Mis pensamientos, poemas, cuentos... de Isabel Agüera

30 sept 2012

Mis pensamientos este domingo




Me encontré en el camino un árbol caído.

Me dije: No, no haré leña de él; mejor me haré leña con él

…………………….

Si sabes algo, no lo digas porque te marginarán.

Si no lo sabes, dilo y las ofertas te lloverán.

…………………….

Dejar huellas es dejar destellos que pueden servir de guía

a otros seres humanos en la oscura noche de la vida.

Seamos cocientes de ello y no

sobrevolemos por la arena de nuestro caminar.

…………………….

Yo creo que no nacemos el día que salimos del útero materno,

sino el día que somos capaces de tomar, en libertad total,

las riendas de nuestras vidas e izar vuelos.

…………………….

La vida viene a ser como el rodar por una gran pendiente

que empieza el mismo día de nuestro nacimiento

y termina con la muerte.

Pero podemos rodar creciendo como bolas de nieve

o desgastándonos como ruedas de carro.

…………………….

La felicidad no es un bien regalado del que, un día u otro,

se nos pase factura.

 
La felicidad es un bien ganado que se adhiere a nuestra piel y nada ni

nadie nos lo podrá arrebatar jamás.




23 sept 2012

Postal de otoño

Esta madrugada, primera de otoño, recordé especialmente a mis familiares y amigos. Hice esta sencilla postal que os dedico, amigos del Blog, con cariño y con el deseo expreso de que no nos falte amor, ilusión y creatividad.   


Bueno,  y ayer en la sierra se me courrió esta poesía:
OTOÑO EN LA SIERRA

Un pino, dos, tres…
¡Qué sosegado paseo, camino del yermo
que en negra calma me mira!

Casi noche ya; casi frío ya.
Fin de semana
Cósmico placer la soledad.

Ladridos de perros, crujir de cancelas,
chirriar de pozos, ecos de pasos,
murmullo de recuerdos…
Avena loca, jaras, hierba crecida, mucha hierba…
¡Dios qué momentos de felicidad!

Pequeñas cosas, pasajeras cosas, muy queridas cosas
me conmueven y galopan por el alma,
en un volcán de sentires.

¡Déjame, Dios, un día más para
repetirlas mañana, pasado el otro…!

Un pino, dos, tres y bandadas de pájaros que se van,
Y humos de fogatas que los perolistas apagan
Y un olor a otoño que me dimensiona
más allá de mi naday me confunde,
como elemento más de este paisaje,
rincón del mundo.

La tarde cae. El otoño llega, himno glorioso,
y yo con los brazos abiertos lo recibo.


19 sept 2012

Llega el otoño, Lucrecia



En mi novela, publicada por Bohodón, "Mi amiga Prostituta", termino con un párrafo que trasncribo, ya que al llegar el otoño, vuelvo a tener presente a aquella niña de ojos reventones, trenzas rubias de bote y voz grande, hija de una mujer "mala" de aquellas que vivían en la calle del Río, que vestían batas largas y mendigaban sexo para poder sobrevivir en aquellos años difíciles de la posguerra. Lucrecia y yo no pudimos ser amigas: nuestros mundos  tenían nombres que nos separaban sin remedio, pero ella, prostituta de la vida, prostituta, más o menos, como todos lo somos de algo, sigue, reivindicativa, en los arcaduces de mi memoria. Y al volver elotoño, vuelve Lucrecia y extrañada me pregunta como aquel lejano día: ¿De verdad quieres ser mi amiga? ¿Y si se entera tu padre? ¿Y si se entera la monja? ¿...?

Y la novela termina:

Hoy, un día cualquiera, un día más de soledad, un día más de mi vida que estos años ha permanecido estancada en el trabajo de mi profesión y en la escritura de esta obra, que te dedico, un día de marañas de nubes por el horizonte y de sosegada paz en mi alma, vuelvo a Lucrecia, aquella chiquilla de trenzas rubias de bote y ojos reventones, a aquella joven alocada, mezcla de picardía y ternura, sí, a ti, amiga, para decirte, si vives, si por las raras casualidades de la vida llegaran a tus manos estas páginas, que siempre te quise, que te sigo queriendo, que sigo siendo tu amiga en la sombra.

