Mis pensamientos, poemas, cuentos... de Isabel Agüera

30 ene 2018

Día de la Paz


Así lo vieron mis alumnos

(Del blog que dedico a mis nietos)

Mis queridos nietos y nietas:  para los que ya entendéis muchas cosas, quiero dejaros hoy, Día de la Paz, algunos pensamientos míos acerca de tan gran valor que deberíamos rotularnos en la frente como espejo donde puedan  vernos y verse, cuantos seres humanos encontremos en nuestro diario caminar.
¡Ojala pronto comprobéis que la paz vive en vosotros! Os quiero.
La paz no es, como se ve en las películas, la bandera blanca en un campo de batalla, la paz tampoco es rendirse por miedo ante el enemigo, la paz es, y quiero que lo entendáis bien, tener el coraje de  ganar esas batallitas  a las que la vida nos va enfrentando cada día, porque será, queramos o no, nuestro gran campo de batalla. ¿Una mala nota en el colegio os deja mal y puede que hasta os quite el sueño? Es una batallita que tenéis que ganar con esfuerzo, con estudio, con coraje.
Vivir en paz, mis queridos  nietos, tampoco en vivir de brazos cruzados viendo cómo pasa la vida, la paz es una conciencia tranquila de haber hecho y dado cada día lo mejor de nosotros y si en algo nos equivocamos o dejamos de hacer, rectificar a tiempo.
La paz  no es  una palabra que esperemos  les toque  lograr a otros y nos llegue a nosotros, la paz  es una actitud, un valor que debemos  llevar izados como antorcha  en nuestro caminar por la vida.  
Ser pacífico, no solo quiere decir ser un tranquilón de los que no se mete en nada y todo  se lo pasa por alto. Ser pacífico es, ante todo, evitar la violencia   los enfrentamientos, las palabras duras, las cabezonerías y discusiones inútiles y tantas y tanas cosas…
No olvidéis esto: Las páginas escritas en paz y amor, no hay años, ni acontecimientos que puedan borrar, porque  siempre quedan ecos de nuestro vivir y actuar grabados en el alma.
Si buscáis la paz y hay que elegir entre varios campos, no dudéis en elegir siempre el más bello: acertaréis porque la belleza no puede convivir con la maldad, mentira, hipocresía, la guerra…
Para vivir en paz no hay que venderse a nadie.  Cuando alguien nos compra, perdemos la libertad y eso quiere decir que nos cortan las alas que nos pertenecen y nos hacen esclavos suyos, luego no podremos vivir en paz porque perder la libertad es perder el mayor bien que tenemos.
Y ahora os cito unas frases de personajes célebres para que veáis cómo pensaban acerca de la paz.
·      Si quieres hacer la paz con tu enemigo tienes que trabajar con él. Entonces se convierte en tu compañero. -Nelson Mandela-
·      Lo decisivo para traer paz al mundo es vuestra conducta diaria. - Jiddu Krishnamurti-La paz no es solamente la ausencia de la guerra; mientras haya pobreza, racismo, discriminación y exclusión difícilmente podremos alcanzar un mundo de paz. -Rigoberta Menchú-.


14 ene 2018

Más que educación



Estos bultos son toda la propiedad de un ser humano: 
ropa, comida,  escalón por casa...


Todas las tardes, a la misma hora, en el mismo sitio, con la misma compañía, una sencilla y entrañable tertulia: cuatro cosas del día, de los hijos, de los nietos... De vez en cuando, mendigos con largas y pintorescas historias. Entre todos, una mujer metida en años, limpia, casi toda ella una mano extendida y un murmullo de ininteligibles palabras, me llama especialmente la atención. Un día la invito a que se tome un café y un dulce. Con atropellado agradecimiento se acerca tímidamente a la barra. Espera con tal humildad que me conmueve profundamente.
Desde mi tertulia, observo cómo apura hasta las migajas caídas sobre su vieja camiseta. Y tras reiteradas gracias, se aleja con otro paso, más alegre, más vivo... Me hago propósito de atenderla cada vez que me la tropiece. Y así sucede dos o tres días consecutivos.  Al cuarto, cuando la veo acercarse, le hago una señal al camarero para que la atienda pero, he aquí que,  ante mi sorpresa, y tras mirarme en la distancia, se esfuma como por arte de magia. Dejo de verla bastantes días. Una mañana, por casualidad, me la encuentro en otro lugar. Le hablo: "No va ahora por allí. ¿Le sucede algo?"  "No señora - contesta confundida y  ruborizada -. No quiero abusar..."
¡Qué detalle! ¡Jamás hubiera imaginado tal nobleza  en una pobre mendiga!  Desde aquella mañana ya otoñal cuando, sin destino ella, con mi nieto, camino del colegio, yo,  me la encontré, no puedo apartarla de mis pensamientos que, en un torbellino de interrogantes, casi que me torturan: ¿Por qué seres humanos Tan  hambrientos que se coman hasta las migajas de una pobre limosna? ¿Por qué mi cómodo sillón relax, mi cálido edredón nórdico, mi casa, mis cuatro caprichos, mi tertulia, mi café diarios, mientras otros seres humanos de acá para allá  deambulan  sin más hogar, sin más propiedades, sin más confort  que una mísera manta debajo de algún puente o en el porche de alguna casa?
... Y, cuando la vista volvió, halló la respuesta viendo... Sí, yo creo que tendríamos que detenernos, no sólo a ver la gente pasar, sino a ver cómo pasa. Y, por supuesto, elegancia, nobleza, finura, detalles todos de los que carecemos porque lo que mola es ¡a la pata la llana! y ¡ a vivir lo mejor posible que son cuatro días!  Volver la vista atrás, debe ser cosa de sabios.
    


