Mis pensamientos, poemas, cuentos... de Isabel Agüera

20 jul 2021

El discapacitado

 En su rostro, pálido y deforme se dibujaba una sonrisa. Una sonrisa que brotaba de la tristeza infinita de su alma, como brotan las gotas del rocío en la noche y amanecen cristalinas sobre los campos marchitos. Sus manos largas y puntiagudas se agitaban en un temblor sin retorno. Sus pies, que colgaban secos de unas piernas muertas, eran enormes zapatos que se aposentaban  sobre el plateado peldaño de una silla de ruedas grande y ligera que, al deslizarse, hacía un ruido macizo. Su cabeza, mata de pelo negro, retorciendo agitadamente el cuello, era la expresión viva de una alegría nueva, aquella mañana primera de escuela.

Un autobús blanco, impecable, con una cruz roja en las puertas, era la gran sorpresa de aquel día soleado de octubre. Los niños y niñas del colegio lo rodeamos. Las puertas del autobús se abrieron. Una plataforma, como si fuera un ascensor de juguete, descendió automáticamente, transformándose en una divertida rampa.  Por allí bajaron al inválido, con aquella sonrisa triste eclipsada en su rostro.

Lo conocí entonces. Era su primer día de colegio. Desde entonces, cada mañana y cada tarde, esperaba feliz al autobús que transportaba a Manuel, y esperaba, con impaciencia, la hora del recreo para empujar su carro de ruedas por entre los muchos alumnos que jugaban alegres en las pistas.

Hoy, después de muchos años transcurridos, pienso, de nuevo  en aquel niño inválido, en aquel amigo de mi infancia, que un día faltó al colegio y ya no regresó más 

Se ha ido al cielo -me dijeron-. Yo, al recordarlo, siempre me pregunto: ¿Por qué mi amigo tuvo que nacer inválido?  ¿Por qué tuvo que morirse tan pronto?

Y en mis sueños, lo veo, en  un carro de estrellas que empujan ángeles de esa escuela divina donde Dios nos aguarda a todos, y lo veo alado y celeste, escribiendo su nombre en la infinita pancarta del universo.

¡Espérame, amigo inválido! ¡Volveremos a estar juntos! Te lo prometo, pero entretanto ayúdame a caminar sin dejar espinas a mi paso. Como tú sólo quiero “andar sobre  blandas ruedas” para no herir, para no golpear la tierra que piso.

 


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