Mis pensamientos, poemas, cuentos... de Isabel Agüera

25 sept 2017

MARAVILLOSO RETABLO

DIARIO CÓRDOBA / OPINIÓN
ISABEL AGÜERA
La misión del artista es echar luz sobre las tinieblas del corazón humano», dice Shuman, compositor y crítico musical alemán. Y así creo que ha sido siempre y de ahí los grandes museos, bibliotecas, etc. y las grandes emociones que sentimos ante una obra de arte que nos conmueve por su belleza y realismo. Pero el arte, hoy, es banal y vacío, y no lo digo yo, es algo que leí en prensa digital, de igual forma leí que los espejos sirven para verse la cara y el arte para verse el alma.
Sinceramente creo que han aparecido Chirinos y Chanfalla de Cervantes para hacernos creer que cualquier cosa, pintura, escritura, música..., es una maravilla, cuando la realidad es que ni se ve, ni se oye, ni se entiende nada, pero nadie se atreve a decir lo contrario por temor a resultar inculto y pobre persona. Pienso que, efectivamente, hay que romper linealidades, hay que excavar aquellas brechas, caminos por los que asome la novedad, hay, en definitiva, que propiciar el surgimiento de un pensamiento rupturista y propositivo, pero los genios, los artistas capaces de mostrarnos una realidad nueva, sin que por ello pierda su condición de original creación, no abundan en estos tiempos.
No olvidemos que el concepto de arte depende de cómo ve la sociedad el mundo en su época, y en esta sociedad posmoderna, sin ídolos, sin tabúes, sin valores, sin pasado, sin tan siquiera imagen gloriosa de sí misma, todo vale, se expande el concepto que anatematiza como retrógrado, caduco, conservador, etc. a quien no ve maravillas en un arte que no es nada.
Aplaudimos, premiamos, promocionamos. pintura, literatura, música... Caja de barro vacía donde decimos ver un nuevo Retablo de Maravillas.

Mi amiga prostituta / Capítulo 1

El capítulo anterior era, en realidad, una especie de epílogo, el  último de la novela. Es por eso que empezamos.

