DIARIO CÓRODOBA / OPINIÓN
En la vida de los pueblos, de
los individuos, siempre hay un momento decisivo en que la historia comienza o
cambia radicalmente. Si nos detenemos un momento y observamos el movimiento de
la vida a nuestro alrededor, veremos que es permanente renovación. Siempre me
ha provocado reflexión aquello de que el cuerpo que teníamos hace un año, por
ejemplo, ya no es el mismo que tenemos ahora. Ha habido renovación: muerte,
nacimiento. No obstante hay algo en nosotros que se resiste al cambio: nuestra
mentalidad acomodada a unos esquemas que la soportan con una facilidad
asombrosa basada en la rutina de la cotidianidad.
Pero nuestra inercia tiene un
nombre más preocupante y trascendente: miedo. Recuerdo cuando se editó mi
primera novela, Buscando en la vida en la que una mujer decide romper con
creencias, costumbres, imposiciones, pecados..., y se lanza al vacío del cambio
con el paracaídas cerrado. Aquí, en nuestra ciudad se la tachó de antifamiliar,
antirreligiosa, antisocial, antitodo y hasta hubo amigos y familiares que la
abandonaron. Nada de esto era cierto. Se trataba solo de una denuncia de la
manipulación a la que había estado sometida, se trataba de reivindicar libertad
para la mujer, se trataba, en definitiva, de un cambio pacífico al compás de
las exigencias de los tiempos y sobre todo se trataba de llegar a saber pensar
en libertad.
Las personas cambian cuando se
dan cuenta del potencial que tienen para cambiar las cosas. (Paulo Coelho). Hoy
día se habla mucho de cambios: unos, hacia adelante; otros, hacia atrás, y en
esa marea de querer y no querer, se olvida una obviedad: solo las personas
ignorantes permanecen inquebrantables, inflexibles. Los cambios deben ser
siempre una necesidad; nunca un capricho. No fuiste antes ni después; fuiste a
tiempo. Yo no sabría qué hacer con las mismas vestiduras que el día de mi
alumbramiento. Seguiría siendo una bebé
dependiendo de la voluntad de todos.
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