Mis pensamientos, poemas, cuentos... de Isabel Agüera

31 oct 2014

Escalofríos. Capítulo XVI


(FINAL DE CAPÍTULO XV: A un nuevo sonido de campana, quedaron tendidos con los ojos cerrados y sin el menor movimiento.)

Fue en aquel momento cuando Iván se separó por primera vez de mí que permanecí sentada y anónima hasta el punto de sentirme  tan invisible y desconocida que hasta llegué a temer por mi vida. No sabía cómo escapar de allí. Era imposible por otra parte. ¿Dónde ir? ¿A quién acudir? Traté de tranquilizarme cogiéndome el pulso y buscando evadirme de aquel lugar que me parecía una más de mis muchas pesadillas de las que podía despertar en cualquier momento. En la penumbra del lugar pude observar cómo se iban pasando una especie de botijo de cristal del que uno por uno, iban bebiendo unos tragos.  No había duda –pensé-; estaba metida en algo extraño y nada seguro. Al fin, el silencio fue roto por  palabras del hombre del escenario al que una extraña luz neón   le iluminó el rostro.  Hermanos –exclamó con tono  que a mí se me antojo, entre ficticio y altisonante-: Seáis bienvenidos todos. Comenzamos un día más nuestro viaje astral hacia los verdes mundos donde la alegría, la paz y el amor son realidades. El trueno se aleja y la lluvia nos deja la sana humedad que alimenta nuestra crisálida. La ampolleta vertió su último grano de arena; el tiempo se ha detenido. Respirad profundamente. Contemplad cómo se alejan de vosotros el estrés, las tensiones, la energía negativa que tanto daño nos hace. Nuestro cuerpo se libera. Sólo nos queda alma, capaz de transgredir espacios, normas, muros… Nos podemos elevar por encima de todas las miserias humanas. Podemos sanar de todos los males que nos mortifican. Somos libres para amar… No hay tiempo, no hay nada. Perdeos en esa nada que es sólo luz… ¡Aleluya, hermanos! No hay un dios que nos salve. Sólo nosotros conseguiremos llegar a ser ángeles de luz… ¡Aleluya, hermanos! ¡Creced, creced..! Puedo veros iluminados, puedo ver cómo crecéis, cómo al caminar por la nada, os eleváis… ¡Queda menos para llegar…! ¡Estamos llegando!
Y aquel hombre seguía dirigiendo, con sus palabras, al grupo de personas que, con rostros beatíficos, permanecían inmóviles. Por unos instantes me sentí atenazada por el pánico. ¿Dónde estaba y qué era todo aquello?   Quería     huir,   gritar… Y me acordaba de Eolo y pensaba que no volvería a verlo al tiempo que me repetía que nada malo me había sucedido para justificar tantos temores. 
Tras las palabras, se sucedió un total silencio y quietud. El hombre del escenario, en compañía de tres más, se ausentaron en silencio, mientras los demás, incluido Iván, permanecían como dormidos. Nada igual había presenciado antes y durante los diez minutos, aproximadamente, que duró el silencio, por mi cabeza pasaron tantas y tenebrosas historias como jamás había imaginado. Totalmente robotizada, y media agarrándome a las paredes de aquellas galerías,  logré salir al jardín. zona acotada, si bien de grandes dimensiones, paseos árboles, bancos, fuentes… Desconocida, sola y tratando de respirar  profundamente y relajarme, pude observar cómo por una vereda muy oscura, un grupo de hombres, entre ellos al que llamaban líder, se dirigían hacia la alejada zona de aquellos extraños paneles… 

