Y PORQUE TAMBIÉN EN SUS LABIOS DE PASTOSAS SALIVAS SE ESCONDE EXPERIENCIA, SABIDURÍA, ACERTADOS CONSEJOS QUE NADIE PIDE QUE NADIE PRECISA… QUE TODOS PERDEMOS.
Y POR QUÉ TAMBIÉN SON BELLOS LOS OCASOS, SI HAY OJOS QUE LO DESCUBRAN EN LOS MÁGICOS ALETEOS DE ÁNGELUS CREPUSCULARES..
Y PORQUE EN LO MÁS RECÓNDITO DE SUS ALMAS VIVE, ENTRE DOLORES SIN QUEJIDOS, ENTRE REPROCHES SIN RESPUESTA, ENTRE EL QUEBRANTO DE UN CUERPO QUE YA NO LES SIRVE, EL NIÑO, EL JOVEN QUE FUE Y QUISIERA SEGUIR SIENDO.
¿Por qué tanta soledad para el abuelo?
¿Por qué molestar a sus hijos?
¿Acaso era mejor morir que vivir como de prestado?
¿Por qué echaría tanto de menos a la “principal”?
¿Sería ella, su única razón de vida?
¿Qué significarían sus hijos?
¡CUÁNTA SOLEDAD CERCA DE NOSOTROS!
Al cruzar la zona ajardinada de un bloque me encontré con Jacobo, un día a de otoño del pasado año. Sentado en un poyete, con la barbilla apoyada en una prosaica marrilla, con la mirada turbia, con labios pastosos, con manos temblorosas, con voz lejana me susurró:
Aquella interrogante, como un dardo, me laceró el alma. Me hice el propósito de pasar por allí cada tarde y acompañar un rato a Jacobo. Sus palabras se repetían inexorablemente: ¿Y yo que hago aquí ya, niña? Tuve que irme con la principal. Ella era una santa... Por las noches tengo dolores pero… ¡Mejor sería que Dios me recogiese!
Me alejaba triste. Me llevaba, sin respuesta, las palabras de Jacobo.
La víspera de Navidad me despedí de él:
-Hasta que pasen estos días, Jacobo –le dije- Que sea feliz con su familia. Se me quedó mirando con una serena mueca que venía a ser sonrisa en aquellos labios en los que ya no quedaban palabras.
Pasada las fiestas y al regresar al jardín, con bastante frío, me detuve en el poyete de Jacobo: deseaba, más que nada, el reencuentro con mi amigo de tantas soledades.
Miré, busqué... Por entre la espesura de los arbustos, apareció un pequeño que, con la cartera a rastras, nada más verme, voceó:
-¡El abuelo se ha muerto! ¡Se lo llevaron al cementerio!
¡Cuánta soledad en su mirada! ¡Cuánta tristeza en sus palabras! ¡El abuelo se ha muerto! ¡Abuelo, de ojos grises, de labios amoratados, de manos sarmentosas, abuelo de mis caminos, siempre en mi corazón tendrás el rescoldo de mis buenos recuerdos!
Te fuiste sin decir adiós, sin hacer el menor ruido. Quiero volver a verte, abuelo, quiero conocer a esa mujer que te hizo feliz.
PASOS QUE NO VAN A NINGÚN SITIO.
OJOS QUE MIRAN Y NO VEN.
LABIOS SELLADOS DE LOS QUE HUYERON SONRISAS Y PALABRAS.
CORAZONES QUE LATEN AL PESADO RITMO DE LOS DÍAS SIN NOMBRE.
¡RECUERDOS, SÓLO RECUERDOS QUE BUSCAN Y ENCUENTRAN EN EL ÍNDICE DEL PASADO, EN LA MEMORIA PERDIDA DE LAS COSAS!
EL SEÑOR DEL JARDÍN
Sí, con sus pies torpes, sus muchas enfermedades, sus noventa años, él era, porque yo así lo veía, el Señor del Jardín.
Bien vestido, aristócrata de gestos, más que de palabras, borradas por un evidente parkinson, colgado de una descomunal pipa, a todas horas y por cualquier camino o atajo del jardín, en todas las estaciones, por entre arbustos, paso de trenes, juegos de niños, corrillos de ancianos, o éxtasis en parejas de enamorados, aparecía aquel hombre de muchas y viejas historias.
Recuerdo sus torpes reverencias al saludarme, y recuerdo sus ojos pequeñitos, clavados en los míos, mientras, entre temblores, trataba de contarme su pasado. Un pasado honorable, del que no obstante se hacía patente una queja: Nueve hijos y, ¡cuánta soledad!
También, un día, el Señor del Jardín, se me fue para siempre. En memoria de él escribí su nombre en una gran palmera, su árbol favorito. La llamé Palmera de los besos porque cada día, cuando paso junto a ella, deposito un beso que mando al Señor del jardín para que allá donde esté sepa que su recuerdo seguirá vivo en este su reinado de soledad.
Y CUANDO EL SOL SE PONE, CUANDO EL CREPÚSCULO ANUNCIA EL PUNTO FINAL, DEL DÍA, NUESTROS ANCIANOS CAMINAN DE NUEVO… ¿HACIA DÓNDE? LA RESPUESTA ESTÁ EN NOSOTROS.
Envejecer no es jubilarse de la vida. No obstante, somos nosotros los que jubilamos a los mayores cuando le reprochamos que no ven bien, que no oyen bien, que olvidan cosas, que se les va la memoria, etc.
Aún así, con las "inevitables goteras" de los años, un mayor es una pieza de lujo para nuestros hogares porque su sabiduría y calidez son ingredientes que no sobran, precisamente, en nuestra sociedad.