Escucha, Lucrecia, se oye la puerta de la terraza que levemente golpea el viento. Sí, me gusta, y no me digas que la cierre. Sabes que en el silencio, que es ahora mi casa, me acompaña. Es el otoño que llega, y es una hoja que cae, y es el olor húmedo del albero, y los pájaros emigrantes que surcan los cielos de mi Avenida... ¡Mira, mira cómo llegan las nubes!  Es la vida que sigue… Es tu recuerdo que no cesa…Sí, sí, la puerta.

17 sept 2012

Carta a Ruth y José

DIARIO CÓRDOBA/OPINIÓN
ISABEL AGÜERA
18/09/2012


Mis queridos niños, Ruth y José: sí, míos también, propiedad de todos los que al mirar vuestras caritas sentimos que algo se nos rompe en los adentros. Desde el día que alguien os "perdió" sois presencia que no puedo dejar de sentir tan cerca de mí que hasta puedo oler el perfume tierno de vuestra piel de melocotón y puedo escuchar vuestra voz, vuestras risas y hasta vuestro llanto en momentos vividos, como todos los niños, en pleno fragor de vida que empezaba a despuntar de la cuna que os meció y de la mano que os acompañó en aquellos primeros pasos.
Son tantos los niños que pasaron por mi vida que de memoria conozco el color de vuestras inciertas palabras, de vuestros inocentes juegos, de vuestros miedos y sueños.
Vuestro nacimiento sí que fue un acierto, un aplauso feliz para familiares y amigos que, como savia nueva, inyectaban en sus vidas proyectos ilusionados de cara a vuestro futuro en un mundo que nada podía saber de vuestra existencia.
Hoy, alguien decidió acabar con aquellos planes para convertiros en terrorífica noticia en medios de comunicación, hoy, sí, el mundo os conoce y se espanta de vuestro corta vida y trágico final.
Os fuisteis sin despedidas, mientras otros niños compartían recreos, libros y mientras la vida, imparable noria, seguía su curso sin que ni tan siquiera una corazonada de los más cercanos os acompañara.
Solos, sin campanas, sin funeral, os desvanecisteis con el viento. Pero esta carta no es fruto de un arrebato de sentimentalismo, sino reflexión que me hago cuando amanece esta mañana primera de estrenos en las aulas. ¡Cómo duele vuestras sillitas vacías! Y me pregunto: ¿cuántos niños mata el hambre cada día? ¿Cuántos son víctimas en manos de padres, de pederastas, de marginación-? Y sin ser noticia, lo sabemos todos, pero, demasiadas pocas pestañas se mueven para evitar tales horrores.



* Maestra y escritora





16 sept 2012

Conversaciones con mi Ángel

Queridos amigos: Hoy, domingo, releo una de mis obras, "Conversaciones con mi Ángel" y resumo un capítulo, por si os apetece leer algo distinto, creo.
En una de estas Conversaciones pregunto a mi Ángel, acerca de la existencia de Dios.


Mi Ángel dice:
Tras ese sol maravilloso que acude fiel a su cita con los días, incierto a veces, está Dios en tu vida, un Dios que jamás te ha fallado, que siempre estará en ti, que te acompaña día y noche, en inviernos y estíos, en guerra y paz, en abundancia y escasez… Lo dice Heráclito, te lo digo yo: Dios está en tu vida como el viento que pasa y no lo ves pero lo notas en tu rostro y te da ese hálito que precisas en cada instante. Vuelve la vista atrás, querida niña, y dime. ¿Qué ves en todos y cada uno de esos tus difíciles momentos?   Vuelve la vista atrás, sin dejar de mirar hacia delante, y comprobarás que Él estaba allí y sigue estando, aquí.

