todos los seres humanos tienen a punto algo de néctar que de uno a otro, debo descubrir, beber y digerir mieles.
Tampoco yo tengo tiempo para las abejas. El reloj no cesa de marcar horas.
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