Mis pensamientos, poemas, cuentos... de Isabel Agüera

10 nov 2015

Agorafobia: cosas de la mente

Todo lo que vivimos es digno de ser  contado y vivido.

 Han pasado veinte años, bueno, ya casi veinticinco, que  conocí a Rocío. Era una mujer joven, alta, delgada, de largos cabellos rubios, de mirada  grande y pocas, muy pocas palabras. Casi a rastras me llevó hasta ella una alumna, de nueve años, su hija: ¡Venga, venga a mi casa! –me insistía un día y otro-. Mi padre  está de viaje con los oros y mi madre está enferma; no sale a la calle, y yo le hago los mandados. ¿Qué le pasa? ¿Está en la cama? A lo mejor no le gustan las visitas… Es que siempre está sola y con las ventanas cerradas. No sé qué le pasa. Dice que le da miedo la calle. No, no está en la cama. Ella nos hace la comida y hace las cosas pero…
Un día le dije: dile a tu madre que mañana voy a verla. Y una leve sonrisa se dibujó en sus labios. Se va a alegrar. Como siempre está sola Y, al día siguiente, aparcando mi coche en la misma puerta de Andrea –era el nombre de mi alumna-, pude  entrar en su casa. La madre me esperaba sentada en una salita con las ventanas cerradas y la luz encendida a plena luz del día. No fue necesaria mucha conversación porque nada más entrar se precipitó a justificar aquel ambiente poco común: Perdone –me dijo-. Tengo miedo hasta de ver la calle por la ventana. Y me contó, con pelos y señales, su problema: taquicardia, temblores, sudores, ganas de vomitar, incapacidad total para dar un paso, más allá del umbral de su puerta.
Un poco perpleja por aquella desconocida supuesta enfermedad, le pregunté: ¿has ido al médico? ¿Qué diagnóstico te da? En un amago de sonrisa exclamó: ¡Uy, los médicos! Ni sé cuántos me han visto, pero todos lo mismo: nervios y pastillas van y vienen, pastillas que me dejan dormida, y mi marido se enfada y mi  hija que me necesita, pero no puedo, no puedo…. No, no quiero más médicos ni más pastillas y le digo la verdad: no sé qué hago yo  en este mundo. Mejor para todos sería… No puede pensar así –la interrumpí-. Todos tenemos problemas, pero cuando seguimos aquí, algo nos queda por hacer.
En ese momento entró el marido que había escuchado mis palabras: ¡Si es lo que yo le digo, pero no pone de su parte! Lleva años aquí encerrada y, ¿usted se cree que esto es vida para ella y para nosotros? La han visto los mejores médicos y psicólogos. Todos insisten en que tiene agorafobia, cosas de la mente que tiene que superar ella solita, pero nada, empeñada en sus miedos no hay quién la saque de aquí y uno se cansa, ¿usted me comprende? Le conseguí un trabajo como ayudante de peluquería, pero había que llevarla y traerla en coche. Ella conduce pero, aparcar y bajarse del coche… ¡Menudo problema! Solicité aparcamiento para minusválidos y hasta se rieron de mí. Así que uno por ahí viajando y con esta cruz a cuestas. ¿Usted me comprende?
(Continuará)

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