Cielo, divina filigrana de nubes negras, grises, blancas...
Silencio y soledad.
Sierra, corazón salvaje de jaras, matorrales, pinos…,
que late en montañas, abismos, yermos, valles...
Aire fresco que convulsiona las ramas de los frutales
en sonoro, místico y nostálgico misterio
que rememora oleajes de playas en calma.
Ladridos lejanos, ruido alto de aviones,
canto ancestral de gallos, chirriar de pozos...
Y encinas, chaparrales, tomillo romero…
Y yo aquí, estática, elemento más del paisaje,
asisto al óbito lento de la primavera que ya se anuncia,
que ya llega en inocentes aleluyas de amapolas y manzanillas,
que van segando verdes en reverente sintonía con el crepúsculo
que de tonos violáceos va tiñendo el horizonte.
Quiero que me posea este rincón de la tierra
donde los ecos del silencio reverberan
palabras, gestos, amores...
Oscurece el cielo, se acaba el día.
Pero, ¡ha vuelto la primavera!