Mis pensamientos, poemas, cuentos... de Isabel Agüera

9 dic 2015

Una carta en mi buzón

 Hoy es el día  de los Derechos Humanos. Es por eso que me refiera, de forma muy resumida, a una carta que llegó a mi buzón

Los mayores  también precisan campañas de compromiso y solidaridad. 

 Estimada señora, amiga de la radio. Mi vida  transcurre como si la soledad de un sepulcro me aislara del resto del mundo. Tengo setenta y dos años y, desde hace  cinco, vivo en esta gran ciudad, Barcelona, absolutamente sola. Mi marido murió al poco de trasladarnos aquí. No tengo hijos, ni familiares, ni amigos. No tengo ni vecinos, pues aquí todo el mundo corre y nadie se detiene a saludarte. Estoy mal de los huesos. Casi no puedo andar. Mi depresión es tal que, a veces, si no fuera porque soy católica, me habría  tomado unas pastillas y...
 Hasta aquí la transcripción literal de una de las muchas cartas que  recibí,  tras unos programas en radio nacional hace años. Algo tremendo la realidad de estas personas que todas, sin excepción, tienen denominadores comunes: soledad, enfermedad, años... Mujeres solas, en su mayoría viudas -hombres, algunos- que, día tras día soportan y lloran la tragedia, el drama que les aguarda, que nos aguarda a todos, cuando la vida, definitivamente, nos muestra su cara más fea, porque la vida no es tan maravillosa como la percibimos en momentos, días de euforia, ni es tan negra como la  anatematizamos en la noche y en el dolor. No obstante, todos, si llegamos a cumplir esa última mayoría de edad, por unas razones o por otras, conoceremos ese rostro terminal.
Y de aquí mis reflexiones: ¿qué hacer para paliar, en un mínimo, las necesidades de personas que no tienen quién les lleve un café a la cama, cuando están ancianas, enfermas..? Ya sé que hay algún que otro servicio social, no muchos, que  se ocupa de eventualidades muy puntuales, pero lo que más necesitan estas personas es afecto, compañía, al menos durante un tiempo cada día, necesitan la palabra animosa que les acompañe, cuando ya sus ojos no ven, cuando sus pasos ya no los conducen a ninguna parte, cuando olvidados, impasibles, desvalidos sólo son cuerpo que no pueden aguantar y alma que sólo les sirve para llorar. Es verdad que hay que prepararse para cuando esa hora llegue, si llega pero, por muchas lecciones que hayamos tomado, por grande que sea nuestra fe, el deterioro físico, psíquico, la soledad, la enfermedad... son ingredientes que bien puede hacernos vivir como sepultados en vida.
Habría que ir pensando en un voluntariado -también hay algo- que, con efectividad y sobre todo con amor, ejerciera de ungüento en tantas y tan grandes heridas como nos muestra la cara fea de la vida. Hoy por ti; mañana por mí.     
Debatimos políticas, derechos, mejoras, palabras que se lleva el viento,  pero ¿qué hay de seres humanos que viven y mueren   sin el más mínimo calor humano?                           

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