24 oct 2014

ECALOFRÍOS CAPÍTULO XV


(Final del capítulo XIV: Él nos da la bienvenida. Ya verás que se trata de alguien muy especial.)
Me condujo por pasillos de silencios y penumbras al salón de encuentros del que me llegaba ya un suave murmullo.  Más que salón, aquel lugar  me pareció una gran nave de techos altos y visibles traviesas de madera que confluían en una especie de bóveda. En uno de los extremos se alzaba un escenario perfectamente decorado con alfombras, una gran lámpara y un majestuoso sillón. El resto del salón era un pavimento de lozas rústicas, cubierto de colchonetas, matemáticamente alineadas y sillas de anea pegadas a las grandes paredes, sillas donde las pandillas de llegada se iban situando dando la impresión de que los sitios estaban asignados con todo rigor. En este lugar -me dijo- escuchamos a nuestro líder, nuestro guía que se desplaza desde Madrid todas las semanas para asistir a este acto. Ya verás que sus cualidades sobrepasan todo lo imaginable…
Cada vez más confusa y hasta temerosa, lo interrumpí: Nada me dijiste de él. Yo creí siempre que se trataba de algo más normal… Querida, ¿qué encuentras de anormal en que consideremos superior a alguien que lo es por muchas razones? Te encuentro demasiado nerviosa. Asustada, diría yo,  y no es ese el concepto que tenía de ti. Pues ya ves que estabas equivocado –contesté en la certeza de que había intentado intimidarme-.  ¿Por qué túnicas? ¿Para qué esas colchonetas?
No le dio tiempo a contestarme porque el sonido de una campana silenció el leve murmullo, al tiempo que todos los asistentes se ponían de pie con los brazos en cruz. Yo me quedé sentada y casi perdida entre tantas telas  que colgaban de las grandes mangas de aquellas vestiduras. Me llamó poderosamente la atención observar cómo algunas de aquellas personas, al elevar los brazos, dejaban al descubierto idénticos tatuajes al del Hombre Humo. No, aquello no se trataba de algo baladí; sin duda tendría su significado. Me debatía en conjeturas cuando  de pronto se apagaron las luces del salón y el escenario se iluminó con una tenue luz blanca azulada. Allí, en medio, como por arte de magia, apareció un hombre bastante mayor, diría yo, no muy alto, grueso, de larga barba blanca, con túnica igualmente celeste, ojos diminutos en un incesante rutilar y con los brazos también en cruz. El silencio era tal que podía escuchar los latidos de mi corazón desbocado ante tal espectáculo El silencio era tal que podía escuchar los latidos de mi corazón desbocado ante tal espectáculo. Sin palabra alguna y sólo a un descender lentamente los brazos de aquel hombre, el resto, como obedeciendo una orden, en absoluto rigor se dirigió a las colchonetas y como todo un rito, primero se sentaron con la cabeza apoyada en las rodillas y después, a un nuevo sonido de campana, quedaron tendidos con los ojos cerrados y sin el menor movimiento.

21 oct 2014

Escalofríos. Capítulo XIV


(Final del Capítulo XIII: Pero, ¿dónde estamos? ¿Y qué más te da? Estamos y es lo que importa.)

Pues, ya ves dónde estamos –dijo apeándose del coche y haciendo una intensa y profunda respiración- ¿Has visto alguna vez un lugar tan paradisíaco como éste? ¿Te orientas ya? En realidad ni me orientaba ni entendía nada. Creo que sólo buscaba con la mirada la presencia de Teresa. No obstante, en mi deseo de abarcarlo todo, me detuve en un extraño edificio que parecía una gran nave, protegida de grandes paneles que me resultó especialmente  singular. ¿Qué es aquello? –fueron mis primeras palabras- Es un edificio raro; nunca había visto algo parecido. Son paneles de energía solar. Aquí todo es  natural y ecológico.
Mi agorafobia me desató tal ataque de pánico que no tuve más remedio que exclamar: ¡Me siento mal! No tenía que haber venido. ¿Qué te sucede? ¿De qué tienes miedo? Nadie te va a hacer daño… Dos pasos más, que se me hicieron interminables, y cruzamos una gran verja de hierro.  Toda mi esperanza la tenía puesta en mi encuentro con Teresa. Seguro que con ella me sentiría a salvo de tantos temores. De ahí que fingiendo serenidad y curiosidad, pregunté: ¿Puedo ya conocer la sorpresa de que me hablaste? Estoy impaciente por saber de quién se trata. ¡Ah, bueno! –contestó con displicencia-. Me temo que tendrás que esperar a la próxima. La sorpresa no va a poder ser para hoy.
Estábamos ya dentro de aquel gran edificio de piedra, cuando al oír aquellas palabras sentí que me derrumbaba e instintivamente, me agarré con tal fuerza a su brazo que a punto estuvimos de caer los dos al suelo. Pero, ¿qué te pasa, mujer? No puedo creer que no seas capaz de vencer una fobia, tú que eres como un rayo de luz divina… Se trata de Teresa, ¿verdad? –dije sin escuchar aquellas apocalípticas palabras- ¿Es que no va a venir? ¡Bueno, bueno! Ya veo que para ti no hay secretos. Definitivamente, eres parapsíquica. Está bien, mujer; quería  sorprenderte –exclamó imprimiendo normalidad a sus palabras-, pero Teresa no viene porque su padre está grave; lo tuvo que ingresar en la UCI. Vas a conocer otra gente muy interesante. Ya lo verás.
Y antes de que terminara aquella frase, pandillas de tres y cuatro personas, vestidas con túnicas celestes se cruzaban no muy lejos de aquellos mis primeros pasos por el suelo de mármol de aquella gran casa.  
El hombre de humo se adelantó a mi desconcierto Los conocerás a todos. Se dirigen al salón… Y esas túnicas son nuestra forma de mostrar el despojo de todo lo terreno… No me voy a poner ninguna túnica –interrumpí medio aterrorizada-. Por favor, Aurora, tranquilízate de una vez. Tú hoy eres nuestra invitada. No tienes que ponerte nada. Ya mismo vas a conocer a nuestro líder espiritual. Cuando lo veas y escuches, entenderás que sólo queremos ayudarte. Él nos da la bienvenida. Ya verás que se trata de alguien muy especial.

