Mis pensamientos, poemas, cuentos... de Isabel Agüera

24 ago 2015

No somos virtuales

Cuando  era  niña, allí en el jardín de casa, junto a la caracola real, entre arrullos de palomos, cacareo de gallina y ronroneo de gatos, con la cabeza  escondida entre las rodillas, soñaba con cambiar  el mundo. Me daban pena los niños pobres, los ancianos, los criados...
Cuando fui mayor mis ambiciosos sueños se  encaminaron hacie esos complejos derroteros, empezando por trabajar con deseos infinitos de cambiar  una  escuela impopular, rutinaria... Después, caí en la cuenta de que tendría que empezar por cambiar yo, aceptando la realidad que era, si bien en una escalada de  superaciones, y así,  la cadena de cambios, eslabón tras eslabón, podría crecer y  multiplicarse. 
Y, sí, me hice real,  auténtica, pagando alto precio por estos valores, porque no hay  detrás de ellos negros que  hagan el trabajo, que den la cara, que promocionen y aúpen, que laven la imagen de   errores... 
El ser real, auténtico, en estos tiempos, es sinónimo de  imprudente, temerario... De ahí que cada día prime más la virtualidad, lo que puede ser pero no es, lo que normalmente es opuesto a lo efectivo y real. ¡Con cuánta emoción recibí las flores virtuales de mi amigo  virtual José Luis! Las fotocopié, las guardé... Era mi primer contacto con las posibilidades de la virtualidad.  Más tarde, palabras de alguien al teléfono resultaron ser también virtuales, y sufrí las primeras consecuencias de lo virtual: nada de compromisos, nada de explicaciones, tras haber sembrado,  como mínimo, ilusión. Todo, hasta el sexo, se puede practicar virtualmente. Todo puede ser, sin ser, pero, ¿adonde vamos a llegar? ¿Acaso es algo comparable con la calidez de la proximidad, de lo real..? No, los seres humanos jamás debemos escondernos en la virtualidad, los seres humanos somos realidad, y nunca una imagen, unas palabras que la técnica  permite manipular, vender...  
Hay que reivindicar autenticidad, fidelidad,  hay que recuperar la realidad que somos, hay que sacar tiempo para saborear las maravillas del legítimo vivir, siendo conscientes de nuestra  singularidad y no venderla o regalarla escondida en la máscara de una Red, de un Foro, de correo, de la virtualidad. 

La vida es un documento sin rubricar. Estampemos en él nuestra "cara" más real, más limpia; la que en realidad tenemos.

18 ago 2015

Seguimos con las ferias

Otro preparativo muy festivo era la tómbola, siempre benéfica.
Y para referirme a ella   tengo que recurrir, una vez más, al jardín de mi casa. Sí, allí se daban cita señoras del pueblo a fin de liar las papeletas de la tómbola. Al atardecer de bastantes días, se colocaba una gran mesa en el jardín, y en ella montones de papelillas cuadradas, objeto del  paciente y  hábil cometido de liarlas, trabajo que consistía en, comenzando por un pico, liar y liar hasta convertirlas en una especie de viruta, cuyo punto final se engomaba cabalmente. Recuerdo que aquellos montones de papeletas las denominaban blancas, lo que equivalía a que no llevaban premio. Las premiadas, tenían un tratamiento especial y reservado del cual nunca supe cómo lo hacían.
Aquellas tardes eran festivas en casa. Al caer de la tarde se regaba aquella parte del jardín donde se ubicaban los preparativos y, ¡qué delicia el olor  de la tierra mojada impregnado del aroma de tantas flores y plantas: damas de noche, jazmines, dompedros,  hierbabuena, etc. etc.!
En esta madrugada
cuando los años han barrido de mi vida cosas muy queridas, como hago siempre que la amenaza del desaliento se cierne sobre mis días, me refugio en aquel jardín, en aquellas horas que me hicieron feliz en mi infancia, y feliz era en aquellos preparativos que se protagonizaban allí, bajo la luz especial que colocaba mi padre, en la  amigable conspiración en torno a la tómbola. Feliz sentada al filo del arríate, bajo la  gigantesca fotinia, viendo cómo las salamanquesas  se multiplicaban en torno a la luz y a una nube de mosquitos, y los gatos maullaban por los tejados, y las jarras y botijos de agua fresca cundían de mano en mano.
No, no fueron tiempos mejores, pero todo estaba teñido con ese color especial que sólo se conoce en la carestía y que precisamente tornaba cualquier pequeño acontecimiento en especial, y se vivía con la  ilusión  profusa de lo grande, alegre, esperado…
La tómbola se montaba a base de regalos que la gente, según sus posibilidades, donaba  a la parroquia, siendo siempre el mayor premio, un jamón que no sé por qué extraña casualidad, aunque puedo adivinarlo ahora, como  poderoso reclamo no tocaba hasta el último día de feria.
Y según llegaban los regalos, se comentaban y, a pesar de ser muchos de ellos anónimos, se calculaba, y hasta se adivinaba su pertenencia.
Veo y siento  la tómbola como gran atractivo, y mis ojos de niña se extasiaban en aquellas papeletas blancas en las que de tarde en tarde aparecían premios.

