Mis pensamientos, poemas, cuentos... de Isabel Agüera

29 ene 2014

La paz de los momentos


 (En el día de la paz)


                                 
            ¡Mira, mira cómo llega ya,  sin ruido, 
la  radiante, la bella, la nueva luz del alba!

Seis de la mañana. Bastante noche todavía. Bastante frío. Mi cálido rincón junto al ventanal del fondo en mi  cafetería de cada amanecer. En los cristales, bailoteo de colores de las maquinas de juego que se confunden con las sombras de los álamos en la Avenida, con los aromáticos vapores de mi café....
En la esquina, la mujer del perro: sola, extática, oscura... De vez en cuando,  gente que entra, gente que sale... Coches que pasan, semáforos, farolas, ecos, siempre ecos que, como estrellas fugaces,  surcan y decoran este mi  escenario de ayer, de hoy, de mañana... Flores nuevas, recuerdos, suspiros, esperanzas, siempre.
Sí, aquí seguiré  enlazando los placeres de esta hora, notando cómo el vientecillo tan frío de la mañana es soplo que  acelera el  río que es mi alma, viajera  de estaciones que vibran  por  horizontes  de auroras errantes, hadas compañeras de mis días...
¿Una mosca? ¡Tan chiquitina! ¡Tan madrugadora!  ¡Tan cariñosa! Sí, una mosca que sobrevive, que     se desliza por el cordón de la persiana y de vez en cuando huye, desconfiada, inquieta...
¡No me temas, chiquitina!  No podría hacerte daño, porque también para ti la vida es una oportunidad, porque, seguro, te sientes tan frágil, tan sola como yo...
No, no me temas; no puedo perderte: ¡Vive, vive...!Tú ya eres paisaje en el jardín de mis silencios.
Tú ya eres compañera en esta hora indescriptible, maravillosa... de mis amaneceres. ¡Vive, vive...!
¡Mira, mira cómo llega ya,  sin ruido, la  radiante, la bella, la nueva luz del alba!



23 ene 2014

Esto era yo una vez


AYER
¡Que guapa mi madre y qué monigotilla, yo

Sí, un veinticuatro de enero de hace ya muchos, muchos años, llegué al mundo a las seis de la madrugada. ¡Cómo hubiera deseado ser espectadora de mi propio nacimiento, y haber contemplado en una mirada infinita los horizontes más remotos del mundo, cuando mi primer grito irrumpió en aquella habitación de la calle Queipo de Llano de mi pueblo, cuando mis pulmones, por primera vez, se llenaron de aire, aquella mañana helada de enero!
Los tejados de las casas chorrean escarcha. La gente, acurrucada y adormecida, balbucea protestas a la repentina voz del sereno que, arrebujado  en pelliza y boina,  repite en canturreos por las esquinas: ¡Las seis en punto y serenooo!  Expectación. ¡Lo he oído contar tantas veces! Papá, a la cabecera de la cama, sufre, reza, espera… Mamá, Casi una niña, hace el último esfuerzo, y mi cuerpo, sanguinolento y gelatinoso, llega a la vida. ¡Una niña! -exclama la comadrona Gertrudis- ¡Una hermosa niña!
Silencio. Las miradas de papá y mamá se cruzan: nostalgia, frustración, sonrisa triste, lágrimas, un abrazo. Mamá, extenuada, sin poder evitar, no obstante la desilusión, repite: Ha sido niña, Paco; lo siento, lo siento... Y papá me coge en sus brazos: un beso, unas palabras, más en su corazón que en sus labios: Tú no tienes la culpa. En una cuna celeste, no pensada para mí, duerme una niña su primera madrugada, y en la plaza, en la Iglesia, en los primeros encuentros de aquella mañana, la noticia: ¡La señora de don Francisco, el del Banco, ha tenido otra niña! ¡Pobre doña  Blanca y pobre don Francisco!
Madrugada de aquel veinticuatro de enero. Instante irrepetible de mi nacimiento que fue un error; yo no debí nacer. No fui deseada. Yo no era el hijo varón fallecido, el varón buscado y deseado. Yo no representaba aquella página dolorosa que papá y mamá trataron de pasar concibiendo un nuevo hijo. Yo tan sólo era una niña, un bebé que jamás volvería a encontrar la seguridad, la paz, el silencio del sopor fetal. La prehistoria de mi vida termina, y la lucha por la seguridad de un nido, por la aceptación que no tuve, la lucha por el amor del claustro que me engendró, serán las grandes aventuras, las insólitas batallas que agitarán mi vida como si de una pavesa traída y llevada por el viento se tratase.
Ya de niña me refugio en los más secretos rincones. Cada vez que presiento el rechazo o desamor, me encierro en un nido que me fabrico en cualquier lugar: entre ramas secas de viejas enredaderas del jardín de casa que me arropan y arañan como a un gorrión asustado o en los muchos trasteros de aquella casa grande donde fácilmente paso desapercibida para todas las miradas. Tengo miedo al desamparo y abandono. Aquella letrilla que me canturreaba mamá, esta niña chiquita no tiene a nadie; su madre, una gitana, la echó a la calle, siempre me dejaba triste. ¿Tendría yo a alguien? ¿Me echarían a la calle? ¿Cómo gratificar y justificar mi presencia en el mundo? He aquí mi gran aventura: justificar mi existencia, hacerme sitio en un mundo tan complejo. A los ocho años, de me destapa una fuerte agorafobia que a rastro hasta el día de hoy. Lucho, trabajo, amo, espero… Pero presiento que nada tengo que pueda ser motivo de interés para alguien y temo siempre molestar, interrumpir, temo, y la vida me ha dado muchas veces la razón, al desamor, al verme en la “calle” tal vez por no estar a la altura, por no dar el primer paso….
En fin, que hoy es mi cumpleaños y que, si no fui deseada, tuve los mejores padres del mundo y hoy noto que  mi vida no fue un fracaso, sino una historia larga, muy larga…
(Texto de mi novela "Buscando en la vida")
        