Era una tarde de vacación de jueves. Las calles del pueblo, húmedas por el vaho del Guadalquivir, empezaban a ser oscuras, pegajosas, nostálgicas... Pasos de arrieros, cabreros, aguadores que se simultaneaban en un perezoso bullir de pregones por las esquinas. Fue en aquella casona del callejón de la iglesia que hacía esquina con la fuente, la que tenía banderas en el balcón: la casa de Falange, hogar posible de casi todas las niñas  ¡Ha venido una nena nueva! -voceó alguien- Una nena de la Calle del Río; es la hija de una mujer mala.
Instintivamente mis ojos la buscaron. Sí; estaba allí, sola, en un arcaico pupitre, trajinando con las fichas de un viejo parchís. Su piel era de un  blanco azulado transparente. Sus ojos, saltones, con rojizos ribetes, pero  lo más sobresaliente de aquel  espigado cuerpo de unos diez años, eran  unas largas trenzas rubias de bote. ¿Cómo te llamas?-le pregunté tímidamente-. ¡Pchs... ! Como las gatas: Lucrecia -contestó con voz más grande que sus años y mientras se rematabas una trenza que se le deshacía-. Los nenes me llaman sapo, y un amigo de mi madre me dice la borgia. ¿Y eso qué quiere decir? No lo sé, y mi madre tampoco lo sabe, pero mi abuela dice que es algo así como un apellido de cosas malas. ¡Me gusta tu nombre! -exclamé como si no hubiera escuchado sus últimas palabras- ¡Lucrecia es un nombre bonito! ¿Jugamos a pintar nubes? ¡Mira, mira!; hay borreguitos en el cielo. ¿Borreguitos en el cielo? ¿Dónde? ¡Yo no veo nada! –exclamó, asomándose a la ventana- Hay muchas nubes. ¡A lo mejor llueve! ¿Y tú cómo te llamas? ¿Y cuántos años tienes? María, como la  Virgen -contesté con la timidez que me caracterizaba-, y tengo los mismos años que tú. Mi abuela dice que María nos llamamos todas las mujeres, y mi abuela dice que la Virgen tiene muchos nombres porque la que hay en la ermita se llama Estrella, y mi abuela dice que nos ayuda pero yo la he visto y es un palo. ¿Un palo? –pregunté sorprendida- Es la Virgen, y mi madre es la camarera. ¡No digas eso de la Virgen que es pecado! Pecado es robar y matar, pero la Virgen es un palo. ¡Pecado! –exclamó riendo en una desentonada carcajada-. Bueno, ¿nos vamos  al terraplén de los Grupos?  ¿Es que eres mi amiga? Yo no tengo amigas. A mí nadie me quiere. Como vivo en la Calle del Río... Yo sí te quiero y podemos ser amigas, pero no digas que la Virgen es un palo.
-¿Tú mi amiga? ¿Y si se entera tu padre? Seguro que te castiga. Tu padre es el médico, ¿no? Tu padre tiene dinero; seguro que te castiga.
 Cogidas de la mano, corrimos por aquellas calles preñadas de otoño por las que  ya se auguraba el olor  de castañas asadas, braseros humeantes de alhucema, chasquido de burros acarreando aceituna a los molinos, palabrotas de los arrieros…
En un santiamén nos plantamos en el terraplén, tras los Grupos Escolares. Allí, tendidas boca arriba en el pasto, cuyos tonos se confundían con los pardos ya   de la tierra,  que exhalaba húmeda fragancia, jugábamos y trazábamos garabatos en el aire. Las campanadas del Ángelus confirmaban la avanzada hora del crepúsculo.
Nuestras almas de niñas, nuestros pequeños cuerpos, aupados en una insólita  dimensión, pegados el uno al otro, sellaban un pacto: Siempre seremos amigas. De pronto, de la nada, del silencio, surgió súbitamente un cuerpo, una mirada, una voz, una mujer que, desde los rigores de un luto, anatematizó, mirándome fijamente: ¡ya le diré yo a tu padre con quién  andas, María! ¿No sabes que ésta es la hija de una mujer mala de las de la Calle del Río? ¡Para qué cuando tu padre se entere! Un solivianto nos puso de pie. ¡Corre, corre!  -exclamó Lucrecia, al tiempo que increpaba desenvuelta a la oscura mujer– Mi madre no es mala. ¡Eso será la tuya, vieja fea! ¡Corre, María, antes de que se chive esta bruja! ¡Que no se entere tu padre! ¡Dile que estabas con la boticaria! ¡Dile que esta mujer es una mentirosa!
Las últimas palabras que pude escuchar en mi huida fueron: Mi madre es buena, hija de puta.


23 sept 2017

Ya estamos en elotoño

Ya estamos en el otoño.
Remolino de tonos grises, anaranjados, violetas…
                                                            más bien húmedos,
                                                            más bien fríos. 

¡Qué mágica luminosidad en tierra, cielo, horizontes...!
¡Qué suave el viento que noto palpitar en mis mejillas...!
¡Qué bella  diosa blanca este atardecer otoñal!
¡Qué colmenar de azahares mi alma, éxtasis de sueños infinitos!

Pájaros emigrantes surcan mis cielos amanecidos tan de mañana.
Día y hora de lejanos ecos que reverberan nítidos en el escenario de mis pasos.

¡Qué poca cosa yo, estrella fugaz en brazos de alas calmas!
¡Qué niñas mis lágrimas, sin destino, desbordadas...!
¡Qué ardor en mi sangre, pulmón de sueños inventados, soplo de amores!
                                                                
           ¡Adiós, pájaros adiós!
¡Me izan aires y me aúpan  a vuestro  futuro destino!
¡Me crecen remos en el mar de tan larga travesía!
¡Me  seduce y conjura tan aventurada emigración!        
         ¡Volved, pájaros, volved!