Yo os propongo amigos en esta madrugada, que invertamos  ilusión en la tómbola de la vida, del día de hoy, al menos. Puede que nos toque el "jamón", y si no, tendremos el mejor premio: el haber participado.

Ser mayor o ser viejo

Diario Córdoba/ Opinón
ISABEL Agüera 18/08/2015
Un amigo, gran psicólogo, me hablaba de algo que yo no había oído: una cuarta edad. Gracias a las mejoras en los estilos de vida y a la atención sanitaria es más frecuente que grupos de personas enmarcadas en la ancianidad, la tercera edad, se encuentren en plenitud de facultades físicas y mentales, si bien es normal que sientan algún tipo de dolencia, lo cual no las convierte en desahucios de la sociedad.
Son muchos los mayores que se encuentran en plenitud y no obstante son objeto de discriminación para demasiadas cosas.
Desde mi punto de vista hay grandes diferencias entre ser mayor y ser viejo: mayor es quien tiene años; viejo quien perdió la jovialidad. El mayor vive cada día como único, con proyectos, con ilusión; para el viejo todos los días son iguales y su agenda está en blanco. El mayor camina, trabaja, se relaciona, se comunica: el viejo la mayor parte del tiempo lo pasa renegando de todo. 
En mi particular oración pido que los años no me hagan indiferente, insensible a mi realidad presente, porque quiero seguir construyendo, colaborando, soñando...Hay un pensamiento de Marañón que viene a resumir todo lo dicho: "Vivir no es sólo existir, sino existir y crear, saber gozar y sufrir y no dormir sin soñar. Descansar es empezar a morir".
Animo, pues a esa cuarta edad. Hay que seguir regando la parcela por pequeña que sea, hay que seguir aprendiendo, enseñando, repartiendo esperanza. Jamás un hombre es demasiado 
viejo para recomenzar su vida, jamà para dejar de enamorarse, jamàs para dejar de amar.
"Envejecer --dice O. Wilde-- no es nada; lo terrible es seguir sintiéndose joven". 
* Maestra y escritora

Álbum de recuerdos: las ferias I

Son estas fechas en las que en muchos pueblos de nuestra querida Andalucía se celebran adv ocaciones Marianas que vienen a ser el centro de nuestras fiestas por excelencia. Rememorando aquellos otros tiempos de la posguerra y de cara, sobre todo, a los más jóvenes, voy a recurrir una vez más al álbum de recuerdos, ya que, como suelo repetir, conviene saber de dónde venimos para valorar lo que tenemos.
En Villa del Río, el día grande será siempre el ocho de septiembre, día que nuestra Virgen de la Estrella recorre las calles, rodeada y a "hombros" de un pueblo que se hermana bajo su manto.
Como sucedía con todas las fiestas locales,  y en está muy especialmente, la gente comenzaba con tiempo la limpieza de las casas que pasaba por encalados de fachadas, limpieza de tejados, pintura de balcones y ventanas. También los interiores eran objeto de exhaustiva puesta a punto que, a veces, hasta pasaba por el lavado y  escaldado de colchones y lanas.
Pero sobre todo pasaba por un sustancioso aprovisionamiento de dulces caseros: pestiños, magdalenas, orejas, etc. Recuerdo el ir y venir a los hornos con chapas de dulces en masa, primero, y los cestos con los dulces horneados y olorosos, después. Y recuerdo los recintos de aquellos hornos de leña con grandes tableros por mesas repletos de pan. En Navidad, sobre todo, era un placer   permanecer al calor de  los hornos en espera de turno, entre una media nube de moscas que se posaba sobre los blancos lienzos, que cubrían las tablas de masa, y el olor  reconfortante de tortas y pan caliente.
Aquellos aprovisionamientos extras tenían como destino primordial la llegada de familiares y visitas, por lo que la administración que se hacía de ellos era bastante comedida con respecto a los deseos de los más pequeños que encontrábamos en aquellos dulces auténticos placeres gustativos.
Y aquí tengo que citar a la famosa Juana Lino, a la que con tiempo, se la contrataba para los roscos de viento que hacía  como nadie, en las casas, rodeada de la familia que colaboraba en lo necesario. Allí
me sigo viendo, en la gran cocina, rodeando con mis hermanos, y esperando el momento de poder
degustarlos.
Doy gracias a Dios por recordarlo,  y doy gracias, más que nada, por haberlo vivido ya que, el saborear, hoy, una simple galleta, es algo que sé agradecer y, eso, valorar el esfuerzo de nuestros mayores para situarnos donde estamos hoy.
Mañana, DM. seguiré y le tocará el turno a los preparativos de nuestra ancestral tómbola. Un millón de besos para todos y cada uno.