HOY, 24 DE ENERO DE 2014,recién nacida- ¡Quçe emoción!
MIS HIJOS Y NIETOS, LO MEJOR.

19 ene 2014

Mi despertar, hoy

 

                        Nube que como ola gigante se precipita en luz
                                        a esta tierra de tinieblas

Sí, hoy domingo, diecinueve de  enero de  dos mil catorce. Mi fiel despertador, con todo el respeto del mundo, me llama a las cinco treinta de la madrugada: mi hora de cada día. Lo esperaba despierta, tras el solivianto de una tremenda pesadilla. Oigo la lluvia  que no ha cesado en toda la noche, siento frío, siento un fuerte calambre en la pierna derecha, me duelen los ojos, me pesa tanto el día… ¿Levantarme, no levantarme?  La dudas se me agolpan: ¿Vestirme, salir a la calle con mi maldita agorafobia, mi cafetería, hoy  domingo cerrada, tendré que coger el coche y buscar otra cercana? Sola, ¡qué sola! Voces de ¡tantas y tantas decepciones! Creo que nadie sabe de mis grandes problemas, siento miedo a un ictus, a un infarto… ¿Cuándo me encontrarían? Salgo al fin de la cama. ¡Ay, ay! ¿Me estoy mareando?  Delante del  mago espejo, trato de sonreír. Cosas tuyas me –dice- Deberías saberlo; no estás mal. Tu piel es tersa, tu mirada serena… ¡Anda, anda y sigue; no te detengas.
Y carrito chico de la compra a ristre  como compañía en la que  apoyarme, abrigo, paraguas, bolso, bufanda, guantes… Son las seis y cuarto. Llueve a cántaros. El coche frente a mi puerta. Dos pasos y estoy dentro. Mi avenida un espejo donde los semáforos a gusto se encienden y apagan en misteriosos reflejos que se pierden  en el asfalto. ¡Ni un coche! Solo el mío con el runrún del limpiaparabrisas que no cesa. Pulso el botón de la radio y una preciosa música me emociona y me caen lágrimas como gotitas de lluvia a dúo que empapan mis mejillas. Llego a mi destino, me recompongo, el bar está solo, el camarero me sirve el café y exclama: ¡Mala “orilla” para madrugar, señora! Asiento y  trato de sonreír.  La conozco del periódico –dice, y yo creo que por decir algo-, y siempre la leo. Gracias -contesto y me sale la voz ronca, dificultosa- Cuídese que  hay muchas criaturas con gripe.  Se aleja, mientras pienso: ¿cuál será la segunda voz que escuche? Regreso al coche. Ha cesado de llover y la temperatura es agradable. Me siento algo mejor, pero frente al ordenador, no sé por dónde empezar o por dónde seguir. Se me ocurre escribir  mis dos horas de vida, hoy, pero me digo: ¡si mis  seguidores saben ya de otras veces! ¡Y si a lo mejor piensan que me repito! ¡Y si…,  nada, que piensen lo que quieran! Son unas horas  más de mi vida que comenzó con esta mala radiografía
Y ya ha amanecido. Hay nubes   negras por los cielos de Córdoba. A mi derecha, un poco más tarde, una gigantesca nube anaranjada como preludio de buen día. Mi fotografía de cada día a esta hora en punto y mi oración de hoy a este mi cuadro del Corazón de Jesús que incesantemente me mira: ¿En Vos confío o confío en mí? ¿Ayúdame o tengo que ayudarme? ¿Oración o mantra? No lo sé, pero mi reloj sigue marcando horas,  y yo quiero imitarlo y seguir dando pasos, aunque sean muy cortitos. Ahora me voy al blog y, ¡hala, publicar y que sea lo que tenga que ser!






