Mis pensamientos, poemas, cuentos... de Isabel Agüera

27 oct 2015

Recordando una fecha. Carta a mi nieta

Las calles a las cuatro de la madrugada sólo eran noche y semáforos, No obstante el solivianto propio de la hora y del evento, me precipité allí, donde tus padres, donde tú, mi pequeña y preciosa niña, estabas a punto de llegar al mundo.
Medio me tiré del coche, al llegar a urgencias de maternidad en Reina Sofía. Silencio y cuatro personas dormitando por los rincones. Alguien, un celador, me detuvo, cuando, aturdida, nerviosa, quise sobrepasar la “barrera” de lo prohibido.  Ahí no se puede entrar. Espere fuera.
Expectación en el susurrante sonido de barras fluorescentes, en el penetrante olor a medicamentos y revueltos de no sé cuántas cosas. Mis ojos se quedaron clavados en aquel cartel de “prohibido el paso”, en aquella puerta, tras la cual, tus padres, casi dos niños, transformados en responsabilidad, se debatían en dolor e ilusión, porque tú, tan deseado, tan querido... llamabas a la puerta de este mundo y, con urgencia, reclamabas ya tu lugar en él. Desde casi mi estática postura, simultaneaba pensamientos, como si en la película retrospectiva de toda mi vida, se interpusiera la emoción del momento presente que me agitaba en un vaivén de nostalgias, de angustias, de fe, de esperanza...
No existen palabras, pequeña mía, para que pueda expresar qué sentí cuando al fin dejaste de ser interrogante para formar parte de una bellísima y casi mágica realidad.
¡Cómo temblaban mis brazos ante el milagro de la vida que nos arrebata seres queridos, por un lado, y nos compensa, por otro, con esa savia nueva que son los nietos, que eres tu, vida mía! Savia que nos devuelve alegría, ilusión, proyectos y un gran derroche de ternura y amor
Ayer, no conocía el color de tu pelo, ni el sonido de tu llanto, ni el tacto de tu piel... Hoy, ya estás aquí. Te puedo acunar entre mis brazos, te puedo sentir en ese corazón que late al unísono del mío, cuando te aprieto junto a mi pecho en un deseo de fundirme contigo
¡Cuántas interrogantes acerca de tu futuro me nacen y me crecen en los adentros! No obstante, te veo luz destellante, estrella que has caído justo aquí en esta familia que con los brazos abiertos, desde el mimo día que supo de tu existencia, te esperaba impaciente renovando ilusiones y contando momentos.
 Tú eres la vida que regresa una vez más, irisando de color cualquier punto negro de esos que aparecen y dejan sus marcas sobre el tapiz, aurora de cada día, que es nuestra existencia, y esta mi casa, tan solitaria y silenciosa, se eclosiona de alborozo, de entrañable trasiego familiar, con tu llegada a este nuestro mundo, tan conflictivo, tan apartado, cada vez más, de la inmensa aventura que es el vivir, y que te aguarda, pequeño mía, ignorando que tú sí eres acontecimiento para todos los que te amamos.
Mi preciosa niña, doy gracias a tus padres, a Dios, por tener la dicha de engendrarte, acariciarte, y sentir que soy la mujer más joven del mundo porque tú eres una hija más que me ha nacido en este jardín del amor donde las semillas caídas jamás se pierden: crecen y se multiplican. Me emocionan y conmueven los acontecimientos del mundo, la turbia mirada de los ancianos, la limpia mirada de los pequeños, la fragancia de mis jazmines...
Sí, más que nunca, hoy, y te lo debo a ti, ternura que me sale a flor de labios y se trueca besos que quisiera entronizar en suspiros del viento para que se esparcieran por todo el mundo en un glorioso e inacabado aleluya

Vuelve la vida, siempre, y su retorno puede ser música para un bello poema. Vuelve el otoño, siempre.

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