Mis pensamientos, poemas, cuentos... de Isabel Agüera

24 oct 2014

ECALOFRÍOS CAPÍTULO XV


(Final del capítulo XIV: Él nos da la bienvenida. Ya verás que se trata de alguien muy especial.)
Me condujo por pasillos de silencios y penumbras al salón de encuentros del que me llegaba ya un suave murmullo.  Más que salón, aquel lugar  me pareció una gran nave de techos altos y visibles traviesas de madera que confluían en una especie de bóveda. En uno de los extremos se alzaba un escenario perfectamente decorado con alfombras, una gran lámpara y un majestuoso sillón. El resto del salón era un pavimento de lozas rústicas, cubierto de colchonetas, matemáticamente alineadas y sillas de anea pegadas a las grandes paredes, sillas donde las pandillas de llegada se iban situando dando la impresión de que los sitios estaban asignados con todo rigor. En este lugar -me dijo- escuchamos a nuestro líder, nuestro guía que se desplaza desde Madrid todas las semanas para asistir a este acto. Ya verás que sus cualidades sobrepasan todo lo imaginable…
Cada vez más confusa y hasta temerosa, lo interrumpí: Nada me dijiste de él. Yo creí siempre que se trataba de algo más normal… Querida, ¿qué encuentras de anormal en que consideremos superior a alguien que lo es por muchas razones? Te encuentro demasiado nerviosa. Asustada, diría yo,  y no es ese el concepto que tenía de ti. Pues ya ves que estabas equivocado –contesté en la certeza de que había intentado intimidarme-.  ¿Por qué túnicas? ¿Para qué esas colchonetas?
No le dio tiempo a contestarme porque el sonido de una campana silenció el leve murmullo, al tiempo que todos los asistentes se ponían de pie con los brazos en cruz. Yo me quedé sentada y casi perdida entre tantas telas  que colgaban de las grandes mangas de aquellas vestiduras. Me llamó poderosamente la atención observar cómo algunas de aquellas personas, al elevar los brazos, dejaban al descubierto idénticos tatuajes al del Hombre Humo. No, aquello no se trataba de algo baladí; sin duda tendría su significado. Me debatía en conjeturas cuando  de pronto se apagaron las luces del salón y el escenario se iluminó con una tenue luz blanca azulada. Allí, en medio, como por arte de magia, apareció un hombre bastante mayor, diría yo, no muy alto, grueso, de larga barba blanca, con túnica igualmente celeste, ojos diminutos en un incesante rutilar y con los brazos también en cruz. El silencio era tal que podía escuchar los latidos de mi corazón desbocado ante tal espectáculo El silencio era tal que podía escuchar los latidos de mi corazón desbocado ante tal espectáculo. Sin palabra alguna y sólo a un descender lentamente los brazos de aquel hombre, el resto, como obedeciendo una orden, en absoluto rigor se dirigió a las colchonetas y como todo un rito, primero se sentaron con la cabeza apoyada en las rodillas y después, a un nuevo sonido de campana, quedaron tendidos con los ojos cerrados y sin el menor movimiento.

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