5 ene 2018

Noche de Reyes








                                                            Mi casa

Buenos días, amigos: Sin entrar en el tema de la verdad o mentira de
 los Reyes Magos, voy a contaros cómo era este día en el pueblo en general y en mi casa en particular.
Para los niños la noche de los Reyes Magos era un delirio de cábalas. Mi padre nos hacía escribirle cartas con la expresión de nuestros deseos. A modo de anécdota citaré el año que mi carta empezaba así: “Queridos Reyes Magos, Melchor, Gaspar y Balta saresteaño”. No sé por qué mis hermanos no han olvidado el pequeño incidente ortográfico y lo cuentan y se ríen con bastante frecuencia cuando nos reunimos. Debió ser que mi padre, muy estricto con la ortografía, me hiciera repetir la carta o tal vez la ponderara como algo divertido.
Y llegaba la noche de Reyes. Mi padre era el mayor detonante de nuestros sueños, y creo que él los vivía con idéntica ilusión. Nos acostábamos temprano, previa ceremonia de colocar nuestros respectivos zapatos, bien limpios, en el dormitorio de nuestros padres, en el gran balcón cubierto, -el cierre, le llamábamos- por orden de edades. Realmente todo un espectáculo.
Comunicado con su dormitorio, estaba el nuestro, el de los siete, una gran habitación de tres  balcones a la calle, y era tal la fantasía con la que se esperaba la llegada de los Reyes que recuerdo cómo en alguna ocasión creí escuchar su mágica y sigilosa llegada y  sentir el beso que depositaban en mis mejillas.
Dormíamos poco todos los niños aquella noche porque de madrugada se producía la eclosión del gran momento: entrar y ver qué nos habían dejado. Era mi padre el que anunciaba el feliz acontecimiento: ¡Podéis entrar! ¡Ya han pasado! ¡Y cuántas cosas han dejado!
Corríamos descalzos y nos apresurábamos sobre nuestros zapatos. ¡Qué espectáculo! Cada cosa en su sitio y todo muy bien colocados y con tanto cariño que aquellas cuatro sencillas cosas, ante nuestra vista, eran auténticos regalos de Reyes.  ¡Qué alegría aquellas muñecas de cartón piedra! ¡Y aquellas cajas de lápices de colores! ¡Y los caballitos igualmente de cartón! Y los caramelos y alguna que otra chuchería. Mis padres, desde la cama, y con grandes exclamaciones de sorpresa, iban detenidamente examinando y elogiando los regalos. Y acabábamos todos en su cama felices como ningún otro día del año.
Luego en la calle, era la hora de exhibir nuestros regalos. Recuerdo cómo los niños más pobres portaban unas cestitas primorosas con algunos mantecados y perrunas. Yo los miraba con algo de pena pero creo que aquel día todos estábamos felices; ¡era un día  tan especial!
Siempre recordaré, y es mi sencillo homenaje, a Juana, cocinera de casa, con su gran moño enroscado como un frondoso nido, ojos grises y profundos, manos deformadas por la dureza de una vida de trabajos que nos contaba historias fantásticas y nos hacía soñar con un mundo de encantamientos.
Allí, al calor de la cocina, mientras preparaba guisotes o hacía pestiños y roscos de vino, en los inviernos, o en la puerta de casa entre aromas  de jazmines y damas de noche, en los  veranos, con insistencia, mis hermanos y yo repetíamos: Juana, un cuento. ¡Una historia! De risa, de magia... No, mejor de miedo. ¡Mejor, de los Reyes Magos!”
“Los Reyes Magos -nos decía, y se le iluminaban aquellos ojos pardos de mirada decrépita y profunda- llevan camellos, pajes, luces de colores, música, campanillas y, a su paso, perfuman el aire de exóticos olores traídos del lejano Oriente, y reparten regalos a las niñas y niños buenos, y dejan carbón a los malos. Carbón que huele a gasolina y azufre... Pero, ¡eso sí!: los niños deben estar dormidos.
Hoy, después de muchos años, sigo creyendo en los Reyes Magos que traen regalos a los niños buenos  como nos contaba la buena de Juana 
 Cuando en la infancia alguien siembra en nosotros un bonito sueño, no sólo echa raíces de un día, sino que, en constante crecida, se transformará en gigantesco árbol, cuyas ramas buscarán siempre la luz blanca del cielo.
Reyes Magos, sueño de todos los niños, de todos los tiempos.  Reyes Magos: Melchor, Gaspar, Baltasar... y nosotros.
Y la vida se normalizaba y todo volvía a ser idéntico en los rigores de un invierno que tenía su máximo exponente en aquel mes de enero que recuerdo con calles escarchadas, ropa tendida a la intemperie que amanecía helada, al igual que los pequeños charcos que pudiera haber por las calles