Y yo le contesto:
Llevas razón, mi Ángel. Siempre, siempre he encontrado una mano que ha tirado de mí, y he encontrado huellas de pasos que no se correspondían con calzado  humano. Es cierto que mis pensamientos, conclusiones me han situado, me sitúan, al límite de un umbral, cuya frontera, se me abre en horizontes, como has dicho, de luz, paz y esperanza. Reflexiones, sí, que, como torrente de pequeñas, cosas me arrastra a una dimensión desconocida, a un mar nuevo en el que me siento una con todos y con todo, me siento como superada, crecida… ¿Me entiendes?

Y mi Ángel, exclama:
¡Cómo no te voy a entender! Ya te lo he dicho: en todos los momentos de tu vida, en esas huellas irreconocibles, Él estaba allí. Y seguirá estando y haciéndote caer en la cuenta de tu nada que se dimensiona, no obstante, cuando, como lo que eres, puedes discernir entre lo grande y lo pequeño, lo necesario, importante y trascendente, de lo superfluo, caduco y vano.

Y yo, exclamo:
¡Tengo miedo, Ángel, mucho miedo! ¿Y si no hay tal Dios? ¿Y si todo son ilustraciones que precisa mi mente? No quiero irme de este mundo, no quiero dejar de percibir los olores y sonidos de la tierra, y no quiero dejar de escribir, y no quiero… ¿Y por qué existe el dolor, la muerte? ¿Y por qué...

Mi Ángel:
¡Corta, corta que no hay quién te detenga! El Dios de verdad no está hecho a tu medida ni a la de humano alguno. El Dios de verdad ni quita ni da. Los administradores sois vosotros que nacéis con una mochila de herramientas para ello.

Y yo:
¡No sé, no sé! No quieor morir, no quiero sufrir...!

Mi Ángel:
Todo fluye, chica, y nada permanece; tampoco tú. Llegará un día que te irás. ¿Tu destino? Déjalo en manos de ese Sol que te enamora, que te habla en el idioma que es único para ti. Tu Dios de los amaneceres, de las nubes, de los jazmines… Tu Dios de los niños, de los ancianos, tu Dios que te da las buenas noches por el móvil en voz de un  amigo, que te hace ser sensible, reflexiva ante el que muere, el que llora, el que ríe…

Y yo:
Sí ese Sol, ese Dios del que me hablas, fuera todo lo que tanto deseo, ahora mismo firmaría para irme con Él. Pero, ¡hay tantas cosas que no entiendo!

Mi Ángel:
¡Claro que es, amiga mía! pero cada ser humano tiene su día de llegada y de partida, y es más para cada ser humano ese Dios tiene un rostro muy particular. Para unos, es el dinero, para otros, el poder, para muchos, el tener y tener sin preocuparse de ser… Sucede, pues, que no todos saben interpretar al único Dios que, en constantes vaivenes, se os cruza en el camino, os habla, os mira… No creas en un Dios de premios y castigos, de silencios y olvidos. No creas en un Dios, remedio de todos los males y culpable de vuestras desgracias. Ni creas en un Dios, eco de vuestra voz. Dios, desde una dimensión que no podéis ver ni entender, está, no obstante, presente, cerca y superpuesto, sobre todo, en la boca del pobre, del marginado, del que clama justicia y también, ¡cómo no!, en esas pequeñas cosas que a ti, particularmente, tanto te gustan y emocionan: el autobús de madrugada, la mujer que corre, el viejecito del jardín… Esas huellas de pasos, de las que hablas, y que, como dices no corresponden a calzado humano alguno, son de Él que va delante y detrás, a tu diestra y siniestra No lo busques en los cielos porque a esas alturas difícilmente puedes verlo, conocerlo, entenderlo…

Y yo, insistiendo:
¿Y si no existe nada?

MI ángel:
¡Uy, uy, qué cansado estoy! Me voy a la cama; buena snoches.

Y yo:
¿De qué hablaremos mañana?

Mi Ángel:
No corras tanto, chiquita. Mañana será otro día. No penséis en el mañana, que a cada día le bastan sus preocupaciones y sus penas… Sí, mañana. Ahora duerme y reposa. ¡Chao!