9 ago 2015

Repente frente al mar

Un repente, amigos, frente a un mar que me fascina:

¡Tírale un beso a la mar, marinero, mi  beso de tierra adentre, 
cógelo, allá va!

Quiero al despertar mirar al cielo y soñar que mi beso, navecilla libre, navega, 
música a proa de soledad.

¡Tírale un beso a tu mar, marinero, mi beso de tierra adentro, 
cógelo, allá va!

Quiero entre arreboles de ocaso, saber que mi beso no encalla, 
ver que mi beso se aleja, 
ver.. que mi beso se va, 
¡lejos, muy lejos, con la luna, las estrellas, las sirenas, galopando en 
 caballitos de mar!

¡Adiós, adiós, beso mío, no mires atrás!

Mi beso, marinero, pongo en tus labios de sal, 
tus labios, ¡qué senda de luz para surcar!  
No te lo quedes, marinero, tíralo sin miedo a tu mar!

Y yo seguiré soñando con mejores playas, con amores que no mueran, 
con mi cielo, con ese dios de todos, 
con mi beso sin destino, besando frentes en este soñado caminar.





4 ago 2015

A boca Cerrada

Diario Córdoba/Opinón El futuro --decía mi padre-- es dirección, camino hacia adelante, sin que por eso tengamos que reducir el pasado a una total amnesia. También en el internado, y referente al tipo de santidad tan propugnado en aquellos años, la máxima era semejante: si no se progresa, se retrocede. Lo que es idéntico a decir que no vale el quedarse parado ni en santidad, ni en cultura, ni en técnicas, ni mucho menos en política. Sin proponérmelo asisto como oyente a una divertida polémica: quiénes son de izquierdas y quiénes de derechas. Es bien conocido el dicho aquel de que jamás se arrepiente uno de callar, y sí de hablar. Pues yo, ¡a boca cerrada!, porque, para aquellos enfrentados opinantes. la cosa estaba más clara que el agua: dos contundentes etiquetas, conservadores y progresistas. Y esto, trasladado a mis esquemas ancestrales, equivalía a decir que la gente de derechas o caminan hacia atrás, o se ha echado en conserva, y los de izquierdas, caminan que cortan vientos. Las generalizaciones no me sirven para nada, ni las quiero, ni mucho menos las admito como razonamiento válido. Construir algo útil no es solo poner la meta en colocar arriba lo que está abajo y viceversa. Ser progresista, desde mi punto de vista, no es precisamente propiedad de color alguno, sino patrimonio de todos y, por supuesto, voluntad firme de lograr mayor justicia, igualdad y bienestar. De ahí que construir un futuro mejor tiene que pasar inevitablemente por ser personas de orden que caminan de cara a su tiempo, tratando de limar asperezas, aserrando ramas podridas, acogiendo valores nacientes, siendo generosos y tolerantes con los que ya emergen como fuerza imparable. No me valen las descalificaciones, agresiones y radicalismos sino, mejor, a boca cerrada, abrir los ojos, mirar y ver, tomarnos el pulso acerca de la subjetividad de nuestras palabras, fruto muchas veces de ideas tan fijas que solo ven un camino como posible, y arrimar el hombro.