19 oct 2014

ESCALOFRÍOS- Capítulo XIII



(Final Capítulo XII: Nos reunimos en una gran mansión –me explicó Teresa- en una finca rodeada de grandes árboles. en fin, me ayudan.)
  
Me arreglé lo mejor que puede y lista de todo me dispuse a esperar sin que dejaran de cruzarse por mi cabeza toda clase de pensamientos: ¿Y si me raptaba? ¿Y si me violaba? ¿Y si no llegaba? ¡Qué montón de interrogantes, miedos, dudas…! Discretamente, de vez en cuando, me asomaba al balcón. La calle estaba solitaria, húmeda, fría… Eolo, como presintiendo mi salida, se me liaba a los pies no dejándome ni un solo instante. En el atrio dos ancianos, aguantaban la hora y el frío, sentados en un poyete. Por fin vi aparecer  aquel lujoso e inconfundible coche, y una mezcla de pánico, expectación y alivio, me llevó directamente al lavabo en urgencia de últimos retoques. Eolo fue el primero en avisar de su llegada.. Después el timbre de la puerta. Tarde, intencionadamente, unos segundos en abrir. Pero todo sucedió en un repente:
¡Qué bella estás! –fueron sus primeras palabras-. Ya verás que te va a gustar. Estaba nerviosa y no podía disimularlo por lo que, más que palabras, mis respuestas eran sonrisas y excusas que dilataban la partida.
Un momento, por favor, tengo que hacer una llamada y dejar a Eolo convencido de mi ausencia. Me perdí por las habitaciones que escudriñaba más que miraba. Era una mirada larga como si me despidiese de ellas para siempre. Pero allí me esperaba el Hombre de humo, bastante más joven que yo, atractivo, misterioso…
Cuando quieras –dije, al fin-. Me cuesta salir de mi casa –añadí por decir algo más-. Si está  todo en orden –dijo con cierta ironía-, vámonos y dile a tu amigo Eolo que pronto te traeré de vuelta sana y salva.
Ya dentro del coche seguía oyendo los ladridos de Eolo que no entendía  mi intempestiva salida. Durante unos minutos guardamos silencio. Pocos metros y estábamos fuera del pueblo, pero hubo tiempo para que algunas vecinas, apostadas en las puertas me vieran. Mañana –dije rompiendo el tenso mutismo- todo el pueblo hablará… ¿Y te importa? –me interrumpió-. No mucho pero me molesta dar explicaciones, y la gente, con indirectas, las piden, las necesitan.
El lugar al que nos dirigíamos estaba más lejos de lo que había imaginado. Cruzamos Córdoba. El hombre de humo, muy centrado en el tráfico, apenas hablaba. Y yo, sin lograr relajarme, comencé a sentir que me impacientaba y que un extraño picor interior me mortificaba, al tiempo que de reojo lo miraba y volvía a verlo de nuevo envuelto en humo. Está un poco lejos –dije, al fin, y creo que temblorosa-. No sé por qué me había imaginado un lugar próximo. Nada contestó. Tan sólo me sonrió, causándome preocupación y hasta miedo y ganas de tirarme del coche y echar a correr. Tras unos kilómetros más, que se me antojaron siglos, dijo, moviendo ligeramente la cabeza: es allí. ¿Ves aquella arboleda? Verás que es un lugar privilegiado de la naturaleza. Pero, ¿dónde estamos? ¿Y qué más te da? Estamos y es lo que importa.

17 oct 2014

¡Adiós, pájaros, adiós!





Esta   mañana, como cada día, me asomé   a escuchar el piar de los pajarillos que anidan en el alero de mi terraza. Pero, ¡vaya sorpresa! ¡Si el nido estaba vacío!
He buscado por el cielo  y los he visto crecidos y felices,  hechos al vuelo;  se han ido sin mediar despedida.
Se han ido sin miran siquiera para este lado de la terraza donde yo cada amanecer los contemplo.
Se han ido, han izado vuelo, erguidos y valientes, sin equipaje de ayer.
No, no estoy resentida por ello:
        ¡Si no les di permiso para  que eligieran anidar en mi casa!
        ¡Si crecieron sin una miaja de mi pan!
       ¡Si tan sólo fueron para mi visitantes de lujo!
¡No, no  precisaban mi permiso   para irse!
Me dejaron, eso sí, huérfana de sus trinos.
Me dejaron huérfana de sus nacientes aleteos.
Me dejaron, y es todo un regalo, sus plumones de infantes en este nido que guardaré con primor hasta  su regreso el año que viene.
¡Adiós, pájaros, adiós 
¡Os espero la próxima primavera con un bolsillo repleto de esperanzas.
Os espero, como hoy, con la mirada puesta, oteando  horizontes  que jamás conocerán el paso de mis vuelos.
Os espero con este místico gregoriano que inunda mis oídos y me remontan a escenarios dónde todo es luz, paz, amor…
¡Adiós, pájaros, adiós