Mis pensamientos, poemas, cuentos... de Isabel Agüera

29 abr 2015

Álbum de recuerdos 7

Las limpiezas en la aldea, y casa por casa, eran como un rito que conllevaba fechas especiales como las festivas pero que  formaba parte del guión de vida y cada tiempo no muy espaciado se repetían  Me llamaba la atención con el rigor que aquellas faenas se llevaban a cabo y que incluían  limpiezas hasta en los graneros de las casas.
Aquí los otoños, los inviernos son largos y fríos, me dicen, como queriendo culpar al tiempo que, con sus días cortos y sus noches largas, recoge a la gente temprano al calor de los braseros, de las chimeneas y de los pucheros, que en este tiempo se comen por la noche, con mucho pan, cebollitas en vinagre y navaja en mano.
Al atardecer, es bonito oír el chasquido de las herraduras de  cuatro burros  y que suenan como un lamento en el silencio de la aldea, y las voces de los arrieros que regresan de no sé dónde pero  ansiosos de calentar sus gargantas frías y secas con unos “medios” en la taberna del Purga. A pesar de los malos augurios, se me antoja corto el otoño, primero y el invierno, después. Me acostumbro a ver las calles vacías, los charcos, el barro, el humo denso de las chimeneas, el color plomizo de la aldea..., y la escuela, aquel ancestral recinto que encontré   a la que se le notan en las paredes blanqueadas los nudos de los pesebres, larga y estrecha, con una bola del mundo partida en cuatro pedazos, con un mapa de España de hule, cuarteado en trocitos, que parece un puzle; con una alhacena cena llena de librotes antiguos y roídos por los ratones, con mesitas astilladas y llenas de estrías donde los niños se sientan de dos y hasta de tres en tres. 
Aquella escuela, mi primera escuela, cuando todavía soy casi una niña, es el lugar más alegre y más vivo de la aldea. Allí, a pesar de la lluvia y  del frío, hay calor de vidas en flor, hay risas, canciones..., voces de niños que representan la mayor riqueza, el único resquicio de vida que cada día, a las entradas y salidas, moviliza a la gente, y alrededor de cuyas horas gira todo lo que hay que hacer en las casas.
No obstante, mi salud se quebranta, como creo  haber dicho ya, dadas las comidas  que, por necesidad y obligación se hacen  en la aldea a base de  productos todos procedentes de la matanza de cerdo, si bien de vez en cuando, le toca el turno a algún conejo o gallo. En una ocasión me puse tan mal que un fuerte dolor me obligaba a estar en la cama. Y recuerdo con inmenso cariño el desvelo de todos, comenzando por don José que en moto iba y venía a Fuente Palmera a consultar con el médico y a traerme medicinas, pero lo más entrañable fue la vigilancia que voluntariamente se instaló desde la puerta de la calle hasta el dormitorio.
No llegó la sangre al rió y en unos día sestaba bien, pero sigo agradeciendo a tan buena gente, a mis alumnas y al fallecido don José cómo me cuidaron. Aquello tenía el mejor de los nombres y apellidos: amor y complicidad.

Mi querida gente de Fuente Carreteros: muchos ya no están para  dar fe de lo que cuento; otros, posiblemente no se acuerden, pero,  mientras mi memoria esté fresca, como lo está al día de hoy, quiero ser testimonio vivo de cómo fue y de cómo se vivió otra historia.





No hay comentarios: