Mis pensamientos, poemas, cuentos... de Isabel Agüera

19 oct 2014

ESCALOFRÍOS- Capítulo XIII



(Final Capítulo XII: Nos reunimos en una gran mansión –me explicó Teresa- en una finca rodeada de grandes árboles. en fin, me ayudan.)
  
Me arreglé lo mejor que puede y lista de todo me dispuse a esperar sin que dejaran de cruzarse por mi cabeza toda clase de pensamientos: ¿Y si me raptaba? ¿Y si me violaba? ¿Y si no llegaba? ¡Qué montón de interrogantes, miedos, dudas…! Discretamente, de vez en cuando, me asomaba al balcón. La calle estaba solitaria, húmeda, fría… Eolo, como presintiendo mi salida, se me liaba a los pies no dejándome ni un solo instante. En el atrio dos ancianos, aguantaban la hora y el frío, sentados en un poyete. Por fin vi aparecer  aquel lujoso e inconfundible coche, y una mezcla de pánico, expectación y alivio, me llevó directamente al lavabo en urgencia de últimos retoques. Eolo fue el primero en avisar de su llegada.. Después el timbre de la puerta. Tarde, intencionadamente, unos segundos en abrir. Pero todo sucedió en un repente:
¡Qué bella estás! –fueron sus primeras palabras-. Ya verás que te va a gustar. Estaba nerviosa y no podía disimularlo por lo que, más que palabras, mis respuestas eran sonrisas y excusas que dilataban la partida.
Un momento, por favor, tengo que hacer una llamada y dejar a Eolo convencido de mi ausencia. Me perdí por las habitaciones que escudriñaba más que miraba. Era una mirada larga como si me despidiese de ellas para siempre. Pero allí me esperaba el Hombre de humo, bastante más joven que yo, atractivo, misterioso…
Cuando quieras –dije, al fin-. Me cuesta salir de mi casa –añadí por decir algo más-. Si está  todo en orden –dijo con cierta ironía-, vámonos y dile a tu amigo Eolo que pronto te traeré de vuelta sana y salva.
Ya dentro del coche seguía oyendo los ladridos de Eolo que no entendía  mi intempestiva salida. Durante unos minutos guardamos silencio. Pocos metros y estábamos fuera del pueblo, pero hubo tiempo para que algunas vecinas, apostadas en las puertas me vieran. Mañana –dije rompiendo el tenso mutismo- todo el pueblo hablará… ¿Y te importa? –me interrumpió-. No mucho pero me molesta dar explicaciones, y la gente, con indirectas, las piden, las necesitan.
El lugar al que nos dirigíamos estaba más lejos de lo que había imaginado. Cruzamos Córdoba. El hombre de humo, muy centrado en el tráfico, apenas hablaba. Y yo, sin lograr relajarme, comencé a sentir que me impacientaba y que un extraño picor interior me mortificaba, al tiempo que de reojo lo miraba y volvía a verlo de nuevo envuelto en humo. Está un poco lejos –dije, al fin, y creo que temblorosa-. No sé por qué me había imaginado un lugar próximo. Nada contestó. Tan sólo me sonrió, causándome preocupación y hasta miedo y ganas de tirarme del coche y echar a correr. Tras unos kilómetros más, que se me antojaron siglos, dijo, moviendo ligeramente la cabeza: es allí. ¿Ves aquella arboleda? Verás que es un lugar privilegiado de la naturaleza. Pero, ¿dónde estamos? ¿Y qué más te da? Estamos y es lo que importa.

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