Mis pensamientos, poemas, cuentos... de Isabel Agüera

27 ago 2017

El tío de los algodones

Continúo con Historias de Ayer y termino con este capítulo


El pueblo es como un reino de tinieblas sin rastro de vida. Centellean pupilas de gatos, ladran perros en las eras y como  una bocanada de dolor que hiriera la noche se escuchan pasos fantasmagóricos que arrastran cadenas en un denso misterio que se adueña del viento y se deslizas por corazones que duermen en un alerta infinita de soliviantos.
Por las mañanas, cuando el sol apuntando sus primeros fulgores en la torre de la ermita, baja al pueblo y se cuela por persianas y puertas, la gente se  precipita a  la plaza, y en contagioso trance, rumian sus desbordadas fantasías: rojos que bajando de la sierra han asaltado tabernas, fantasmas que han sorprendido a obligados viandantes nocturnos, aparecidos que penan por promesas incumplidas, demonios que se ceban en víctimas arrepentidas de viejos pactos infernales.
De madrugada, al anochecer, a cualquier hora un estallido de sobresaltos, de malas corazonadas, de angustiosos suspiros,  saca a la gente a  la calle: ¡El tío de los algodones! La última respuesta a los mil caminos clausurados. ¿Un fantasma? ¿Una duda? ¿Un escape? ¿Una necesidad?
Corrillos histéricos comentan, como si vomitaran una indigestión de miedos, de secretos, augurios,  torturadas pesadillas:  El tío de los algodones ha vuelto a violar; el tío de los algodones ha vuelto a aparecer…
Y el tío de los algodones, fantasma de los días sin sueños, fantasma de tantas pasiones reprimidas, de tantos miedos cosechados en la cruel contienda, fantasma de la  fantasía deambula por patios y corrales, quebrantando voluntades, profanando mujeres casadas y casaderas.
Y se persigue aquí y allí, acusado por víctimas en  suspiros de recatada expectativa. Y las campanas del convento alertan. Guardias civiles y hombres acordonan casas, calles… Mujeres en balcones y ventanas contienen el aliento en una contradictoria interrogante, en un discreto sigilo. Y los niños, con ojos hundidos en el alma, se agazapan en las faldas de  madres y abuelas.
Y el tío de los algodones se esfuma  siempre con el viento, dejando el vacío de horas de nadie y que a su conjuro se tornaron espectrales, provocando el galopar de corazones eclipsados en otro tiempo y olvidados del ritmo festivo de los días.
Y vuelve aparecer otra madrugada, otro atardecer, cuando las horas pasmadas por una luna redonda que amarillea sombras, vuelven a la transparencia sutil en cósmico temblor. Pasan semanas y meses. Cada domingo en la Misa de siete en el convento se casan mujeres embarazadas, víctimas del tío de los algodones.
Y nacieron hijos, hombres de hoy que, con la cabeza bien alta, pueden proclamar la paternidad que los engendró: malos tiempos, pocas esperanzas, obligada creatividad de un pueblo que, entre aluviones y cenizas, se rehace para volver a ser corriente de un río joven que retorne a la vida, la plaza, la ermita, las fiestas…al ayer, al mañan

De mis recuerdos de niña, aquel fantasma de algodones y cloroformos. Y en mis reflexiones de madrugada, ¡cuántos fantasmas en nuestro presente que sin algodones ni cloroformos, sin sábanas ni cadenas, a cara descubierta, violan, roban, matan!


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