Nubes que llegan, papeles que vuelan,
hojas que reverencian mi sentido caminar,
voces lejanas, ladridos, crujir de cancelas,
recuerdos que me arrullan en los adentros... 
                                                         Y el otoño que llega un año más.
                                                         Y en mis labios una plegaria:

                                                          Déjame, Dios, un día más.


20 sept 2017

MI AMIGA PROSTITUTA

Hace unos años me publicaron una novela que prácticamente no se publicó nada y es poco conocida. No obstante, desde mi punto de vista de autora, es una buena e interesante novela. Título, Mi amiga Prostituta.
En Facebook la voy  publicando en capítulos muy resumidos y contenido seleccionado.  Tal vez a los lectores de este Blog les guste. Así que hacemos la prueba.

EPÍLOGO (EMPEZANDOPOR EL FINAL)

Llegué un poco antes de la hora. Aparqué en medio de un gran charco, único lugar posible por aquellos alrededores. Esperaba con impaciencia mi reencuentro con Lucrecia. A derecha e izquierda la buscaba con impaciencia como si llevara siglos estacionada en aquel portalón, aún cerrado, del cementerio. Tan sólo tráfico ante mi vista y nubes que corrían en negra y eminente amenaza de lluvia. Un poco lejos, la parada de un autobús, objetivo de mis ansiosas expectativas. De pronto observé cómo, entre una multitud de gente que bajaba, una mujer, más bien un bulto me pareció, se aproximaba al cementerio. Di unos pasos en dirección hacia ella, y sí, era Lucrecia, tan ojerosa, envejecida y esquelética que en otra situación no la hubiera reconocido. Pero estaba allí, frente a mí, con un rostro desfigurado por grandes manchas oscuras, con preeminentes bolsas debajo de los ojos y una  vulgar taleguilla colgada del brazo. Nos saludamos fríamente: No quería molestarte, pero no sabía a quién acudir. Es muy duro… Se echó a llorar, limpiándose los ojos con el puño de la manga. No es molestia. Has hecho bien con llamarme.
Unos pasos y  en tenso silencio, acentuado por el alborozado piar de pájaros por entre los cipreses, esperábamos, los rigores de aquel mal asunto. bajo la marquesina  de las puertas, abiertas ya, de aquel lugar que exhalaba un sutil halo putrefacto. Se levantó viento y comenzó a lloviznar. A las nueve en punto, casi de la nada, surgió un coche, y un hombre, con papeles en la mano, preguntó sin apenas mirarnos: ¿Quién es el familiar? Yo, soy yo -se apresuró Lucrecia.
Y aquel hombre, hecho de rutinas, añadió: Soy del Ayuntamiento. Mal rollo éste y peor tiempecillo. Tiene que firmar estos papeles.
Después, a cojeadas, otro hombre de gafas oscuras y gabardina blanca, revisó documentos, habló algo y, finalmente, mirando a su alrededor, hizo chirriar un silbato al tiempo que exclamaba en tono  despectivo: ¡Gentuza! ¡Nunca están dónde deben!
Dos hombres, con  palas  al hombro, cubiertos con gabanes  de plástico, largos hasta los pies, y apurando un bocadillo, aparecieron y, sin mediar explicaciones, recogieron bártulos. Lucrecia  me miró. En sus ojos saltones, enrojecidos por tantas lágrimas cicatrizadas, una angustiada interrogante: ¿Qué va a pasar ahora?
 (CONTINARÁ)
 



14 sept 2017

Mago del espejo: monólogo

  
Oye, espejito maravilloso, ¿qué tienes que decir de mí? Es que tú también me vas a guiar los pasos? ¡Lo que faltaba! ¿Qué me ves años?  ¿Qué no me ves arrugas?  ¿Y qué? ¿Qué ya tengo una edad? Bueno,  ¿te has fijado en mis hombros tersos, blancos, suaves? ¿Te has detenido, acaso, en mis senos coquetos de niña adolescente?   ¿Has reparado en mi erguido cuello, soporte de cálido abrazo? No le tengo miedo a los años, mago del espejo, no le tengo miedo a nada. ¿Recuerdas cuando  ante ti  me miraba de reojo y con tanto recato que ni yo misma me veía? Eso sí, eso era miedo al pecado, al infierno, miedo a perder mi blanca azucena... No, no seas tan listo; no la he perdido, porque no hay demonios que me tapen los ojos para mirar mi cuerpo, no hay infiernos para reconocer belleza y juventud... ¿Sabes quienes queman  y negrean azucenas? Los taladores, sí, que cortan libertades  que ciegos de envidia maltratan, hieren..., que cobran por no verte, que solo buscan pódium dónde auparse....  Tú, mago del espejo, dejaste de ser maravilloso, hace años,  para tornarte almanaque, tan absurdo, tan necio, tan maldito envidioso como todos los que se izan de bandera para llamarnos viejos a los demás. ¡Qué infeliz, mago sin magia alguna! ¿Es que no te das cuenta de que tú soy yo? No tienes más autoridad para recordarme años que la que yo quiera otorgarte. Y no, más que te pese, más que me recuerdes  la tarjetita de identidad, no eres mi juez, ni tú ni nadie.  Mi juez soy yo,  y tú, ¡a cerrar la boca y asentir! ¡Que no, que no te tengo miedo!

Al lado de mi cabaña tengo una huerta yb unmadroñal
Hoy me levanté entonando una vieja canción: Al lado de mi cabaña tengo una huerta y un   madroñal, con mi cabaña y mi huerta qué quiero más. Pues, yo, nada. Tan solo eso me haría feliz.


13 sept 2017

Juegos de muerte

          DIAIRIO CÓRDOBA / OPINIÓN
           Este verano la ocasión se me pintó calva. Sí, porque he podido de primera mano comprobar cosas que conocía de oídas con respecto a ciertas novedades, hijas de los tiempos, que son prioridad de niños y jóvenes, si bien responsabilidad de los mayores, que las facilitamos, consentimos e incluso justificamos.

Bueno, pues no sé qué va a ser de todos porque, para empezar, desde bien pequeños, los niños están enganchados a la PlayStation de la que solo sabía el nombre y consecuencias como el nerviosismo escolar con ciertos tic incorporados y, por supuesto, el fracaso escolar, pero es que hay algo mucho peor, descubierto al ver despacio estos juegos en la pantalla: de forma poco subliminal, los niños se van familiarizando con el crimen, la muerte, el terror, porque todo son metralletas, artilugios mortales, armas... ¿Por qué matan? –se me ocurrió preguntar a unos niños— ¡Ea, porque son extranjeros –me contestaron—. Sencillamente, sentí horror. 
Otro día, por la tarde, me di un paseo a un pueblo próximo. Tropecé con un festejo organizado por el ayuntamiento con entrada libre para cualquier edad. Entré por curiosidad y nunca hubiera imaginado lo que allí vi y oí: un diyeis que repetía por los altavoces cosas literalmente como estas: «¡Vamos a bailar! En una mano quiero veros una cerveza y en la otra un porro y que viva vuestra puta madre y los cojones de vuestro padre!», etc. 
El recinto abarrotado de jóvenes y niños que fumaban y bebían sin control de nadie. Sí, había un guardia en la puerta pero vigilaba, no sé, el orden tal vez y punto. Yo creía que estaba prohibido el alcohol, el tabaco y mucho más la droga, máxime en menores. ¡Cuánta mentira! ¿Cómo se puede organizar un evento sin controlar lo que sucede allí, al aire libre, incitando al consumo de sustancias tan dañinas y con un vocabulario tan soez? 
Me alejé de allí, triste y bastante desesperanzada porque comprendí cómo entre todos promovemos, asistimos, colaboramos a la creación de una sociedad de muerte en la que el terror no solo será de yihadistas, sino una forma más de supuesta convivencia. Denunciemos, vigilemos y evitaremos, en parte, este huracán detractor de valores que muy pronto, ya, no solo vamos a lamentar sino a pagar las consecuencias.