18 ene 2014

La huella de Dios


Escalerilla del tiempo, escalerilla de Dios

Mitad payo, mitad gitano, sonrisa perenne, mitad picardía, mitad ternura.
A golpe de pico y a fuerza de sueños allanó el cerrillo, hizo su casa y, con empeño infinito buscó, acarreó piedras hasta completar esta escalerilla de “castillo” como él la llamaba y en la que  con la lluvia –decía- se lavaba y salía la huella del tiempo, la huella de Dios
Por eso, cada vez que vengo a este lugar de silencios y viento, me detengo en la escalerilla del tiempo, en la escalerilla de Dios, hoy abandonada, en la que siguen vivos   los misterios que vaticinaba, aquel muchacho, mitad payo, mitad gitano, que, víctima de la incomprensión e intolerancia, tuvo que emigrar lejos, muy lejos de aquí, bajo las estrellas y a la búsqueda de nuevas piedras a las  que, la  lluvia, con su frescura, destapara la huella de Dios.
No se preocupe, señorita, ya encontraremos otro sitio! ¡Los gitanos estamos hechos a estas cosas...! Se ha salvado el árbol y la escalerilla, algo, que no es poco...
Y aquí, clavada, bajo tu árbol, al pie de tu escalerilla, me quedaría hasta el final de los tiempos, con tal de que regresaras y por primera vez, como aquel día tan lejano de todo, volviera a encontrarme contigo.



16 ene 2014

El azote de la depresión


              La luz está pero el deprimido no ve  
             camino para llegar a ella
¡Cuánto sufrido! ¡Cuánto leído y estudiado, acerca de la depresión! ¡Cuántos médicos y psicólogos consultados, visitados...! Y también, humildemente confieso: ¡cuánto tiempo dedicado a ayudar a seres humanos, víctimas de  caídas en los gélidos brazos de la depresión.
De todo ello, y en una aproximación muy abreviada de tanta información como hay sobre este mal, sólo unas palabras con las que pretendo dejar claro, ante todo, que  no soy docta en la materia, si bien he sido, soy víctima muchas veces de tan cruel azote y, desde esa perspectiva, quiero comunicar mi  experiencia.
La función humana es obrar y querer, porque los músculos gobiernan la acción, y el sistema nervioso provoca automáticamente el acto volitivo. Pero hace falta que ambos estén en buen estado, ya que de lo contrario se produce el desequilibrio, la enfermedad...
Y antes de seguir, una observación: No es sinónimo de depresión, tener un mal día, entristecer por causas justificadas, sentir cansancio, astenia, cuando, por ejemplo, se produce el cambio de tiempo o de estaciones, etc.
Las mejores y profesionales palabras, los medicamentos, la comprensión de la familia... sin duda alguna pueden constituir una ayuda imprescindible,  pero salir de una depresión es, ante todo, un gigantesco esfuerzo personal, esfuerzo que, por otra parte exige un mínimo de capacidad de análisis, algo que en depresiones muy  profundas, se obnubila totalmente, de forma  que los primeros pasos hacia una curación habrá que darlos de manos de la medicina...
Empiezo por confesar qué es para mí una depresión, sin llegar, por supuesto, a perder la razón, aunque sí buena parte de lógica y discernimiento, porque el deprimido vive como en otra dimensión que él, y sólo él puede conocer y percibir en su totalidad.
Cuando estoy deprimida, me veo a mí misma como dentro de un escaparate por delante del cual discurre la gente, la vida... Yo miro, observo, pienso, tengo miedo,  terror... Me siento impotente para romper el cristal y salir fuera. Aunque quisiera, me creo tan acabada que no veo más puerta de salida que la muerte.
Por otra parte, la gente pasa de largo: no me ve, no sabe, no entiende...  Se me antojan torpes, necios que no piensan, que se creen inmortales, que no son conscientes de la provisionalidad de todo....
 A veces, en estado depresivo  -lo describo en una novela- la gente la vivo como desafiante calavera que me provocara el más absoluto desprecio. No quiero ver ni oír a nadie. Todo me molesta. No puedo soportar ni tan siquiera palabras.
Y a este estado psicológico se suma un mal físico indescriptible: me duele todo, estoy tremendamente cansada, con vértigos, dolores, vista nublada, trastornos digestivos, neuralgias... Pienso en mis seres más queridos, hijos y nietos, y me creo que me son indiferente. Todo esto me hace sufrir  y me culpabilizo por no dar lo que todos esperan de mí
No encuentro nada que me motive, nada que me ilusione...Parece como si  un halo de muerte se hubiese instalado en mi alma. Pierdo totalmente el apetito, y es más, creo que no puedo tragar, que mi esófago se ha paralizado en un permanente espasmo. Me molestan el sol, los ruidos, la compañía, el teléfono y me molesta tremendamente que alguien, con la mejor intención, sin duda, exclamé: ¡Venga, mujer, anímate! ¡Si no te pasa nada! 
(Continuaré pronto para retomar el tema y no hacerlo largo,hoy)