6 sept 2012

Historias con misterio

Queridos amigos/as: Aunque no conozca a la mayoría, hoy siento deseos de hablar con vosotros todos. ¿Sueños, realidad? Tampoco yo lo sé. Os lo cuento tal y cómo lo viví. Ni soy visionaria, ni creyente de  visionarios. Es más, yo que vosotros, no me creería. Seguro que, cualquier interpretación que deis a mis confidencias, será válida y de antemano la acepto.


     Sí, me había quedado sola. Desde que él se fue, nadie, en ningún lugar del mundo, me esperaba. Definitivamente, ya no estaba. Murió una madrugada, cuando ya apuntaban los verdes por los horizontes. Me dejó un beso en las mejillas. Se llamaba Mariano. Un buen padre, un buen amigo, un buen marido! Cuando él murió, casi quedé jubilada de todo.
Una noche, a duermevela, sentí que me abrazaba fuertemente.
¡No quiero, no, por favor; déjame que estoy soñando y al despertar…
No sueñas –me interrumpió-. Y podrás comprobarlo al despertar.
Me desperté antes de la hora acostumbrada y un profundo olor del perfume que a regañadientes usaba, inundaba mi almohada que nada tenía que ver con la que usaba en vida de él.

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     Mi reloj de pulsera quedó parado en aquella fatídica hora de su muerte. No le pasa nada, señora; anda perfectamente. Es un buen reloj. Consérvelo.
Pero aquel magnífico regalo de cumpleaños que él me hizo, si bien una y otra vez lo ponía en hora, inexorablemente, detenía sus agujas al marcar la una en punto de cada madrugada.

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     Aquella tarde, de finales de octubre, tras penosos meses negros, regresé al café de siempre. Correspondiendo a pésames y saludos, atropelladamente, me dirigí al rescoldo de aquel crepúsculo que, nostálgico, me aguardaba. Por la ventana, mi coche, aparcado en batería, un coche amarillo California que, ¡guardaba tantos recuerdos! Sobre todo, como relicario, coleccionaba yo la presencia de sus últimos suspiros, de sus postreras palabras, de sus terminales deseos.Mis ojos, ocultos en densas gafas negras, se nublaron en lágrimas. Noté cómo mi rostro se envaraba y cómo mis pulsos iban a romperse al límite de unas incontrolables palpitaciones. Quería resucitar cada una de sus palabras, el tacto de su piel, la calidez de su brazo sobre mis hombros, resucitar el sol que tomábamos en largos paseos por el jardín, el olor a tierra mojada, tras los chaparrones de otoño, y el perfume de las lilas, el azahar y las flores del paraíso, en la primavera pero todo estaba perdido, mientras el mundo seguía allí, con sus palabras y sus mentiras, con sus rutinas… Seguía sin más.

Entre dos luces. Al salir del café, noté cómo un sutil vientecillo siseaba por los árboles y agitaba y desordenaba mis largos cabellos. Poca gente, casi nadie. Algún perro, gorriones en el césped, voces de niños, televisores y el tráfico normal de la hora. Mi coche, útero de regreso, se había quedado tan solo en el aparcamiento que su presencia resultaba provocativa. Precipitadamente, introduje la llave. Una extraña vibración me sacudió, al tiempo que caía fatigada en el asiento. Pero, ¿qué era aquello? Mis ojos no daban crédito a lo que veían. ¿Alucinaba? No, era real: aquel cenicero, tan reverentemente precintado y tan celosamente vigilado por mí, pequeño estuche de sus últimos pitillos, no sólo estaba abierto sino que desprendía una sutil humareda violácea que inundaba de intenso olor a tabaco negro aquel recinto, tabernáculo de tantos recuerdos en largos años de convivencia. Un fuerte temblor me conmocionó. No; yo no deliraba. Estaba totalmente lúcida.

Había muerto de cáncer de pulmón. Era mi marido. Y yo misma, aquellos últimos días, le llevaba cigarrillos, a escondidas de médicos y enfermeras. No, no me pesa; era lo único ya. Y él lo sabía, y él me lo agradecía con una mirada opaca, sombría... y con el esbozo de una sonrisa, mezcla de complacencia y dolor.