Mis pensamientos, poemas, cuentos... de Isabel Agüera

4 oct 2015

DE MI NOVELA BUSCANDO EN LA VIDA


 
MES DE ÁNIMAS que empieza con un doblar monótono de campanas que sin tregua se prolonga veinticuatro horas. En la iglesia un gran catafalco, aquel bulto negro colocado en  el centro de la iglesia, bajo el Altar Mayor y en el cual, según murmuran los niños, hay muertos, calaveras, huesos... Lucrecia se ríe: No hay nada; es tan sólo una mesa. No tengas miedo, Carlota. Si quieres, cuando no esté el sacristán, entramos y lo vemos.
Cada tarde mamá acude fervientemente a  aquella lúgubre novena casi prohibida a los pequeños que en bandadas jugamos por las calles. En la puerta de casa, bajo la bombilla que alumbra la fachada, un barullo de niños y niñas.  Merche, la boticaria, lleva siempre la voz cantante. ¡A la palmada! -grita levantando una mano-. ¡A la palmada! -corean todos, apretando sus brazos junto al de Merche.
Hace frío, un frío húmedo que torna pegajoso los cabellos y la ropa. Huele a braseros  de picón sahumados con azúcar quemada y alhucema, y huele a hogueras que encienden  niños por las esquinas y a castañas asadas en la plaza. Mujeres envueltas en grades mantos negros  se apresuran a la novena, mientras las campanas doblan y mientras en  los portales  parejas de enamorados se hablan al oído y tras los cristales empañados de las ventanas se adivinan los rostros de ancianos, acurrucados en  mesas camillas. Tengo mala suerte en la palmada y me cogen a la primera. ¡Carlota es tonta! -exclama la boticaria-. ¡No sabe jugar y siempre perdemos por su culpa! Mi hermana   se ve obligada a defenderme: ¡Más tonta serás tú! No te metas con mi hermana.
Se levanta un vientecillo que cala los huesos e irisa los vellos. Abandono el juego, la calle...  Corro a casa. La luz del patio cubierto está apagada, y la luna parece un  puzles desparramado por la techumbre acristalada. Juana, madre de Luisa, dice que son ojos de almas del otro mundo que nos acechan. Juana nos asusta siempre, y ¡sabe tantas historias!  Siento miedo. De una carrerilla entro en la cocina. Juana, con su moño de rosca y su delantal hasta lo pies, habla sola, mientras pela un pollo en un lebrillo de agua hirviendo y prepara la cena. El carbón de la hornilla chisporrotea. Por los cristales de la ventana, gotitas de vapor que forman carrilillos transparentes; al otro lado, el jardín que amarillea por la luna.
Entro de puntillas. En un rincón, junto a la ventana, la mesa estufa. Me escondo debajo de las enagüillas. Este sitio me gusta. Allí paso muchos ratos hecha un ovillo, escuchando cómo bullen  las polillas de mi cabeza que esta noche son las palabras de la boticaria: Siempre perdemos por su culpa.  Soy –me digo- una niña sosa, aburrida, una niña  fea, nada brillante... De repente una tiritona me estremece…
                                CONTINUARÁ

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