Mis pensamientos, poemas, cuentos... de Isabel Agüera

30 abr 2016

Veintiséis aniversario

Amigos: no era exactamente  mi intención escribir lo que a continuación podéis leer, pero, ¿cómo pasar el resto de mi vida por un treinta de abril, acallando el recuerdo del  compañero que compartió  mi vida durante veinticinco años? Nunca este día será para mí un día cualquiera. No quiero entristecer a nadie, porque, entre otras razones, soy feliz con mis hijos, nietos, amigos… Y me siento privilegiada por muchas cosas que me ha regalado la vida. Así que solo deseo me acompañéis en el aleluya que quiero entonar, hoy, y cada día a la vida, al amor.


Y esta mañana, bien temprano, una ola cruzaba mi Avenida, rompiendo, como si riera, en ella No sé dónde nacía, pero me salpicó y sentí un fresco baño de amor y agradecimiento a la vida. 
Mi deseo es que os llegue y la recibáis tal y como la he recibido y bautizado yo: esperanza.

Veintiséis años han pasado de aquel treinta de abril, desde aquel adiós en un hospital  de grandes horizontes  que eran ya verdes tiernos de primavera. Atrás quedaban muchos, muchísimos días, problemas, proyectos, trabajos, pero siempre un fin de semana para ir al campo, para salir de compras, para…, bueno, a lo mejor para nada; simplemente para estar juntos, pero era maravilloso aterrizar en el viernes. Y yo lo sabía, y era tan consciente de ello que hasta una simple taza de café se convertía en un acontecimiento, y me parecía que la tarde, al unísono conmigo, y como si fuera un eco de aquel mi gozo y deseo, se dilataba en colores y olores compartidos hasta la saciedad. Estar juntos era, para los dos, la gran fiesta de fin de semana. Y eso no me lo estoy sacando de la manga en un arrebato. Era, y quienes nos conocían pueden dar fe de ello, una difícil verdad que resulta casi inverosímil en estos tiempos. No obstante, él y yo, dos mundos en inquietudes, miedos, gustos, etc.  Él, sol, aire, trabajo, compañeros, risa… Su paquete de tabaco, su reloj, su familia y poco más, Sencillez y nobleza que le salía a flor de piel. Yo, por el contrario, retiro, silencio, proyectos, trabajo, mucho trabajo, complicaciones, muchas… Pero un estadio común nos unía: nos queríamos de verdad.
Y el “autobús” de la vida pasó aquella noche con un solo asiento que ocupó él. Yo me quedé  con la mano alzada en aquella  difícil, dolorosa despedida. Y mis ojos, nubes  preñadas de lágrimas que tatos caminos regaron, volvieron  a ser bo­rrasca  de nostalgia y recuerdos, Aquel pueblo de nuestro encuentro, las tormentas, los paraguas, los charcos, las goteras, en los otoños. Los braseros, los rincones… en los inviernos. Los trigueros, los verdes caminos de manzanillas y amapolas en primaveras…. Él y yo, pobres de todo, ricos sí en  amor, dichosos con nuestra nada, vivíamos en plenitud  los momentos  que eran nubes, que eran lunas, sierras, silencios, vientos… ecos.
Pero hubo otro día, el de ayer, el de hoy, ¿el de mañana? Y hubo un  decidido y claro propósito: seguir y seguir creando, amando, viviendo, porque  no hay tiempo para estancarse en lo que fue y ya no es, no hay tiempo para revivir el pasado en lágrimas que no van a ninguna parte. Por eso, amigos, mi recuerdo, sí, mis lagrimas, no. Un aleluya grande que se extienda por el infinito universo, recorriendo estrella por estrella y que repita: ¡Alegrémonos; estamos a tiempo de tantas cosas…!  ¡aleluya, aleluya!




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