Mis pensamientos, poemas, cuentos... de Isabel Agüera

10 abr 2016

Mayores con recursos


                                      
Busca  huellas y caminos que el viento borró, 
pero sigue en un intento de crear  nuevos pasos, nuevos caminos.

Nubes y amenaza de lluvia en Córdoba. Sea bienvenido el día y la lluvia, amigos. Hoy, creo que le debemos el día a los mayores, si bien, los destinatarios somos todos por edad o responsabilidad.

Hace unos días me dejó fría un dato: más de un millón de mayores viven solos en España. Es por eso que una vez más el tema de los mayores me conmueve. Creo que ha sido mi preocupación de siempre que desde niña  me ha llevado a vivir pendiente de los mayores que por nuestras calles y plazas deambulan con dificultad en busca  de algo, de alguien o simplemente callejean sin destino.
Y al iniciar este  domingo de nubes, sumida en recuerdos me veo niña, allá en mi pueblo, convertida, a escondida de todos, en responsable de una anciana desdentada que, en una buhardilla y en la más absoluta soledad, medio inválida, enferma... se convierte en objetivo de mis infantiles cuidados. Cada tarde, la visito, la peino, la lavo  y le  remuevo un colchón de borra que huele a orines pasados y que me provoca fuertes arcadas. Sí, los niños y  los ancianos, tan vulnerables, tan desconocidos, muchas veces en sus necesidades elementales, tan fácilmente manipulados y hasta olvidados, han sido, son mi primordial reivindicación. De ahí que me conmuevan pequeñas grandes cosas que observo y que merecen ser aireadas para que cunda una conciencia más sensible y atenta a estos solitarios, “trovadores” a veces, y  protagonistas de las más tiernas actitudes, de los más increíbles eventos como el que  hoy me ocupa.
Todo comenzó por la ausencia del director de una entidad bancaria de barrio que, provisionalmente, quedó a merced de dos  muy jóvenes empleadas. Dos ancianos que por separado y de acá para allá correteaban el barrio, acordaron en una cómplice  cortesía: acompañar, proteger…, a las  jóvenes empleadas. Y allí, cada mañana, se apostaban: sonreían al público, repartían caramelos a los pequeños y, poco a poco, se hicieron tan familiares que los clientes, no sólo les dedicaban saludos, sino que, en largas esperas, a veces, les provocaban historias.
El nuevo director llegó, pero allí siguieron, sentados, distraídos, pasando el largo tiempo que son las horas de su muchos años. Uno de ellos me decía: Aquí soy feliz, niña, aquí no me duermo,   y así duermo por las noches que son muy joías.

¡Y pensar que, con la edad en la boca, carecemos de recursos para hacernos felices! Yo creo que la felicidad no depende tanto de estar solos o acompañados, sino, más bien, en no sentirse  uno olvidado, inútil, de más en la vida.  

No hay comentarios: